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24 nov 2009

¡ME QUEDÉ BIZCO DEL TIRO!

Foto tomada el 4 de noviembre pasado, a la salida del Hospital Oftalmológico “Ramón Pando Ferrer”, tras una exitosa operación de cataratas. Donde apoyado en dos bastones de carne—mis hijos Elsie y Paquito--, muestro orgulloso el parche redentor.
Si se fijan bien en esta otra fotografía, realizada en la redacción de “Palante” hace más de 30 años, verán también el ojo derecho vendado en la misma institución, pero por motivos diferentes, pues con el índice le explicaba a mis compañeros que yo veía de un solo ojo, el tapado.
Me explico: No sé si por un accidente en la niñez, o de manera congénita, lo cierto es que yo era débil visual del ojo izquierdo, y se me había diagnosticado vagancia del nervio óptico en el mismo.
En la vida real pasa exactamente igual: Si un hermano es vago, el otro tiene que trabajar doble. Eso ocurría con mis dos órganos visuales, provocando miopía aguda en el laborioso, en tanto que el otro seguía remolón.
Me recomendaron al “doctor” Carlos Bartolomé, técnico optometrista del mismo hospital, conocido entonces como la Liga contra la Ceguera.
Apenas quince días duraban las sesiones con aquellos niños de primaria que asistían a la consulta, mientras que yo no evolucionaba favorablemente, hasta que un día el especialista en estrabismo Bartolomé me pregunta:
--Blanco, ¿usted fuma?
--Claro, doctor,--respondí.
--Discúlpeme, cometí un grave error. El tratamiento no ha surtido efecto, porque donde primero pasa la nicotina es al nervio óptico.
Ese mismo día dejé de fumar para siempre.
Ahora viene la sorpresa: Durante todo ese tiempo hice una buena amistad con Bartolomé, a quien trataba de doctor, hasta que en cierta ocasión me confesó que sólo era técnico en la especialidad, que durante su juventud había practicado la halterofilia con buenos resultados, y que tenía amistad con muchos deportistas de entonces.
Fue más allá y me dijo que precisamente esa afinidad la mantuvo también con Willy Miranda, un short stop del equipo “Almendares”, famoso por sus prodigiosas manos en la defensa, pero pobre bateador, y que al ser contratado por las Grandes Ligas en Estados Unidos, había sido sometido a un intenso tratamiento oftalmológico.
Gracias a la gestión de ese pelotero cubano, él tuvo acceso a este método que ahora aplicaba a los niños estrábicos, y en casos como el mío hacía una excepción.
Lo comprobé personalmente cuando compartí la consulta con otro grande del béisbol cubano, Armando Capiró, que en la temporada anterior bajó su promedio al bate y otros peloteros con la misma deficiencia le habían recomendado al “doctor” Bartolomé, pues aunque asesinaba la recta, la curva se le perdía en la visión periférica. Al año siguiente el ídolo de los “Industriales” le dio a la bola en las mismas costuras.
He traído este caso para recordar aquellos tiempos en que compartíamos juegos infantiles y mataperrerías con los bizcos del barrio, mientras hoy no se ve uno sólo en nuestros campos y ciudades. La proliferación de la bizquera era tal que hasta Ben Turpin, un cómico contrafigura de Charles Chaplin en muchas comedias del cine silente, descansaba su fama en aquella estrafalaria mirada.
Su bizquera fue resultado de un accidente en la niñez, y su comicidad dependía también de sus aparatosas caídas, por lo que cada vez que recibía un golpe en la cabeza, se miraba al espejo para asegurarse de que no había desaparecido ese defecto tan afortunado, y lo aseguró en la Compañía Lloyds de Londres por 25,000 dólares. Su obsesión era tal que hasta el automóvil de Ben Turpin tenía los faroles bizcos.
Como no soy investigador, no podría afirmarlo pero, lo cierto es que desde entonces no veo un solo bizco en las calles de La Habana, y creo que el “doctor” Bartolomé haya tenido algo que ver con ello.
Por lo tanto más nunca el choteo cubano pudo burlarse de ellos con aquello de “Tienes un ojo entretenido y el otro comiendo m…”

1 comentario:

  1. Hola, favor si abre este blog y lee mi comentario, le agradeceria me contestara, me gustaria hablarle de Carlos Bartolome

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