En estos días de invierno afortunadamente lejos de peligrosos huracanes tropicales, me parece ver abriéndose paso en la nieve de los Picos de Europa a ese entrañable amigo cantábrico Xavi Pérez, (así con X no con J), quien lleno de sano orgullo me invitó a visitar la cueva El Soplao, hermoso paraje turístico, donde antaño su padre dejó sus pulmones como otros tantos mineros de la región.
En estos días invernales, me imagino cómo se verían esos verdes valles intramontanos del Liébana, donde aún se cuentan las leyendas de Juanín y Bedoya, aquellos que se fueron al monte para combatir la represión de la dictadura de Franco muchos años después de la Guerra Civil; o el teleférico Fuente Dé y el desfiladero de Hermida entre otros soleados parajes, hoy cubiertos por una gruesa frazada de nieve.
En estos días de invierno me viene a la mente su insistencia en parquear el coche lo más cerca posible del centro de Santander para poder disfrutar la belleza y el jolgorio de una ciudad en medio de las Fiestas de Santiago, y adentrarnos en el bullicio de La Alameda, parecida a nuestro Paseo del Prado, pero sin leones. Abrirnos paso entre comensales y “paraditos”, que invitan a degustar los populares bocatas, pinchos o tapitas, en improvisados toneles convertidos en mesas y acompañarlos de una caña o media caña, según el gusto cervecero.
En estos días invernales la fría ventisca haría imposible compartir la alegría de los bañistas, la risa de los niños jugando en la arena y hasta uno que otro balonazo perdido en la playa Sardinera,--que son dos, no una--, y caminar entre sus bares y kioscos rodeados por ese penetrante aroma a sardina frita.
En estos días de invierno no puedo olvidar a Xavi y sus paisanos riéndose mientras describían festivamente nuestro próximo destino: Santillana del Mar, según ellos: “Ni santa, ni llana y sin mar”. Así nos adentramos a una bella ciudad parecida a nuestra Trinidad pero a lo grande. De su mano caminar, mejor dicho, escalar sus adoquinadas calles de chinas pelonas, y abrirnos paso entre tenduchas de artesanos o antiguallas, mientras provocadoras risotadas y olores emanados de sus tabernas y pulperías nos hacían la boca agua.En estos días invernales, me imagino cómo se verían esos verdes valles intramontanos del Liébana, donde aún se cuentan las leyendas de Juanín y Bedoya, aquellos que se fueron al monte para combatir la represión de la dictadura de Franco muchos años después de la Guerra Civil; o el teleférico Fuente Dé y el desfiladero de Hermida entre otros soleados parajes, hoy cubiertos por una gruesa frazada de nieve.
En estos días de invierno me viene a la mente su insistencia en parquear el coche lo más cerca posible del centro de Santander para poder disfrutar la belleza y el jolgorio de una ciudad en medio de las Fiestas de Santiago, y adentrarnos en el bullicio de La Alameda, parecida a nuestro Paseo del Prado, pero sin leones. Abrirnos paso entre comensales y “paraditos”, que invitan a degustar los populares bocatas, pinchos o tapitas, en improvisados toneles convertidos en mesas y acompañarlos de una caña o media caña, según el gusto cervecero.
En estos días invernales la fría ventisca haría imposible compartir la alegría de los bañistas, la risa de los niños jugando en la arena y hasta uno que otro balonazo perdido en la playa Sardinera,--que son dos, no una--, y caminar entre sus bares y kioscos rodeados por ese penetrante aroma a sardina frita.
En estos días de crudo invierno, en que los hogares de casi todo el mundo celebran las fiestas navideñas y el arribo de un nuevo año lo más agradablemente posible, no puedo apartar de mi mente la visita que hicimos al Museo de la Inquisición, situado también en Santillana del Mar, donde se exhiben casi un centenar de aparatos de tortura utilizados desde la Edad Media hasta la época contemporánea.
