"EL BOSQUE
Y EL ARBUSTO"
Por Francisco Blanco
WOOD AND BUSH
By Frank White
Cuento nada infantil
(Versión actualizada
English Spoken)
Había una vez un miserable arbusto que crecía a la sombra de su padre. Heredando de él una inmensa fortuna y poder. Este hijo de papá, dueño de los terrenos más altos y fértiles aspiraba al reino de los árboles y gracias a la influencia paterna y el fraude, logró sus propósitos. Conocía las contradicciones entre las plantas y sembró aún más la discordia entre ellas. Divide y vencerás fue su consigna, que aplicó generosamente al resto mediante sobornos, amenazas y mentiras.
Como es lógico, se apoyó en los más fuertes contra los subdesarrollados que crecían en oscuros rincones del bosque. Así formó un poderoso ejército de maderas preciosas: caobas corporativas, globalizados cedros, robles trasnacionales y majaguas lacayunas, a quienes ni el comején ni las balas podían hacer mella dada su dureza. Envalentonado desde lo alto de su atrincherada atalaya el arbusto vociferaba: ¡Pisad sin compasión, aplastad a esos infelices!
La masacre tenía que generar descontento y airadas protestas entre sus víctimas. La mayoría de los matojos decidieron hacer frente al imperio del mal; se llenaron de valor movilizándose en contra del opresor y sus colosales tropas.
Y allí, al nacer el alba, desde la profundidad del bosque una vocecilla, solitaria pero digna, se alzó virilmente para exhortar al combate. Como un semillero miles de voces se elevaron al cielo bajo la consigna de:”¡ El bosque unido jamás será vencido!”
Arbustito, era hijo de Arbusto pero, huérfano de ideas, por eso se encolerizó cuando vio cómo sus ejércitos eran arrollados por la maleza. Los altos fueron talados desde sus propias raíces, los más frondosos quedaron pelados. Impotente se dirigió a su padre con lágrimas en las ramas: -
--Papi, como tú tienes más experiencia y eres más inteligente que yo, respóndeme ¿Qué está pasando?
El padre guardo silencio, precisamente por eso, por ser más inteligente que su primogénito, y porque el que calla otorga. El arbolito era bruto pero no tanto y comprendió inmediatamente el significado de ese silencio. Agobiado miró en derredor buscando la respuesta apropiada entre sus poderosos aliados.
Pero: ¡Oh sorpresa! Esos colosos aterrorizados también hacían ¡CRAC, CRAC, CRAC y ante los ojos atónitos del jefe se convertían en leña al paso arrollador de los matorrales, mientras los más afortunados gritaban. ¡Sálvese el que pueda!
El pequeño César se había derrumbado como un castillo de naipes y en un último aliento, antes de ser sustituido en el trono del Imperio, levantó la vista hacia el sur y halló en lontananza la respuesta a su desgracia.
Allí, donde la vista se perdía en el horizonte, en un claro del monte, distinguió una hermosa palma real que, a la sombra de un robusto caguairán, una vez más se dirigía a sus compañeras de lucha, como siempre, orgullosa, victoriosa e inclaudicable. Levantó entonces uno de sus penachos, señaló al Norte y poniéndose más roja que nunca gritó a toda voz:
¡ÁRBOLES DE TODO EL BOSQUE, UNÍOS!
Como es lógico, se apoyó en los más fuertes contra los subdesarrollados que crecían en oscuros rincones del bosque. Así formó un poderoso ejército de maderas preciosas: caobas corporativas, globalizados cedros, robles trasnacionales y majaguas lacayunas, a quienes ni el comején ni las balas podían hacer mella dada su dureza. Envalentonado desde lo alto de su atrincherada atalaya el arbusto vociferaba: ¡Pisad sin compasión, aplastad a esos infelices!
La masacre tenía que generar descontento y airadas protestas entre sus víctimas. La mayoría de los matojos decidieron hacer frente al imperio del mal; se llenaron de valor movilizándose en contra del opresor y sus colosales tropas.
Y allí, al nacer el alba, desde la profundidad del bosque una vocecilla, solitaria pero digna, se alzó virilmente para exhortar al combate. Como un semillero miles de voces se elevaron al cielo bajo la consigna de:”¡ El bosque unido jamás será vencido!”
Arbustito, era hijo de Arbusto pero, huérfano de ideas, por eso se encolerizó cuando vio cómo sus ejércitos eran arrollados por la maleza. Los altos fueron talados desde sus propias raíces, los más frondosos quedaron pelados. Impotente se dirigió a su padre con lágrimas en las ramas: -
--Papi, como tú tienes más experiencia y eres más inteligente que yo, respóndeme ¿Qué está pasando?
El padre guardo silencio, precisamente por eso, por ser más inteligente que su primogénito, y porque el que calla otorga. El arbolito era bruto pero no tanto y comprendió inmediatamente el significado de ese silencio. Agobiado miró en derredor buscando la respuesta apropiada entre sus poderosos aliados.
Pero: ¡Oh sorpresa! Esos colosos aterrorizados también hacían ¡CRAC, CRAC, CRAC y ante los ojos atónitos del jefe se convertían en leña al paso arrollador de los matorrales, mientras los más afortunados gritaban. ¡Sálvese el que pueda!
El pequeño César se había derrumbado como un castillo de naipes y en un último aliento, antes de ser sustituido en el trono del Imperio, levantó la vista hacia el sur y halló en lontananza la respuesta a su desgracia.
Allí, donde la vista se perdía en el horizonte, en un claro del monte, distinguió una hermosa palma real que, a la sombra de un robusto caguairán, una vez más se dirigía a sus compañeras de lucha, como siempre, orgullosa, victoriosa e inclaudicable. Levantó entonces uno de sus penachos, señaló al Norte y poniéndose más roja que nunca gritó a toda voz:
¡ÁRBOLES DE TODO EL BOSQUE, UNÍOS!
Precioso cuento, y no los que nos cuentan en los "telediarios"
ResponderEliminarCharo de Lugo.
Besos.
Hola Francisco,
ResponderEliminarantes de todo lo felicito por su blog !!
y lo felicito por sus dibujos son muy muy bellos !! usted tiene un trazo muy bueno !!
yo tengo un original realizado por usted de 1990 !!!
le dejo mi blog y espero su visita !!!
saludos cordiales !!
http://mauro-historietasargentinas.blogspot.com/