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9 may 2012

VIAJE A LA SEMILLA (SEGUNDA PARTE)

En la última entrega del pasado año, incluí un tema al que recurro ahora bajo el mismo título de “Viaje a la semilla”, en el cual abordé algunos aspectos de la obra artística del pintor y dibujante Víctor Patricio de Landaluze, posiblemente el primero que se expresó en secuencias gráficas a  partir de la segunda mitad del siglo xix en la Cuba colonial, y por ende, también en la península.
La modalidad bautizada más tarde en los Estados Unidos como “comic strip” o  tiras cómicas, con el desarrollo politécnico y las grandes tiradas en colores, se convirtió en el llamado Noveno Arte, por la trascendencia y popularidad que han adquirido sus protagonistas--tanto cómicos como de aventuras--hasta el día de hoy.
Lamentablemente los temas y personajes del artista vasco, representaban lo más reaccionario y discriminatorio de nuestra nacionalidad, en una época de reformas y otras “libertades” que el régimen monárquico se vio obligado a aceptar  en nuestro país.
“El libro en Cuba” obra de Ambrosio Fornet, publicado por Letras cubanas en 1994, ha proporcionado los datos que me propongo comentar, así como los dibujos satíricos que el ya nombrado Landaluze realizara sobre la formación de nuestra cultura y nacionalidad.
Corría el año 1834 cuando el Gobernador General Tacón prohibió la Academia Cubana de la Literatura, dando un espaldarazo más al despotismo en la Isla, que de ilustrado solo tenía el nombre.
El desarrollo de la industria tabacalera propició un respiro, con la modalidad de la lectura en las tabaquerías, señalada por el periódico “El Siglo” como “…la afición a oír leer…”  Pero vayamos al libro de Fornet:
“… La Lectura fue el primer intento de hacer “llegar” el libro a las masas con un propósito exclusivamente educativo y recreativo. Entre las clases privilegiadas el libro había sido siempre un objeto suntuario, y en última instancia, un instrumento  de dominio  o de lucro …”
Según el autor, surgió en diciembre de 1865 en la tabaquería “El Fígaro” donde trabajaban trescientos torcedores; en enero de 1866 lo hizo la fábrica de Jaime Partagás. De ahí pasó a otros talleres de La Habana, pueblos cercanos y hasta zonas rurales de Pinar del Río y Las Villas. La campaña contra la Lectura fue iniciada por EL DIARIO DE LA MARINA en febrero de ese mismo año, primero en forma solapada y luego en un tono despectivo y amenazador. (sic) “…El tabaquero, el sastre, y  sucesivamente los demás artesanos no deben leer, ni saber otra cosa que lo que puramente se roza con sus respectivos oficios, pues los periódicos políticos y de propaganda demagógica solo tratan de inocular la pasión política, cuando el pobre no debe tener otra que el pacífico oficio con que mantiene a su familia…”
En las fábricas en que los patronos aceptaban la Lectura a regañadientes y trataban de adecuarla al criterio oficial, sólo se leían La Prensa, LA MARINA, y el semanario de Landaluze DON JUNÍPERO.  En cuanto a los libros editados con los inicios del balbuceante proletariado, abundaban en LA AURORA las reseñas culturales del momento, ya libros, obras teatrales, etc., pero en las tabaquerías resultaba tabú la lectura de obras más profundas como el “Ensayo político “de Humboldt, o la “Cecilia Valdés” de Villaverde.
El 14 de mayo de ese mismo 1866 --dos años antes del Grito de Yara--, el gobierno tomó cartas en el asunto, al dictar un bando de Orden Publico, ratificado por Lersundi, en el cual se prohibía distraer a los operarios de tabaquerías, talleres, y establecimientos en general con la lectura de libros o periódicos calificados de subversivos.
Mientras esto ocurría en la “Isla”, el movimiento de torcedores en la emigración tomaba otro curso: “…En las tabaquerías de  Cayo Hueso se leían, además de la prensa cubana y extranjera, obras históricas, sociológicas y literarias. Se preferían las crónicas  y las novelas. Entre las primeras la guerra en Cuba, las Campañas de Bolívar, la Revolución Francesa, y las empresas de Garibaldi. Entre las segundas: El Quijote –-que en algunos talleres llegó a leerse hasta diez veces,-- y Los Miserables…”
Allí la ideología mambisa encontró un oído atento, que se extendió a otros sectores sociales. Por tanto no era de extrañar que sobre ese pedestal madurara el pensamiento martiano. En 1893 las dos terceras partes de los clubes revolucionarios en la emigración se repartieran entre Tampa y Cayo Hueso. De tal manera que según pronosticara el propio Martí, surgiría: “…Un pueblo culto, con la mesa de pensar al lado de la de ganar el pan…”
Fue a 90 millas de nuestro país, donde en el Club San Carlos se proclamó la constitución del Partido Revolucionario Cubano; en sus talleres los jefes militares del 68 trabajaron como obreros y los intelectuales eran sus lectores; allí se leía con fuego en el corazón el último ejemplar de PATRIA, y la chaveta obrera estallaba  en aplausos al final de cada párrafo.
Muchos de sus seguidores más fervientes como el general Serafín Sánchez, el comandante Rogelio Castillo Poyo, y Diego Vicente Tejera, o Fernando Figueredo habían sido escogedores, tenedores de libros o lectores de tabaquería; por eso, ya antes de ir al Cayo el Apóstol había dicho: “…Anhelo una ocasión respetuosa de poner lo que me queda de corazón  junto al Cayo, de levantarlo ante los ojos de este mundo como prueba de lo que por sí, sin mano ajena y sin tiranía, pueda ser y habrá de ser nuestra República…”
El pasado año en mi visita a los Estados Unidos, no tuve oportunidad de ir a Tampa, pero sí a Cayo Hueso. Por mucho que lo cubanicemos, su oficial y verdadero nombre será siempre Key West. Lo  vi lindo, limpio, maquillado, alegre, bullicioso, pero tan falso como las caricaturas de Landaluze, a tal punto de crearse en esta población virtualmente llena de  efectos especiales  una  república de pacotilla y la oferta de “productos cubanos”, --café, ron, tabaco--. Pero principalmente al insistir más de una vez en visitar la casa donde vivió Martí y, recibir en todos lados la callada por respuesta.  

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