En estos días de nuestro casi invierno, recuerdo que durante la Colonia, los cubanos también sufrieron los tormentos del garrote vil, desaparecido con la República, pero que se mantuvo vigente en la Madre Patria hasta bien adentrado el régimen franquista; o el Potro de la Escalera, del cual fueron víctimas los patriotas que tomaron parte en la conspiración homónima del siglo XIX.
En estos días invernales no puedo borrar de mi mente la colección de aparatos que bajo la inocencia de sugerentes títulos como: La Cuna de Judas, La Doncella de Hierro, El Cinturón de Castidad, La Silla del Interrogatorio, Collares para Vagos o El Péndulo, se ocultaba la más escalofriante muestra de dolor físico y humillación pública jamás imaginada.
En estos días de cálido invierno, ante tal desfile de collares con púas, pinzas ardientes, desgarradores de senos, aplastacabezas, jaulas colgantes, garras de gato, ruedas para despedazar, látigos de cadenas de hierro o para desollar, y otras lindezas de la aberración humana desarrolladas durante el medioevo; me explico los desvelos del doctor Guillotine durante la Revolución Francesa para inventar un artefacto capaz de,--sin dejar de castigar al culpable--, trasladarlo al más allá lo más rápido y menos dolorosamente posible.
En estos días de invierno típico habanero, al pasar por la Calzada de Belascoain y escuchar las risas de los estudiantes que salen de las aulas en la Secundaria Básica “Bartolomé Masó”, no puedo olvidar que en los sótanos de ese mismo edificio de la Quinta Estación, años atrás, los esbirros de Batista torturaban a revolucionarios tan jóvenes como ellos, otros dejaron allí sus uñas sangrantes o fueron sometidos a descargas eléctricas en las partes más sensibles del cuerpo, y no pocos pagaron con su propia vida los anhelos de libertad y justicia. Algunos de aquellos torturadores entrenados por expertos de la CIA. La Escuela de las Américas, o el Pentágono, deambulan hoy tranquilamente por las calles de Miami.
En estos días de invierno, espero con ansiedad que en próximas semanas el nuevo presidente de los Estados Unidos de América, cumpla sus reiteradas promesas de acabar con la imagen de verdugos que tienen sus fuerzas armadas, erradicar definitivamente los métodos de tortura en las cárceles del Imperio, y sobre todo cerrar definitivamente ese lúgubre engendro de la Base Naval de Guantánamo, a la que algunos medios eufemísticamente nombran “limbo jurídico”, pero que no deja de ser un infierno medieval en pleno siglo XXI.En estos días de cálido invierno, ante tal desfile de collares con púas, pinzas ardientes, desgarradores de senos, aplastacabezas, jaulas colgantes, garras de gato, ruedas para despedazar, látigos de cadenas de hierro o para desollar, y otras lindezas de la aberración humana desarrolladas durante el medioevo; me explico los desvelos del doctor Guillotine durante la Revolución Francesa para inventar un artefacto capaz de,--sin dejar de castigar al culpable--, trasladarlo al más allá lo más rápido y menos dolorosamente posible.
En estos días de invierno típico habanero, al pasar por la Calzada de Belascoain y escuchar las risas de los estudiantes que salen de las aulas en la Secundaria Básica “Bartolomé Masó”, no puedo olvidar que en los sótanos de ese mismo edificio de la Quinta Estación, años atrás, los esbirros de Batista torturaban a revolucionarios tan jóvenes como ellos, otros dejaron allí sus uñas sangrantes o fueron sometidos a descargas eléctricas en las partes más sensibles del cuerpo, y no pocos pagaron con su propia vida los anhelos de libertad y justicia. Algunos de aquellos torturadores entrenados por expertos de la CIA. La Escuela de las Américas, o el Pentágono, deambulan hoy tranquilamente por las calles de Miami.
Y porqué no seguir soñando con un mundo mejor posible, y el regreso de nuestros Cinco Héroes Cubanos presos en cárceles del Imperio, en estos crudos días invernales del 2008.
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