Las fiestas por el 26 de julio coinciden con los Carnavales en todo el país, que se extienden hasta los primeros días de agosto. No siempre fue así ni en todos los lugares ocurría lo mismo. Por ejemplo: Las Parrandas del centro del país, famosas por ruidosos fuegos de artificio. Se celebran en honor al Santo Patrón de la localidad durante los días navideños. Estas se caracterizan por la emulación festiva entre barrios rivales como los sapos y los chivos de Camajuaní.
Los carnavales en Cuba, como las democracias pueden ser representativos y participativos. La aseveración no es mía sino de serios investigadores como Fernando Ortiz o José Luciano Franco. Es decir: el de Santiago de Cuba está concebido para que todo el pueblo se bote para La Trocha tras la corneta china de Los Hoyos o los tambores del Tivolí. Sin embargo los desfiles de carnaval de La Habana, --más cosmopolita y turística,-- eran verdaderos espectáculos para ver no para arrollar. Eso solo lo hacía cada comparsa al evolucionar bajo el silbato de su director ya fuese del Alacrán, Las Boyeras, Los Dandis, La Jardinera, o los Componedores de Batea. El resto, paseaba en vehículos de todo tipo, se disfrazaba a pié, o lo veía cómodamente sentado en los palcos y gradas, situadas al efecto. ¡Eran verdaderamente espectaculares!
Yo vine a ver la primera comparsa en La Habana a los siete años, no porque estuviera prohibida para menores, sino por una trifulca entre los comparseros del “Alacrán” y los de “Los Gavilanes” en 1910. Aquello terminó sangrientamente como la fiesta del Guatao, incluyendo su muertecito bobo. La prohibición de las comparsas duró 27 años. ¿Probables Causas? Rivalidades alcohólicas que se resolvían a puñalada limpia. El móvil había que ir a buscarlo mucho más atrás en el tiempo: el origen tribal de los esclavos durante la colonia, que se integraron en las barriadas pobres de las ciudades durante la República; sus componentes mantenían credos, costumbres y ritos diferentes. Eso por un lado; no faltaban los ajustes de cuenta amorosos, ni los estímulos económicos que el Ayuntamiento ofrecía generosamente a los ganadores; hasta intereses políticos que apadrinaban uno u otro bando. Tan era así que por aquella época los liberales arrollaba tras la conga de “Ae…ae…ae…la Chambelona”; mientras los conservadores, seguían a los tambores con el estribillo de “Ahí viene el mayoral sonando el cuero”. Esta alegría no pocas veces también terminaba a tiros.
En ese ambiente de confetis y serpentinas crecimos y vimos cómo el desarrollo moderno cambió sus parámetros a mediados del siglo XX, las carnestolendas eran patrocinadas por las grandes firmas comerciales. Carrozas bellamente adornadas con bombillas de colores, se convertían en pistas de baile con bellas mulatas moviendo el ombligo al son del “meneíto” de una firma cervecera; o un cuadro donde la voluptuosa joven ama de casa en ropa interior, se contorneaba mientras cantaba…"Mira como se menea, el agua en la batea”. Hoy los paseos de Carnaval que empezaron en el Prado habanero con capuchones, mascaritas, y muñecones se han tenido que trasladar al Malecón, mucho más fresco por la brisa veraniega del mar. Además, porque el paseo corría riesgo de extinción, no por la erosión del tiempo, sino por los efectos devastadores de muchedumbres festivas y salvajemente humanas.
Tal vez menos fastuosos que en la Danza de los Millones, y menos belicosos que en tiempos de La Chambelona, pero más alegres, comunitarios, y abarcadores que nunca, porque ahora los Carnavales se extienden a todo lo largo del verde Caimán, sin prohibiciones oficiales, rivalidades políticas o promociones publicitarias.
¡Esto es Cuba, Chaguito!
Los carnavales en Cuba, como las democracias pueden ser representativos y participativos. La aseveración no es mía sino de serios investigadores como Fernando Ortiz o José Luciano Franco. Es decir: el de Santiago de Cuba está concebido para que todo el pueblo se bote para La Trocha tras la corneta china de Los Hoyos o los tambores del Tivolí. Sin embargo los desfiles de carnaval de La Habana, --más cosmopolita y turística,-- eran verdaderos espectáculos para ver no para arrollar. Eso solo lo hacía cada comparsa al evolucionar bajo el silbato de su director ya fuese del Alacrán, Las Boyeras, Los Dandis, La Jardinera, o los Componedores de Batea. El resto, paseaba en vehículos de todo tipo, se disfrazaba a pié, o lo veía cómodamente sentado en los palcos y gradas, situadas al efecto. ¡Eran verdaderamente espectaculares!
Yo vine a ver la primera comparsa en La Habana a los siete años, no porque estuviera prohibida para menores, sino por una trifulca entre los comparseros del “Alacrán” y los de “Los Gavilanes” en 1910. Aquello terminó sangrientamente como la fiesta del Guatao, incluyendo su muertecito bobo. La prohibición de las comparsas duró 27 años. ¿Probables Causas? Rivalidades alcohólicas que se resolvían a puñalada limpia. El móvil había que ir a buscarlo mucho más atrás en el tiempo: el origen tribal de los esclavos durante la colonia, que se integraron en las barriadas pobres de las ciudades durante la República; sus componentes mantenían credos, costumbres y ritos diferentes. Eso por un lado; no faltaban los ajustes de cuenta amorosos, ni los estímulos económicos que el Ayuntamiento ofrecía generosamente a los ganadores; hasta intereses políticos que apadrinaban uno u otro bando. Tan era así que por aquella época los liberales arrollaba tras la conga de “Ae…ae…ae…la Chambelona”; mientras los conservadores, seguían a los tambores con el estribillo de “Ahí viene el mayoral sonando el cuero”. Esta alegría no pocas veces también terminaba a tiros.
En ese ambiente de confetis y serpentinas crecimos y vimos cómo el desarrollo moderno cambió sus parámetros a mediados del siglo XX, las carnestolendas eran patrocinadas por las grandes firmas comerciales. Carrozas bellamente adornadas con bombillas de colores, se convertían en pistas de baile con bellas mulatas moviendo el ombligo al son del “meneíto” de una firma cervecera; o un cuadro donde la voluptuosa joven ama de casa en ropa interior, se contorneaba mientras cantaba…"Mira como se menea, el agua en la batea”. Hoy los paseos de Carnaval que empezaron en el Prado habanero con capuchones, mascaritas, y muñecones se han tenido que trasladar al Malecón, mucho más fresco por la brisa veraniega del mar. Además, porque el paseo corría riesgo de extinción, no por la erosión del tiempo, sino por los efectos devastadores de muchedumbres festivas y salvajemente humanas.
Tal vez menos fastuosos que en la Danza de los Millones, y menos belicosos que en tiempos de La Chambelona, pero más alegres, comunitarios, y abarcadores que nunca, porque ahora los Carnavales se extienden a todo lo largo del verde Caimán, sin prohibiciones oficiales, rivalidades políticas o promociones publicitarias.
¡Esto es Cuba, Chaguito!
ciao dall'italia
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