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15 nov 2015

SAGITARIOS DE FIESTA



Supuestas víctimas de la Primera Guerra Mundial cebaron con la dulce gramínea las vacas gordas de los magnates en Cuba; país monoproductor que vio aumentado el precio del azúcar de un día para otro. La fiesta del derroche menocalista duró hasta el “crac” bancario de 1929, pero junto con ello dio comienzo una crisis económica mundial parecida a la actual, pero mucho mas subdesarrollada. Es decir: Llegaron las vacas flacas. 
El Imperialismo yanqui apostó por una pronta recuperación de la isla escualida y la burguesía criolla se vacunó en sus palacetes de la Quinta Avenida, mientras Liborio seguía padeciendo la pandemia (falta de pan) del “tiempo muerto” entre zafra y zafra.

En ese contexto aparezco yo. Y como me lo contaron se los cuento, pues ese día estaba aún en el claustro materno.
Dice mi familia que en la madrugada del 28 de noviembre de 1930 se le presentó a la comadrona que atendía a mi madre María Luisa Ávila en su hogar de la calle Marqués de la Torre y San Nicolás un parto sumamente difícil, a tal punto que tuvieron que correr con ella, --mi mamá, no la comadrona--, para la entonces “Clínica Casuso” sita en la Calzada de Jesús del Monte y Santos Suarez, hoy el asilo de ancianos “24 de febrero” sito en 10 de Octubre Núm. 430 frente al Teatro Apolo, que en la actualidad ya no pasa películas, pero se materializan los “Sueños Mágicos” de jóvenes ilusionistas bajo la varita del profesor Gardini.
Treinta y dos días después, al otro lado de la ciudad--exactamente el 30 de diciembre de 1930--en la Colina Taganana, donde estaba situada la Batería de Santa Clara, (Patrimonio de la Humanidad) en un reparto residencial hasta entonces prácticamente Vedado, vino al mundo otro habanero, pero a diferencia mía, en cuna de oro. Era el lujoso Hotel Nacional, bautizado por Carpentier como “El Castillo Encantado”. Su paternidad fue compartida entre los yanquis Mc Kim, Meade and White, y Purdy Henderson and Co.
Nacimos pues, casi juntos pero no revueltos. De origen pobre, en un barrio obrero, con calles de tierra excepto las tres calzadas que lo atravesaban: Concha, Luyanó y Jesús del Monte, mi niñez no podía parecerse en nada a la de aquel gigante turístico y aristocrático del Vedado a orillas del fresco Malecón habanero. Corrían los tiempos difíciles del “machadato” que dio origen al crac del sistema bancario internacional.
Llevado a la Presidencia por los liberales, Gerardo Machado quiso prorrogarse en el poder. Su impopular gobierno se caracterizó por una política educacional “sui generis” con el cierre a palos de la Universidad, palma-cristi incluído, que se le brindaba gratis a los estudiantes, y la Ley de Fuga aplicada a los más recalcitrantes.
Para algunos guatacas Machado era “El Egregio”, por el contrario, para otros verdaderamente dignos “El asno con garras”, como lo bautizara Villena.
Resultado de tanta opresión y resistencia, el tiro andaba sato por las calles en una época donde se imponía la ley del gatillo alegre. Eso no resultaba un obstáculo para que opulentos sibaritas degustaran ricos manjares en los restaurantes del Nacional; en tanto que la dieta familiar en casa era a base de harina con boniato excepto yo que por suerte seguía lactando.
Cuando cayó la dictadura en agosto de 1933, surgió un gobierno ¿de coalición?, donde se halaban las orejas liberales continuistas, rebeldes de izquierda; así como sargentos y clases arribistas que se habían sumado tardíamente a la insurrección cuando vieron que la cosa se ponía mala a los oficiales de alta graduación: El asunto se le escapaba de las manos al embajador yanqui Summer Welles.
Quiso la historia que la rebelión de los sargentos el 4 de septiembre de 1933 desplazara de su cargo en las Fuerzas Armadas al general Julio Sanguily, quien se mudaba de inmediato al Hotel Nacional por temor a represalias y dos días después por distintas causas también lo hiciera el embajador yanqui Welles--¿Casualidad verdad?--.Veamos más o menos lo qué pasó:
El 30 de septiembre de 1933 el Hotel, debido a su situación geográfica en un peñón, a orillas del mar, con su arquitectura monolítica y otras condiciones, fue escogido como bastión del alto mando entorchado.
En la madrugada del 2 de octubre de comienza el asedio. --¿Con el jefe de la diplomacia yanqui adentro?-- Los oficiales, bien entrenados y mejor atrincherados pero con pocas armas, lograron una eficaz resistencia frente a miles de soldados del Gobierno. Los sitiados tuvieron 14 bajas de ellas sólo dos muertos, mientras las bisoñas tropas del sargento-taquígrafo devenido en coronel Batista, sufrían cerca de 100 fallecidos y el doble de heridos.
