En
medio de las actividades por la celebración de la XXV Feria Internacional del
Libro de la Habana (FIL), abordo con satisfacción una actividad insoslayable.
Se trata del Día de los Enamorados—14 de febrero—y en esta ocasión quiero
detenerme en una de sus manifestaciones más breve húmeda y sentida: El beso.
Según la prédica evangélica ese ósculo surgió en el mismísimo Paraíso entre frutas prohibidas y hojas de parra, para enredar en el Pecado Capital a nuestros padres fundadores Adán y Eva. Que fuera una manzana o una fruta bomba, me inclino por esta última, ya que la primera se considera silvestre en nuestro país.
Lo que si consta seriamente en los anales de la historia es que el beso se conoce desde tiempos inmemoriales, aunque se exprese de diferentes formas, incluso en pueblos originarios con parejas rozándose la nariz en vez de utilizar la boca.
En el Kamasutra, enciclopedia de la sexualidad india, se incluyen 30 contactos labiales distintos. Y tal vez al macedonio Alejandro Magno y sus campañas militares se deba la expansión del beso a la cultura greco-romana mucho antes de que Marco Polo descubriera la Ruta de la Seda.
Lo cierto es que en su devenir histórico, fuese considerado parte consustancial de la fornicación y por tanto víctima de la intolerancia y persecución del clero durante el oscurantismo medieval. A tal punto que el duque de Venecia, allá por el siglo XI, ordenó decapitar a su propio hijo por besar a una doncella en público sin antes contraer nupcias.
También cuenta el Evangelio que el beso de Judas Iscariote a Jesús de Nazareth, sirvió para identificarlo ante sus enemigos, por tanto puede representar también la traición y la muerte no el amor. Igualmente besos fúnebres se propinan algunos miembros de la mafia siciliana, tan divulgados en obras como “El padrino” de Mario Tuzo llevado al cine por Francis Ford Coppola.
Pero si trágicas han sido dichas consecuencias, muy diferente fue el aporte de los escritores clásicos infantiles como los hermanos Grimm, Perrault, Anderson y compañía, quienes impusieron aquellos fabulosos besos climatéricos que como ave fénix revivieran los príncipes encantados a sus respectivas “Cenicientas” o “Blanca Nieves”. A propósito, son antológicas dichas versiones de Walt Disney en dibujos animados para el cine.
A partir de aquí abordaremos el beso a una velocidad de 24 por segundo, pues tuvo su antecedente en aquella primera prueba del cinematógrafo con 120 años de antigüedad, cuando Thomas Alba Edison lo plasmara en su filme “The Kiss” de 1896 y parece que aquello creó adicción, pues a partir de entonces Hollywood impuso el besuqueo a troche y moche con algunos de ellos clásicos como el beso robado de Clark Gable a Scarlett O´Hara en “Lo que el viento se llevo” o el beso abúr en el aeropuerto de “Casablanca” entre Humphrey Bogart y Lauren Bacall durante la Segunda Guerra Mundial, o el beso pasado por agua entre el inmigrante Jack y la superviviente Rose mientras el “Titanic” se hundía en las tinieblas heladas del Atlántico; para poner solo tres ejemplos dramáticos, pues en la inmensa mayoría de los casos Hollywood optaba por el final feliz (MADE IN USA).
Y es en este aspecto que quisiera detenerme, pues fue también motivo de inspiración para mi musa satírica entre la guerra y la paz en tiempos de zozobra post bélica gracias a otra gran superproducción pero esta en francés titulada “Hiroshima mon amour”.
Según la prédica evangélica ese ósculo surgió en el mismísimo Paraíso entre frutas prohibidas y hojas de parra, para enredar en el Pecado Capital a nuestros padres fundadores Adán y Eva. Que fuera una manzana o una fruta bomba, me inclino por esta última, ya que la primera se considera silvestre en nuestro país.
Lo que si consta seriamente en los anales de la historia es que el beso se conoce desde tiempos inmemoriales, aunque se exprese de diferentes formas, incluso en pueblos originarios con parejas rozándose la nariz en vez de utilizar la boca.
En el Kamasutra, enciclopedia de la sexualidad india, se incluyen 30 contactos labiales distintos. Y tal vez al macedonio Alejandro Magno y sus campañas militares se deba la expansión del beso a la cultura greco-romana mucho antes de que Marco Polo descubriera la Ruta de la Seda.
Lo cierto es que en su devenir histórico, fuese considerado parte consustancial de la fornicación y por tanto víctima de la intolerancia y persecución del clero durante el oscurantismo medieval. A tal punto que el duque de Venecia, allá por el siglo XI, ordenó decapitar a su propio hijo por besar a una doncella en público sin antes contraer nupcias.
