Ya
comienzan en la ciudad de La Habana--una de las Siete Ciudades Maravillas del
Mundo Moderno y capital de todos los cubanos--los festejos para celebrar sus
cinco siglos de existencia, el próximo 19 de noviembre.
Sin
embargo, si la memoria no me falla, el 17 de marzo de 1949--hace exactamente 70
años--ocurrió un bochornoso acto que pasó a la historia como una señal más de impotencia
burguesa ante la arrogancia del imperio yanqui en nuestro país.
En
una primaveral noche habanera, un grupo de marines yanquis surtos en el puerto,
y tal vez drogados o víctimas del codiciado ron cubano, provocaron un grave
incidente en el Parque Central de la capital al trepar al monumento del apóstol
José Martí. Uno de ellos--bajo los efectos del alcohol, la mariguana o la
prepotencia—trepó hasta sentarse sobre sus hombros y descargó la vejiga ante el
jolgorio etílico de sus compañeros. Acto que fue fuera graficado por un
fotógrafo local.

Para
comprenderlo tendríamos que remontarnos a las condiciones existentes en nuestro
país por esa época: Según el erudito Raúl Roa, la Revolución Antimachadista del
33, “se había ido a bolina” y una representación de aquellos Partidos
Revolucionarios autoproclamados (Auténticos) llegaron al poder por primera vez
en las elecciones de 1944 frente al oficialista Saladrigas, con el éxito del Dr.
Ramón Grau San Martín que bajo la melosa consigna de “La cubanidad es amor”
accedió por amplia mayoría de votos a la presidencia de la República.
A
partir de ese multitudinario triunfo surgieron contradicciones internas que
dieron al traste con las aspiraciones populares, sobre todo minando el
movimiento obrero como institución de masas, y situando en su lugar una claque
mafiosa conocida como “mujalismo” y plegable a los nuevos mandatarios de turno
y sus viejos amos del Imperio.
En
realidad eran politicastros corruptos que se iban adueñando de las riquezas de
nuestro país, traicionando sus propios orígenes patrióticos.
Los
ocho años transcurridos tras las elecciones de 1944, marcaron un retroceso en la
tranquilidad ciudadana, con bandas mafiosas, chantajes de todo tipo, pero
también el auge inversionista de millonarias mafias norteamericanas al frente
de los grandes casinos de juego, hoteles de lujo, drogas y prostitución de todo
tipo, marcados por el auge de las pandillas armadas y el cola de pato rodante.
En medio de tanta desfachatez, es que surgen incidentes como el abordado en el
Parque Central de la capital a comienzo de este trabajo.
Sin
embargo--de sus propias fila auténticas-- surgieron otros cubanos más ortodoxos
esgrimiendo la escoba redentora para limpiar el país de impurezas con la
consigna de “Vergüenza contra dinero”.
Lamentablemente
la putrefacción política —ya contaminada hasta los tuétanos-- había avanzado
tanto que el propio Eduardo Chibás fue víctima de la conjura estatal. Su mortal
aldabonazo frente a los micrófonos redentores de la CMQ marco la juvenil ruptura
ortodoxa con su contaminada dirigencia y por tanto se veía imposibilitada de
lograr los necesarios y profundos cambios, dando paso a un enemigo aún más
peligroso, que acechaba en las sombras de los cuarteles.
Aquel
golpe de estado militar del 10 de marzo de 1952, rebozó la copa de tanta
desvergüenza y a partir de entonces no habría marcha atrás. De las propias filas
ortodoxas un año más tarde respondieron los jóvenes de la Generación del
Centenario, que con su sangre redentora echaron a andar el pequeño motor
insurreccional del 26 de Julio de 1953 en el Cuartel Moncada y el Carlos
Manuel de Céspedes en la región oriental, con tal energía que en solo 5 años, 5
meses y 5 días, echó definitivamente del poder en todo el archipiélago al
golpismo y su oligarquía corrupta.
Por
tanto no resulta novedoso que al frente de ese heroico acontecimiento liberador
estuviera el mismo joven llamado Fidel que cuatro años atrás había denunciado ante
las autoridades competentes la afrenta realizada en el Parque Central de La
Habana por aquel desvergonzado grupúsculo de marines prepotentes.
Éste
es solo un anticipo de lo que les vendría después con el ataque a los cuarteles
Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, con la indomables barbas guerrilleras de
la Sierra Maestra, y la Batalla de Santa Clara, como un anticipo de lo que les
vendría encima a partir del primero de enero de 1959.
Por
tanto, no debe sorprenderse nadie de que, “a
setenta años de aquella afrenta a nuestro Apóstol en el Parque Central y
sesenta de una triunfal Revolución Socialista”,
el invicto pueblo cubano refrendara su nueva Carta Magna con otro contunde SI POR CUBA.
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