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14 may 2009

FRANCISCA Y LA MUERTE

Confieso ser un adicto a la lectura de cuentos. Posiblemente “Francisca y la Muerte” sea el relato que más me haya impactado en la vida. Por eso le dedico esta semblanza in memoriam a quien más se lo merece.
La página cultural del periódico “Granma”, el pasado 11 de mayo, publicó un trabajo titulado “Nunca dijo adiós porque siempre hay algo que hacer”, en recordación al fallecido Onelio Jorge Cardoso, con motivo de cumplirse 95 años de su nacimiento.
Al margen de los indiscutibles merecimientos artístico-culturales de quien se ganó el título de “Cuentero Mayor”, los que tuvimos el privilegio de conocerlo personalmente podemos suscribir otras virtudes como las que me atrevo a divulgar:
Onelio era un guajiro natural que nació en humilde cuna. Inmenso en su sencillez abrazó el magisterio con devoción desde muy joven, ejerciéndolo en una escuelita del central Narcisa, Yaguajay, donde compartió alegrías y desvelos con otro grande de la educación y la cultura, Raúl Ferrer. De sus aventuras en aquel batey, se podrían hilvanar miles de cuentos tan interesantes como los que dio vida el propio Cardoso.
Tal vez por esa misma razón pudo más tarde expresarse con claridad y sencillez en los medios masivos de la prensa, la radio y la televisión; en ellos pudo con aparente ingenuidad, plantear los más complejos problemas humanos con un lenguaje libre de gerundios y adjetivaciones. Pido disculpas precisamente por el abuso de estos calificativos, sin los cuales me hubiera sido imposible pintar un cuadro que se acercara lo más fielmente a su personalidad, y es que yo, como literato, soy un gran caricaturista.
Precisamente como homenaje al maestro aquí les ofrezco un retrato en una sola línea y sin levantar el lápiz, que le hiciera en vida al colega, amigo y camarada, el día en que me vino a ver para hacerme una rara proposición que lo pinta entero.
Corría la segunda mitad de la década de los ochenta del pasado siglo cuando se presentó en la redacción de la Editorial Pablo de la Torriente para solicitarme como editor de la misma lo siguiente:
“Blanquito, quisiera que me llevaras al género de la historieta una versión gráfica de mi noveleta “Negrita”, --debo agregar que en esos momentos la obra había conquistado tantos lauros que estaba en los planes del cine y la televisión para llevarla a la pantalla, con la audiencia y la popularidad que esto representaba.
Extrañado le pregunté la causa de que me presentara tan inusual proposición, y el con su natural candidez me respondió:
“Es que Negrita es una perrita inteligente, graciosa, y noble, cuya hazaña no pasa de abrir el pestillo de la puerta del patio con sus dientes o pararse en dos patas para pedir cualquier golosina meneando el rabo. De sólo pensar que llevarla a la pantalla, --ya grande o pequeña—significa enfrentarla a Lassie o Rin Tin Tin, esos monstruos de la aventura fabricados artificialmente con enormes presupuestos por Hollywood, me pone la carne de gallina”.
Creo que con esta anécdota queda reflejada en toda su grandeza, la humildad, la sinceridad, y el humanismo de nuestro Cuentero Mayor.

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