Sin embargo, aquello duró poco y a las 4 de la tarde de ese mismo día, los sitiados se rindieron cuando se les acabó el otro parque—tal vez el alimenticio—y como testimonio del combate los exteriores de la instalación turística quedaron marcados por virulentas llagas de plomo.
Poca visión tuve yo de esos hechos, con solo tres añitos desde mi improvisado refugio debajo de la cama, al son de los bombazos y las ametralladoras. Pero mis mayores me contaban que el embajador yanqui, mientras manejaba los hilos del conflicto desde su improvisada suite en el propio hotel, logró que el papalote de la “Revolución del 33 se fuera a bolina”, como lo describiera Raúl Roa en su libro homónimo.
A pesar de ello, con el gobierno de los 100 días se vislumbró una luz al final del túnel. Pero de nuevo aparecía el cachumbambé de la politiquería con gobiernos entreguistas y aires de grandeza soplando al oído de las clases “vivas” mientras el pueblo era caracterizado como “el Bobo” de Abela en sus caricaturas.
Personalidades de todo el mundo por esa época —entre ellos Winston Churchil--, llenaron de aromático humo los salones del hotel, en una especie de propaganda gratuita al mejor tabaco del mundo. Otra figura del momento fue Buster Keaton, a quien de niño imaginé hospedándose allí por señas, pues jamás le oí una sola palabra en el cine.
Correteaba mi niñez a lo largo de la década de los años treinta, y amante del beisbol, jugaba a la pelota en los terrenos de la Loma del Burro en Luyanó; especie de favela criolla conocida popularmente como el barrio de indigentes de “Las Yaguas”. Mientras esto ocurría allí, el Hotel le daba acogida a mi ídolo de entonces en las Grandes Ligas: Ted Williams.
La galería de celebridades en la instalación recoge la presencia de los Duques de Windsor, los Reyes de Bélgica y al descubridor de la penicilina Sir. Alexander Flemming, quienes ocuparon en su momento algunas de las 15 suites del inmueble, incluyendo la presidencial. Y que estrellas de Hollywood como Marlon Brando, Tyrone Power, Frank Sinatra, Errol Flynn, y Ava Gardner entre otros, pudieron escoger entre las 415 habitaciones restantes, en tanto Rita Hayword rememoraba su “Escuela de Sirenas” en la piscina del hotel.
Sin embargo, lamentable fue el caso de la afamada Josefine Baker, contratada para actuar en el cabaret de la instalación; sin embargo no podía alojarse en las habitaciones del inmueble víctima de la discriminación racial y motivo de encendidas polémicas en la prensa de los años cuarenta; pero, de nuevo se desviaba la atención: Otro conflicto por el reparto del mundo enlutó a Europa: La Segunda Guerra Mundial.
El gobierno cubano, apéndice genuflexo del Tío Sam se sumó al carro belicista, con no pocos síntomas de desabastecimiento mientras otros especulaban por la cercanía del floreciente mercado yanqui. Sin embargo, Cuba—como siempre--pagó con el asedio de sus costas y el hundimiento de varias naves mercantes.
Huéspedes del Nacional convertido en atalaya, y asomados a los mismos balcones donde izaron bandera blanca los entorchados del 33, fueron testigos de la primera y única vez que la farola del Morro en un alarde seudo-belicista—de nuevo con el beneplácito de Batista—apagó sus fanales durante algunos años, dicen que para evitar el ataque enemigo a la ciudad de La Habana, esta vez serían nazis en vez de ingleses, los interesados en tomarla.
Sin embargo, no faltaron personalidades más pacifistas que disfrutaron de las comodidades de la instalación turística: A saber: Jorge Negrete, María Félix, Agustín Lara, Rómulo Gallegos y por último, ya madurita en el siglo actual, Sarita Montiel y su nuevo amor cubano. Ernest Hemingway también aparece en la lista de sus huéspedes ilustres; sin embargo, pronto se mudó al hotel “Ambos Mundos”, para estar más cerca de su mojito en “La Bodeguita” y de su daiquirí en “El Floridita”. 
Se sabe que las tropas yanquis tras la campaña africana durante la Segunda Guerra Mundial entraron a territorio italiano desde el sur de la península, logrando arrollar a las tropas de Mussolini, gracias al apoyo de la mafia siciliana. Y parece que Lucky Luciano fue uno de los artífices de la operación, porque a partir de entonces aumentó su autoridad entre las “familias” que dirigían la mafia del juego, y la prostitución en los Estados Unidos.
