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10 jul 2011

El marañón No. 5: EL DERECHO DE CALLAR

Cuando yo era chiquitico y del mamey, ya mi madre era adicta a los seriales románticos con la diferencia de que tenía que imaginarse a los artistas, porque se trataba de radionovelas. Por ejemplo no sabía si el protagonista Guillermo de Mancha con esa viril voz de galán era joven o viejo, calvo o barrigón; y si la intérprete de dama joven Nenita Viera, ocultara bajo el maquillaje incómodas patas de gallina o usaba peluca.
Pero la cosa comenzó mucho antes: La génesis de los culebrones, en tiempos de mi abuela –o sea antes de que existiera la radio--era peor, pues los episodios tocaban semanalmente a la puerta de la calle en forma de folletines que se alquilaban por un tiempo prudente, y cumplido el plazo, volvía el proveedor con el siguiente capítulo. Así entraron en nuestra casa a retazos antes de yo nacer: La Dama de las Camelias, Los Miserables y hasta Los Tres Mosqueteros.
Si nos remontamos a la etapa radial que comenzó en Cuba alrededor de los años veinte del pasado siglo, vemos de buenas a primera en un rincón de la sala, a ese aparato radio-receptor RCA-Víctor de cuatro patas, más alto que yo. Todo lo nuevo causa rechazo, y aquel armatoste que se había colado de intruso en el hogar, para robarme el protagonismo familiar, ofrecía pocas ventajas, pues la radiodifusión estaba como yo, en pañales, y la programación balbuceaba pocas palabras y menos opciones; por tanto el distribuidor te lo dejaba un tiempo gratis –digamos un mes--, para que lo probaras, y si te satisfacía su oferta, lo comenzaras a liquidar…¿Cómo?... Pues, como decía el habilidoso que nos vendió también el juego de sillones de mimbre: --¡Para que lo pague en cómodos plazos!
En la más famosa de todas las radionovelas cubanas: “El Derecho de Nacer” del autor Félix B. Caignet, ocurrió algo inusual. La anécdota la tomé del libro de Reynaldo González titulado”El más humano de los actores” (Ediciones Unión, 2009).
Resulta que el capítulo titulado ¿Ya habló Don Rafael del Junco? página 194,dio pie a esta sabrosa “descarguita” que trataré de sintetizara continuación:

Corría el año 1948 y en medio de la guerra de los jabones, (Crusellas vs. Sabatés), patrocinadores de las populares radionovelas de entonces, ajustan sus respectivos contratos con los actores, mientras se organiza el cuadro de comedias de la primera de esas firmas.
Los principales intérpretes estaban obligados a firmar sus convenios con las empresas patrocinadoras, no con la estación radiofónica, y uno de ellos, José Goule, era menos beneficiado porque cobraba bajo una especie de destajo llamado bolo en la jerga del sector.
Según el libreto, su personaje Don Rafael del Junco, debía morir en un momento clave de la trama donde se daría a conocer el vínculo hereditario del protagonista principal: Albertico Limonta, y así mantener el suspense en la trama… Pero dejemos que lo cuente el propio autor del libro:
“…Don Rafael encamina sus pasos hacia la residencia de Albertico Limonta, se topó allí con Mamá Dolores, animó una escena violentísima con la buena negra y el fenomenal disgusto le proporcionó la embolia necesaria para no pronunciar una palabra más… El autor y su maquinita habían cumplido la extraña misión…”
Pero una cosa piensa el borracho y otra el bodeguero: El actor que personificaba el odiado personaje consideró que, dada la situación de intriga creada, era el momento de plantear sus reivindicaciones salariales y se para bonito: --Yo no me muero, porq ue ustedes me pagan por capítulo de actuación--. La radioaudiencia, ajena por completo a los conflictos internos y reales, se convierte en cómplice virtual del demandante, La radio no es la televisión, ni se ve lo que está pasando tras el micrófono.
Y sigue narrando Reynaldo en el libro:
“…Se dice que el propio Goar Mestre (dueño de la CMQ), se siente chantajeado y desde su despacho lanza una orden terminante al autor: --Félix, deja morir a ese viejo en el hospital, o que Albertico Limonta lo estrangule porque le estropeó el árbol genealógico, busca otro actor, cualquier cosa, pero desaparécelo--…Caignet, obligado a cumplir una orden que le estropea los planes de sus episodios sopesa las circunstancias: sustituir al actor desconcertaría a la radio audiencia con una voz nueva, eliminar al personaje rompería el trazado de su argumento. Concebía el accidente de la mudez, como un punto de giro hacia nuevos conflictos, cuando ahora todo se viene abajo. Toma una decisión diferente: alargar la situación y ayudar al actor, que es su amigo…”
A partir de entonces capítulo a capítulo, solo se escuchan los estertores, la tos y la agonía de un viejo desahuciado, pero ni una palabra sale de su boca. La prensa a caza de cualquier escándalo se aprovecha de la situación:
“…Nadie se mantiene callado con tanta sonoridad como Don Rafael del Junco. Su silencio es un escándalo extendido del 23 de noviembre de 1948 al 24 de febrero de 1949 –capítulos 197 a 272—tres meses en que los seguidores de “El Derecho de Nacer” solo escucharán gemidos, carraspeos, desesperados intentos por comunicarse con la familia alrededor de su lecho…”
Así se narran los sucesos en el libro de marras. Nunca se explicó cual era la verdadera causa que, como un cerrojo, paralizaba el habla al dueño del palacete y le prohibía lanzar la exclamación que todos esperaban, y que mantienía en vilo durante 95 capítulos a los radioescuchas cubanos: --¡Albertico, eres mi nieto!
Hasta aquí la anécdota del incidente que provocó el culebrón del silencio más largo en la historia de las radionovelas cubanas, --y tal vez del mundo--. No seguimos contando el argumento, porque también fue la más divulgada de todas, incluso llevada al cine en numerosas versiones. “El derecho de nacer” puede considerarse el superfolletín de todos los folletines, con los ingredientes necesarios para reclamar a su vez “El derecho de llorar”. Este incidente de la versión criolla, solo justifica la razón de Don Rafael del Junco (perdón, José Goulé) para imponer “El Derecho de callar”

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