Y es que el mes de septiembre tuvo el privilegio de unirlos para siempre: Chanito Isidrón vino a la vida en Calabazar de Sagua el 26 de este mes de 1903 y el Indio Naborí nace el 30 de septiembre pero de 1922. Ambos poetas vinculados a las raíces más autóctonas de nuestra cultura mestiza y campesina.
El pasado día 30, con motivo del 88º. Aniversario de Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, el colega Héctor Arturo organizó un emotivo acto de recordación en la Casa de Cultura de Plaza, al que junto a su esposa Eloína y sus hijos, Fidel Albita y Chuchi, asistieron muchos de sus amigos y compañeros de lucha y de trabajo.
En la foto, el momento en que hacemos entrega a su amantísima esposa, del poema “Hatuey” de la autoría de Naborí, e ilustrado a dos manos por mi hijo y yo,
En el otro caso, se trata de Cipriano Isidrón Torres, aquel que desde muy joven tuvo que superar los tempranos tropiezos de la pobreza en el campo. De su prematuro oficio de narigonero, las riendas de la yunta le dejaron la huella indeleble de unos dedos mutilados, impidiéndole seguir acariciando las cuerdas de
Juglar andante de la guardarraya, y cantor del concubinato entre el humorismo y la décima, Chanito Isidrón, nombre artístico que adoptó, tal vez sea el único bardo cuyas improvisadas espinelas cómicas hayan circulado de boca en boca espontáneamente haciendo reír a generaciones de cubanos.
Durante la época de oro de la radiodifusión nacional en la primera mitad del siglo pasado, Chanito brilló con luz propia, abordando todos los géneros, pero sobre todo por sus desternillantes duelos entre sordos de cañón, popularizados en el programa “Dímelo Cantando” de
Precisamente así bautizó “Palante y Palante” en 1961, la página de décimas campesinas que rendía honores a su antecedente radial.
Como fundador de la publicación asistí a su nacimiento de la mano del Indio Naborí, y allí colaboró Chanito ya jubilado del ICRT hasta su último aliento.
Por razones ineludibles Naborí tuvo necesidad de ocupar otras obligaciones que le impedían continuar colaborando con nosotros.
Al aceptar la responsabilidad de dirigir el semanario en 1970, me hice el propósito de rescatar el género, pues la falta de sistematicidad dejó virgen dicho espacio, y la publicación, huérfana de décimas, estaba pidiendo a gritos su reivindicación.
Un buen día el colega Aldo Isidrón del Valle me llama por teléfono desde Las Villas y me dice: -
“Blanco, por favor, tírale un cabo al viejo”.
Lo menos que imaginé era que se trataba de su consagrado tío, y tras la alerta me trasladé a su casa en
Chanito llevaba cerca de un lustro, acogido a la jubilación, y mirando desde lo alto del apartamento donde vivía, --colindante con el Cementerio de Colón--, el sepulcral silencio de los mortales restos en sus últimas moradas, y a veces su musa incursionaba entre lo humano y lo divino.
Eso no impidió que me recibiera con la sonrisa de siempre y el chascarrillo a flor de labios. No fueron pocas las sesiones de convencimiento, ni las humeantes tazas de café que obsequiaba con profusión su media naranja María Esther, servidas por sus dos vejigos Chano y Ricardito, que competían a ver a quién le tocaba hacer de camarero ese día.
Más que mis argumentos, lo convenció la propia necesidad de volver a la carga, y desde entonces PALANTE contó con el más fiel, exitoso y desinteresado participante; y lo más increíble, sin firmar aquella sección que él cubría con tanta dedicación, ni cobrar colaboración alguna.
Puedo asegurarles que aquel octogenario subía y bajaba los cuatro tramos de la escalera donde vivía, con una agilidad felina, caminaba todo el Vedado diariamente, y de paso se daba un saltito hasta nuestra redacción
para atender la correspondencia de la página campesina que aumentaba por días gracias a él.
