En
este 2019, La Habana, capital de todos los cubanos y una de las “Siete Ciudades Maravillas del Mundo Moderno”, se engalana para
arribar a su medio milenio el próximo 16 de noviembre.
Fue
además la cuna del más universal de sus hijos, José Marti, nacido el 28 de
enero de 1853 en la calle Paula del Casco Histórico Capitalino y por tanto, muy
cerca también de celebrar su onomástico.
Fue
tal la obra de su apasionada vida que resultaría irrisoria cualquier narración
mía. Había transcurrido cuatro años exactos, de su deportación en enero de 1871,
cuando tras su condena en la Cárcel Nacional por el delito de infidencia y gracias
a la súplica de su madre Leonor Pérez--dirigida al entonces Capitán General--se
le concede el permiso de deportación y parte hacia Cádiz, España, en el vapor
“Guipúzcoa” el 15 de enero de 1871.
Esa
ausencia en lugar de amilanarlo, acrecentó su voluntad de superarse y luchar por
la justa causa de Cuba. En dicha etapa Martí despliega una febril actividad
política e intelectual en diversos periódicos e instituciones culturales de la
península, a tal punto que el Consulado de México en Madrid, solicita su
extradición al país azteca por gestiones de las autoridades universitarias
aragonesas.
De
Madrid viaja a París, y en esa breve estancia le es presentado el famoso
escritor Víctor Hugo. Del puerto de Le Havre pasa a Liverpool, itinerario en
que lo sorprende el nuevo año 1875, cuando aborda el trasatlántico “Celtic” en dirección a Estados
Unidos.
Es
en este trayecto que ocurre un fatídico acontecimiento: Desconoce que su
hermana Mariana Salustiana ha fallecido en México a los 19 años de edad el 5 de
enero, precisamente a sólo catorce días de su arribo a Nueva York. Lo cierto es
que en la ciudad de los rascacielos, el 26 de enero parte precisamente a
reunirse con su familia en México en el vapor estadounidense “City of Mérida” con una breve
escala en Progreso, puerto mexicano.
Y
es aquí donde quiero detenerme para imaginármelo con sólo 22 años de edad y a
cuatro de su injusto destierro, sabiendo que en la breve escala programada para
su amada ciudad de La Habana, le está prohibido bajar a tierra. De ahí que lo
representemos ese 31 de enero de 1875 tristemente recostado a la barandilla del
barco, ante la imponente esbeltez del Morro habanero.
Había
trascurrido una semana exacta de su salida de los EE.UU. cuando se reanuda la
travesía, con una breve escala en el puerto de Progreso y arriba a Veracruz en
la tarde del 8 de febrero, continuando viaje en tren hasta la capital de México, y es aquí--en la
estación de Buenavista--donde se entera del fallecimiento de su hermana al ver
a su padre con un brazalete luctuoso. Lo acompaña en el recibimiento quien
fuera a partir de ahora, su mejor amigo, protector y confidente mexicano:
Manuel Mercado.
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