El puritanismo yanqui de entonces rechazaba la introducción de la droga en sus negocios y se le prohibió su entrada en los EE.UU. pero estaban en deuda con el “Dichoso” Luciano, quien montó su guarida en el Hotel Nacional, desde donde declaró la guerra a las “familias” azurras en el Norte revuelto y brutal e impuso el narcotráfico a punta de pistola.
Sus testaferros, Giancana, Trafficante y Meyer Lansky, así como el peliculero George Raft, eran figuras privilegiadas en los salones del Nacional, y administraban el casino en ése y el resto de los hoteles de lujo de la capital.
Eso duró hasta la tercera parte de “El Padrino”, el resto lo saben ustedes. La mafia se mudó para la zona semidesértica de Nevada donde no se cultivaba el tabaco y sin embargo era conocida por Las Vegas. Hoy Estados Unido-además de su afición al juego prohibido y la prostitución es además, el primer país consumidor de drogas, y el mayor traficante de estupefacientes en el mundo.
Pero hay otra etapa cantada por Carlos Puebla cuando lanzó aquello de …“Llegó el Comandante y mandó a parar…”. El Nacional vio con sorpresa en el monumento al “Maine” frente a sus instalaciones, el derribo del águila imperial como un símbolo de los nuevos tiempos. La administración pasó del billete verde al verde olivo, y la gerencia mantuvo cierta preferencia para los turistas de otras latitudes que se convertían en repitentes gracias a la magia del buen servicio.
Con el período especial surge de nuevo cierta involución con la doble moneda, pero el hotel seguía ofertando, piscinas, habitaciones, tiendas, bares, restaurantes, cafeterías, La Casa del Habano, el Cabaret Parisién, el Piso Ejecutivo, etc. Por entonces el Hotel, según el Poeta Nacional Nicolás Guillén, tenía lo que debía de tener, excepto el Casino de Juego, ni falta que nos hacía.
Considerado aún uno de los 10 palacios-hoteles del planeta, el Hotel Nacional ya había obtenido el tercer lugar entre las mejores instalaciones hoteleras del mundo solo superado por la ·”Mamonia”·de Marrakech, y el “Ritz” de París, cuando—hace 15 años en 2005--el IV Encuentro de los Mejores Hoteles del Mundo lo llevó al Primer Lugar, junto a la mejor isla: Cuba y la mejor playa: Varadero.
En esa ocasión fue entrevistado su Gerente General, el Sr. Antonio (Tony) Martínez, quien reconoció que “El Hotel Nacional no es el mejor del mundo, sino el más preferido”. Aquí lo vemos en esta instantánea, muchos años antes, como miembro del ejecutivo de los CDR, inaugurando una exposición del semanario PALANTE en el Parque Lenin:
Independientemente de la situación económica que ha tenido que atravesar la nación y sus instituciones durante más de 50 años de bloqueo, agudizada por el período especial, la instalación turística sigue dando la hora, gracias a la selección de su personal, a la exquisitez en el buen trato, y a la constante preocupación por darle el mantenimiento correcto y oportuno.
Con los actuales pasos hacia la normalización de relaciones diplomáticas con el Tío Sam y la posible eliminación del Bloqueo, aumentan las expectativas económicas y de florecimiento turístico.
Por lo tanto no hay comparación, ni pretendo medirme con nuestro hotel insignia; pero de que somos contemporáneos, no hay quien me lo discuta, y me basta con seguir el ejemplo del Maestro, en eso de “Honrar honra”. 
Por último guardo en mi corazón un hecho inolvidable: Al cumplir el Hotel Nacional sus 50 abriles en noviembre-diciembre de 1980, tuve el alto honor de ser invitado a la recepción donde se homenajeaba a sus trabajadores cincuentenarios, haciéndoles caricaturas in situ a todos y cada uno de aquellos abnegados gastronómicos. Hasta altas horas de la noche con el lápiz juguetón en la mano derecha y un coctel en la zurda –al estilo de Maradona--cumplí con agrado la honrosa tarea.
Lo que no sabía ninguno de aquellos cincuentones es que en esa fecha yo también arribaba a la media rueda… Sagitarios ambos–el hotel y yo--cumplimos en estos días de noviembre 85 años en una emulación fraternal, como en una carrera del Marabana, donde de antemano se sabe quien ganará, porque queda poco Paco, pero… Hay Nacional para rato.
Aprovecho esta festividad para extender mis parabienes al abuelo del Nacional y de todos los demás hospederos--el Hotel Inglaterra--que el próximo 23 de diciembre arriba a sus 140 años de existencia en la mítica Acera del Louvre y que tiene entre sus méritos el haber albergado allí a nuestro Apóstol José Martí el 2 de abril de 1879 y un año después—del 4 de febrero al 24 de julio de 1890—al Titán de Bronce, ¡FELICIDADES A AMBOS DOS HOTELES!

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