Bebía con moderación y fumaba como un trastornado, pero con una envidiable vitalidad:
“¡La vianda, Blanquito, la vianda! Plátano, malanga, boniato…”
-Ésa era su fórmula.
Así justificaba sus gustos y su salud. Por mi parte siempre pensé: --Falso:
“Es su carácter: Reír y provocar la alegría en los demás--, ese era la fuente de su eterna juventud”.
Llovieron las colaboraciones para la publicación, y gracias al apoyo de la ANAP, convocamos el primer concurso de décimas humorísticas “La Transformación en el Campo” como saludo al Congreso de
¡Y ahora viene lo bueno!
El viejo juglar y yo compartimos la misma cabaña a orillas del Hórmigo, y constantemente tocaban a la puerta periodistas, campesinos, músicos, dirigentes, decimistas, y público curioso en general, porque no creían lo que se anunciaba por los altoparlantes: La presencia física de Chanito en el evento.
Algunos lo tocaban, otros lo abrazaban casi llorando:
“¡No estaba muerto! ¡No se había ido para el Norte! ¡Ni se había divorciado de la décima! ¡Estaba vivito y coleando!”
Tanto se había especulado con su ausencia, y tanto el tiempo transcurrido alejado de los medios, que el ídolo se había convertido en un mito.
Cuando subió esa noche al escenario del Cornito, aquello se vino abajo.
Puedo asegurarles que a partir de entonces, Chanito recuperó el trono principesco de la controversia ganado en buena lid durante su juventud. Y así se mantuvo fraternal, correcto, impecable como el “Elegante poeta de Las Villas” que siempre fue.
A su seria estampa lo seguía como su sombra, la carcajada ajena, y así disfruté como propios sus éxitos y muchos de los guateques que animó durante los últimos años de su vida.
Junto a Enrique Núñez Rodríguez, fui varias veces jurado del Premio de Humorismo en el Festival Nacional de la Radio, y tuve que asistir a la premiación cuya sede le correspondió a Caibarién en el año 1987.
El 23 de febrero, el mismo día que se entregaron los galardones, se recibió allí la noticia del fallecimiento de Chanito el día anterior.
Infinita mi pesadumbre por no estar con los suyos en su triste despedida, y nada menos que en el evento más importante de la radio cubana, sobretodo porque durante su época dorada, Chanito había sido nada menos que el “Príncipe del Punto Cubano”.
Para concluir los dejamos con esta graciosa estampa juiciosa y desprejuiciada de la Academia de la Lengua:
LAS COSAS DE LA ACADEMIA
del léxico lo mejor,
limpia, pule y da esplendor
a nuestro muy rico idioma.
Por ella a menudo asoma
una palabra elegante
que deslumbra al estudiante
y al hablador descalabra
cuando incluye una palabra
extraña y desconcertante,
Le llamamos al ciclón
meteoro, ¡qué tormento!,
cuando lo que mete es viento,
nerviosismo y confusión.
Al que monta en un avión
decimos que se ha embarcado
y si en la guagua ha montado
también se embarcó --lo sé—
lo malo es que no se ve
el barco por ningún lado.
Embarcarse, entiendo yo,
que es en un barco por agua.
Mas si sale en una guagua
Yo digo que se enguagó,
si va en yegua se enyeguó
como si viaja montado
en un carretón halado
por chivo, caballo, o mulo,
conscientemente calculo
es que se ha encarretonado.
Le llamamos negativo
al vago o incumplidor
y al que es buen trabajador
decimos que es positivo.
Ese calificativo
se usa en la electricidad,
y si el término es verdad
entonces un hombre honrado
con un haragán al lado
da fuerza y da claridad.
Ni Martínez de Nebrija,
Covarrubias, ni Cervantes,
usaron de esos desplantes
que hoy hacen que yo me aflija.
Si esta, mi crítica es hija
del libro que no leí
no se preocupen, que aquí
en este simposio diario
voy a hacer un diccionario
exclusivo para mi.
Chanito Isidrón
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