El
rápido recorrido que hicimos en la primera parte de esta serie por la
prehistoria del deporte, espero que les haya sido grata. El propósito fue
imaginarnos qué motivó a nuestros antepasados a liarse a golpes, o tratar de
ser cada uno más rápido, saltar más alto, o ser más fuerte. No fueron razones
atléticas, sino de subsistencia.
Incluso,
los famosos Juegos Panhelénicos inaugurados en el año 776 a.n.e. por el rey
Ifitus también tuvo otros propósitos como el de evitar nuevos enfrentamientos
con sus eternos rivales de Esparta, o dar
un respiro a las luchas intestinas de
sus belicosos pueblos autotitulados helénos para diferenciarse “democráticamente”
de sus vecinos --los colonizados bárbaros—.
Ahí
empezaron los cuentos de camino occidentales, dando origen a “guerras humanitarias” o “lucha contra el
terrorismo”.
Ellos
mismos –los griegos-- se reconocían
culturalmente unidos, como la UE, pero incapaces de gobernarse y
guerreaban hasta por gusto.
Fue
el oráculo de Delfos quien proclamó una tregua cada cuatro años a sus luchas intestinas para dedicarlas a celebrar los Juegos
Olímpicos de Atenas.
¿Y
quién era esa sagrada señora?
Una
diosa sí, pero también la capital de la ciudad estado más poderosa en el siglo
VIII a.n.e. Construida sobre un peñasco de la Acrópolis y durante casi mil años cuna de la
civilización occidental, como acostumbran hoy los grandes medios para
identificar la paternidad de sus “democráticos” ancestros. Algo cuestionable en
esta Grecia fondomonetarista de facto en el 2012.
En
fin, vayamos al grano: Cuando se encendía el fuego en honor al dios Zeus en su
propio templo, comenzaban las competencias durante siete días, cuyo único
premio era la gloria, representada por un humilde ramo de olivo. Claro, cuando
el ganador regresaba a su pueblo era aclamado como un héroe y recibía las
atribuciones contantes y sonantes, correspondientes a esa jerarquía.
De
aquellas primeras pruebas quisiéramos brindarles algunas aclaraciones. Mi nombre completo es Francisco Pascasio Blanco
Ávila, no confundir ese Pascasio de origen asturiano, con pancracio, especie de lucha libre
ligada con pugilato, donde se podía hasta patear o morder al contrario.
Otra
modalidad de entonces, digna de aclaración, eran las carreras de carros, --hoy
convertidas en diversas fórmulas del automovilismo—. Antaño los héroes eran los
aurigas, hoy son los motores fórmula 5, cada día más potentes.
Vayamos
pues a los cronistas deportivos de entonces: El primer registro que se tiene del levantamiento de pesas es el de un bloque de 480 kilos levantado
por Eunasta, hijo de Cristóbulo. Sin embargo, se dice que un tal Milón
acostumbraba a cargar diariamente un ternero como entrenamiento sistemático. En
la medida que el animal—el de arriba—aumentaba de peso, la otra bestia –el de
abajo-- tenía que romper su propio record hasta
que llegó a los 600 kilos. A partir de ese récord no se conoce otra
cifra. Cuenta la leyenda que Milón murió aplastado por el peso en su último
intento. Los actuales pesos de papel son más ligeros, pero pesan más a la hora
de comprar en el mercado.
Si
curioso resultan estos casos, más aún el del pugilato, antecedente de las
peleas de boxeo, cuyas reglas eran originalísimas. No había límites de tiempo.
Sólo acababan por abandono, golpe mortal, o desfiguración del rostro. Me
imagino los carteles de entonces:
“Hoy
Cayo Licurgo (El león de la Metro) vs. Kid Policleto (El tigre de Efeso). Pelea
revancha: Ojo por ojo y diente por diente…”
Sin
embargo, la realidad supera la ficción:
La fama de un tal Crotone de Calabria fue tal que se coronó campeón de carreras frente a Giauchiaden,
le ganó en pancracio a Timasiteo, y a Diappo
en boxeo; como si todo eso fuera poco fue vencedor cuatro veces de Astlio y
seis de Milo –todas estas en lucha-- .
En
una “entrevista de prensa” al final de uno de aquellos combates, el vencedor
Statofón dijo: “…El pugilato no es fácil. Cuando Ulises regresó a su hogar tras 20
años de odiseas por esos mares del mundo, fue reconocido de inmediato no sólo
por Penélope y su hijo, sino hasta por su fiel perro Argus. Yo, tras cuatro
horas de combate, --no ya mi perro Nerón, o mi familia--. ¡Ni yo mismo frente
al espejo podría identificarme!…”
Se
cumplía de esta forma el verdadero propósito de los juegos: En vez de
destriparse o machacarse por la libre en el campo de batalla, se permitía
hacerlo en la arena del coliseo bajo ciertas regulaciones que incluía tarjeta
roja de sangre cuando el árbitro notara alguna violación. En esos siete días la
gente no tendría que esperar a que los soldados regresaran del frente para que
les contaran sus hazañas; como espectadores podían disfrutar del espectáculo en
vivo y en directo, apoyar con gritos o aplausos a sus ídolos, y chiflar al contrario
en su camino al cementerio.
Hasta
los emperadores romanos podían competir con sus súbditos. Tres de ellos Tiberio,
Germánico, y Nerón, convertidos en aurigas ganaron carreras de carrozas de dos
ruedas y diez caballos. Resultaba harto difícil ganarle a estos reales competidores, sobre todo al
último de ellos... Si fue capaz de incendiar a Roma mientras tocaba la lira,
¿que haría con el que lo superara en la pista?
De
todas formas parecía imposible mantener
la paz en una época en que Grecia mantuvo tres Guerras Médicas con pronósticos
reservados, y otras tres menos graves
contra los espartanos en el Peloponeso.
Cuando
Atenas le pasó el batón de relevo a su vecina Roma, esta se comportó como
discípula adelantada del Dios Marte, pues enfrentó otras muchas hazañas bélicas
contra itálicos, etruscos y hasta rivalizó con la propia Grecia, que ganó a la larga pero le costó caro.
Recordemos que el rey Pirro, se les paró bonito y los hizo retroceder pero con
tal sacrifico que se vio obligado a reconocer; --Otra victoria como esta y estoy
perdido--. A la larga, los
únicos que a la postre derrotaron al Imperio Romano fueron los
pueblos bárbaros. Claro. al frente venía Atila el Huno, así calificado por no
ser segundo de nadie, aunque con evidente y barbárica falta de ortografía.
No
crean que fue fácil mantener el ciclo de competencias cada cuatro años. En ese
siglo solo se celebraron 21 Juegos
Deportivos Panhelénicos, y uno de sus principales episodios fue la
carrera de fondo que llevó el nombre de Maratón, debido a su origen en la batalla homónima. Como este trabajo también
viene resultando maratónico, en este mismo instante le pongo fin hasta la
próxima competencia. Nos vemos pues en la raya de arrancada.
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