También cuenta el Evangelio que el beso de Judas Iscariote a Jesús de Nazareth, sirvió para identificarlo ante sus enemigos, por tanto puede representar también la traición y la muerte no el amor. Igualmente besos fúnebres se propinan algunos miembros de la mafia siciliana, tan divulgados en obras como “El padrino” de Mario Tuzo llevado al cine por Francis Ford Coppola.
Pero si trágicas han sido dichas consecuencias, muy diferente fue el aporte de los escritores clásicos infantiles como los hermanos Grimm, Perrault, Anderson y compañía, quienes impusieron aquellos fabulosos besos climatéricos que como ave fénix revivieran los príncipes encantados a sus respectivas “Cenicientas” o “Blanca Nieves”. A propósito, son antológicas dichas versiones de Walt Disney en dibujos animados para el cine.
A partir de aquí abordaremos el beso a una velocidad de 24 por segundo, pues tuvo su antecedente en aquella primera prueba del cinematógrafo con 120 años de antigüedad, cuando Thomas Alba Edison lo plasmara en su filme “The Kiss” de 1896 y parece que aquello creó adicción, pues a partir de entonces Hollywood impuso el besuqueo a troche y moche con algunos de ellos clásicos como el beso robado de Clark Gable a Scarlett O´Hara en “Lo que el viento se llevo” o el beso abúr en el aeropuerto de “Casablanca” entre Humphrey Bogart y Lauren Bacall durante la Segunda Guerra Mundial, o el beso pasado por agua entre el inmigrante Jack y la superviviente Rose mientras el “Titanic” se hundía en las tinieblas heladas del Atlántico; para poner solo tres ejemplos dramáticos, pues en la inmensa mayoría de los casos Hollywood optaba por el final feliz (MADE IN USA).
Y es en este aspecto que quisiera detenerme, pues fue también motivo de inspiración para mi musa satírica entre la guerra y la paz en tiempos de zozobra post bélica gracias a otra gran superproducción pero esta en francés titulada “Hiroshima mon amour”.
Resulta
que como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y su trágico desenlace con aquellas
dos bombas atómicas sobre el Japón se desató una carrera armamentística entre
dos potencias nucleares que por suerte desencadeno una llamada “Guerra Fría” caracterizada
por cierta coexistencia pacífica, pero con la amenaza apocalíptica pendiente de
un hilo.
Durante
muchos años al frente del semanario PALANTE fui activista del Movimiento Cubano
por la Paz y eso se incrementó bajo la presidencia en la institución de Severo
Aguirre y Orlando Fundora. Corría pues el año 1985 y la IV Bienal Internacional
del Humor de San Antonio de los Baños, Cuba-95 nos convocaba para participar
con caricaturas a favor de la amistad y la concordia pues 1986 había sido
declarado por la ONU como “Año Internacional de la Paz”.
De manera que hace poco más de quince años decidí participar en la categoría de Humor Político con una caricatura inspirada en el tema que hemos descrito hasta aquí—el beso en el cine de Hollywood—sobre todo por su tendencia edulcorada del “Happy End”.
Hoy la guerra no es entre el este y el oeste; pero el peligro atómico no ha desaparecido, pues bajo el manto enmascarado del terrorismo globalizado cualquier potencia imperialista puede conducir al Armagedón. Como constancia de ello, hemos copiado para ustedes dicha obra.
Lo que no sabíamos hasta hace poco es que con respecto al amor y el beso existe cierta tendencia a la dualidad festiva a partir de este Siglo XXI, pues de un tiempo acá, cada 13 de abril se celebra el Día Internacional del Beso, incluyendo la competencia por el ósculo más largo de la historia que se materializó en el 2011, con récord de 46 horas y 26 minutos de duración.
De manera que hace poco más de quince años decidí participar en la categoría de Humor Político con una caricatura inspirada en el tema que hemos descrito hasta aquí—el beso en el cine de Hollywood—sobre todo por su tendencia edulcorada del “Happy End”.
Hoy la guerra no es entre el este y el oeste; pero el peligro atómico no ha desaparecido, pues bajo el manto enmascarado del terrorismo globalizado cualquier potencia imperialista puede conducir al Armagedón. Como constancia de ello, hemos copiado para ustedes dicha obra.
Lo que no sabíamos hasta hace poco es que con respecto al amor y el beso existe cierta tendencia a la dualidad festiva a partir de este Siglo XXI, pues de un tiempo acá, cada 13 de abril se celebra el Día Internacional del Beso, incluyendo la competencia por el ósculo más largo de la historia que se materializó en el 2011, con récord de 46 horas y 26 minutos de duración.
Por
lo que vemos, entramos en la Era del Besuqueo Olímpico-Deportivo.
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