Cuentan
que a finales del siglo XV, el gran navegante Cristóbal Colón, obsesionado por
la lectura de “Los Viajes de Marco Polo” se lanzó a la conquista del Mar
Tenebroso, aunque tuviese que seducir a su vez a los Reyes Católicos, para que
financiaran la peligrosa expedición en busca de la Ruta de las Especies.
Tras
interminables y azarosos días de viaje sus tres naves desembarcaron en una
isla, no por gusto bautizada San Salvador, donde sin ayuda de traductor alguno,
el Gran Almirante del Mar Océano logró de sus habitantes indígenas trazarle el
rumbo hacia otra ínsula cercana, pero mucho mayor en tamaño. Por su mente pasó
de nuevo la imagen protectora del fabuloso Cipango oriental, pero en su lugar,
el 24 de octubre de 1492, se tropezó con la isla de Cuba, a la que por su clima
benigno, bucólicos paisajes y el trato amistoso de las tribus autóctonas nombró:
“La
Tierra más bella que ojos humanos han visto….” Por esa razón hoy podemos
contarles esta historia.
Seis
años más tarde, en 1498, al concluir su tercer viaje al Nuevo Mundo, aumentó la
parada en una carta a los monarcas ibéricos, donde narra lo que consideró el
Paraíso Terrenal, o sea la desembocadura del Orinoco en las costas de lo que
más tarde se reconociera como América del Sur, pero descrita por nuestro genial
Alejo Carpentier de esta forma en la obra “El siglo de las luces”:
”..
Colón hallábase frente a las Bocas del Dragón, donde viera el agua dulce
trabada en pelea con el agua salada desde los días de la Creación del Mundo. …La
dulce empujaba a la salada porque no entrase, y ésta porque la otra no
saliese…”
Símil
del lugar de confluencia con las cuatro corrientes de agua dulce que regaban el
paraíso terrenal, según la leyenda arcaica de la Biblia, recogida en la
geografía delirante de Colón: Es decir los ríos de la cuenca de la Guayana: Cuyuni,
Mazaruni, Corentin y el Esequibo, éste último caudal fronterizo con la actual Venezuela. Pero
eso era solo el comienzo de la aventura: Los colonizadores españoles se
lanzaron desde el inicio al encuentro de otras riquezas menos aromáticas pero
más acaudaladas que las especies del cuento, dadas a conocer como la leyenda de
El Dorado. Es por esa razón que los primeros pobladores asentados en dicha
región selvática e inhóspita no fueran españoles sino holandeses y que a partir
de 1626 comerciaron con las tribus autóctonas--caribes y arawaks--seguidos unos
20 años más tarde por súbditos de la Gran Bretaña que se apoderaron de zonas en
litigio con España en una controversia por el Esequibo, lo cual se arrastra
desde la llegada de la Pérfida Albión al subcontinente y que se ha extendido hasta
la actualidad. Pero…
¿A qué se debe ese alboroto?: Tanto a las riquezas del subsuelo como a la situación
geopolítica de dicha región, situada en el corazón mismo del segundo estuario
más extenso de América del Sur, con una cuenca acuífera envidiable, además por
lo intrincado del territorio en disputa, y las ambiciones colonialistas, a
menudo ocultas, pero que aún subsisten.
Veamos:
Muy cerca de allí. en una zona inaccesible y selvática de Venezuela--también
colindante con Brasil--exactamente en la meseta llamada Ayuan-tepui, existe uno
de los accidentes geográficos más espectaculares del mundo, pero a pesar de
ello pasaron más de 537 años antes de que ocurriera este nuevo descubrimiento en
1935 gracias--¿a la casualidad o a la temeridad?--de Jimmy Ángel, un aviador
norteamericano en busca de tesoros escondidos que estrelló su avioneta muy
cerca de allí a su regreso dos años más tarde para constatar la hazaña.
Se
trata de las cataratas conocidas como el Salto Ángel--en honor a su
descubridor--con cerca de 1000 metros de altura, superior casi 20 veces a las del
Niágara y situadas a 258 kilómetros al sur de Ciudad Guayana, pero en el estado venezolano de Bolívar y más exactamente, en una meseta llamada Auyan-Tepuy, intrincadísima
zona de la selva amazónica.
El
fenómeno se explica por las propias maravillas de este mundo: Cualquier caída natural
de agua con esa envergadura, no solo se ve desde muy lejos sino que ocasiona un
estruendo descomunal audible a grandes distancias, pero ésta a la cual nos
referimos--ni se oye ni se ve--pues por su propia altura el líquido que cae se
atomiza antes de tocar tierra y por tanto no produce ningún ruido en su base. Más
detalles de esta maravilla la pueden obtener del colega Alexis Schlachter en su
libro “Geografía sorprendente” de la Editorial Oriente en el 2002. Sin
embargo, las tres fotos que acompañan este trabajo fueron copiadas de una
revista LIFE publicada en la segunda mitad del pasado siglo. En ellas se
reflejan momentos de dicho descubrimiento.
Por
tanto, fueron son y serán las riquezas naturales o estratégicas, herederas de
siglos de explotación, prepotencia y colonialismo, algunos de los males
generadores de conflictos aún hoy bajo disputa como este del Esequibo; el de
las islas Malvinas entre Argentina y el Reino Unido; o el sostenido entre Chile
y Bolivia por una salida de esta última al Pacífico. Estos son solo tres diferendos
referidos a Nuestra América.
La
reciente visita del Papa Francisco a Cuba y a los Estados Unidos, sus plegarias
contra las guerras y el terrorismo; así como por un mundo de paz y de diálogo
serio entre los países en disputa bajo el arbitrio de la Asamblea General de
las Naciones Unidas, es un paso más hacia dicha meta que nos llena de
esperanzas y sobre todo porque a la larga, somos una familia; vivimos en una
sola casa en peligro de extinción que es ese Paraíso Terrenal soñado por
Cristóbal Colón en aquel octubre de 1498 frente al conflictivo Esequibo.
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