DE TAL PALO…
Alfredo Bernardo Nobel, nace el 21 de octubre de 1833, en un barrio pobre de Estocolmo. Es el tercero de los cuatro hijos de Manuel y Andrietta. El cabeza de familia era también un cabeza dura, obsesionado por sus experimentos nada pacifistas que incluían hasta la fabricación de minas submarinas.
Mientras otros niños construían muñecos de nieve en el invierno, o de plastilina el resto del año, los hermanos Nobel, como cuatro jinetes el Apocalipsis, jugaban peligrosamente con probetas y otros instrumentos en el laboratorio familiar.
El fin justifica los medios, de ahí que el empecinado Manuel los solicitara indiscriminadamente con tal de levantar su fábrica de explosivos. Al fin logró tumbarle la plata al Zar de todas las Rusias, Nicolás I, no así a su heredero al trono Alejandro II, por lo que tuvo que recurrir entonces a otro gran “pacifista” de la época, Napoleón III: Internacionalista que era el viejo Manuel Nobel.
A la misma edad de Cristo, --33 años--, su hijo Alfredo ya competía con él en los proyectos investigativos superándolo con creces, a tal punto que logró instalar un laboratorio en Heleneborg, villa cerca de Estocolmo, por lo que la envidia se apoderó de su progenitor, acusándolo de robarle sus secretos
TANTO VA EL CANTARO A LA FUENTE…
La manipulación de sustancias químicas de tal naturaleza es riesgosa y la desgracia tocó tan fuerte a su puerta que la tumbó, junto con el resto de la instalación. Una violenta explosión destruyó el laboratorio; junto con ella volaron su hermano menor Emilio y otros tres ayudantes. El suceso provocó una campaña de protestas, no sólo en la capital sino en todas las provincias suecas al grito de --¡Abajo los Nobel!
Alfredo tuvo que levantar un nuevo taller flotante en el lago Melar, lejos de la vista de los pobladores, y hasta los pescadores huían del peligroso lanchón hacia aguas más profundas y tranquilas. Sin embargo mientras más éste se alejaba de la orilla, más se acercaba el éxito de la empresa:
Un nuevo material detonante vulgarmente conocido como Aceite de Nobel dio lugar a la “Nitroglycerine Company”, pero las protestas continuaban y tuvieron que someterse a una prueba decisiva: Perforar una montaña en la región dando paso al ferrocarril sueco. Sólo esto logró encarrilar por el momento las voces de indignación.
En 1864 se inauguró la primera fábrica en su país natal, la “Alfred Nobel & Co.”, seguidamente se levantaron otras tantas, con la desgracia de sufrir fatales accidentes en las sucursales de Noruega, y Nueva York. Estalla otra barraca con explosivos en San Francisco donde perecen 18 personas; vuela una carga en el vapor “European” frente a las costas de Panamá; y le siguen otras desgracias similares en Australia y Alemania. El eco de los estruendos rebotan de nuevo, pero ahora internacionalmente al grito de: --¡Basta ya de locuras nobeles!
Residía por entonces en Francia y algunos gobiernos continuaron apoyándolo, pero otros no quisieron correr riesgos. La perseverancia y la suerte vino de nuevo en su auxilio: Otro accidente –éste milagroso—dio lugar a una mezcla que era pura dinamita y de ésta a la balistita o pólvora sin humo, sólo medió un paso.
En 1879 otro Alfredo, éste alemán --de apellido Krupp--, patentizó el invento haciendo más mortíferos sus ya temibles cañones. Llovieron contratos de casi toda Europa excepto Francia, que pagó cara su reticencia en la guerra franco-prusiana.
El año 1888 fue terrible para él: Al poner en manos de su archi-enemiga Alemania tamaño poderío, se escucharon nuevos reclamos pidiendo su cabeza, ahora en francés como antes lo fueran en su propio idioma: --¡Hay que echar al sueco! ¡Regresa a tu país!.— Fue entonces que se declaró “ciudadano del mundo”.
AMOR CON AMOR SE PAGA
Un desengaño amoroso casi adolescente selló su carácter.
Teresa, --la francesita de sus sueños-- muere prematuramente de tuberculosis. La melancolía lo envuelve y él se refugia en los dos amores de toda la vida: Su madre y el laboratorio.
Sin embargo, la fortuna le sonríe y decide comprar una finca solariega en la Avenida Malakoff de París, aislándose del mundanal ruido. Es entonces que al solicitar una persona de confianza para delegar otras tareas, redacta un anuncio en la prensa. Con sorpresa recibe una certera respuesta, que decía más o menos así: --¿Desea usted una “señora” o una secretaria?
El desliz había sido puesto en evidencia por una inteligente dama que reunía los requisitos para la plaza: Berta Kinsky; austríaca de abolengo, y arruinada debido a los excesos paternos. Acumulaba suficientes horas de vuelo en la vida y en amores, como para mantenerse digna y respetable. Era pues la persona indicada para el cargo. Desde que llegó como secretaria del Sr. Nobel se convirtió también en el hada madrina que llenó de luz y alegría aquella fría mansión parisina.
En los tres años que estuvo a su servicio—los más venturosos para él—se hizo imprescindible. Lo sacó al fresco, frecuentando juntos los parques de diversiones, y merendaban en los famosos cafés parisinos al aire libre; pero también mantenían extensas discusiones sobre asuntos de carácter ético-social. Ella, --una pacifista consecuente-- le argumentaba que “las guerras eran la antítesis del amor”, y “solo el amor unía”. Él jamás pudo comprenderla, pues estaba aferrado al criterio estrecho de que sólo creaba riquezas y las vendía para el desarrollo de la sociedad, desentendiéndose del uso que se les daba.
Es posible que Alfredo Nobel se hubiese enamorase de nuevo; lo cierto es que ella no. Un nuevo amor la sedujo y –Berta, su paloma de la paz-- voló del nido, dejando la casona tan triste como antes, precisamente cuando su noble dueño – Nobel-- cumplía un compromiso en Estocolmo con el rey de Suecia Oscar II.
GENIO Y FIGURA HASTA LA SEPULTURA
Él no le guardó rencor, por el contrario, gracias a su ayuda financiera pudo salir a la luz en 1890, el libro “Abajo las Armas” escrito por Berta Kinsky, quien ahora firmaría Berta Suttner tras el matrimonio con quien la flechó para siempre.
Catorce años más tarde, la dura realidad de la Primera Guerra Mundial, echó por tierra todos aquellos esfuerzos pacifistas y Alfredo Nobel en tanto que apoyaba tan “noble causa”, engrosaba –producto de la guerra-- cada vez más sus abultados bolsillos.
Era tal su ingenuidad que declaraba “Crearé un explosivo de tanta eficacia que las guerras ya no serán posibles”. Si resucitara ahora, se vuelve a tirar de cabeza en la fosa.
LA AVARICIA ROMPE EL SACO
Volviendo a los inicios de la historia: A partir de la separación familiar, los hermanos de Alfredo, --Luis y Roberto—habían consolidado su situación en Rusia con los ricos yacimientos petrolíferos de Bakú, y llegaron a convertirse en los segundos proveedores del mundo, sólo superados por Rockefeller multimillonariamente. (Palabrita tan extensa como sus ingresos).
Al testar el 27 de noviembre de 1896, Alfredo Nobel consideró lo siguiente: La riqueza acumulada por sus hermanos y herederos era tal que, en su decisión primaron los consejos de Berta y otros amigos: Otorgar el premio a la persona que hubiera trabajado más y con mayor provecho por la paz.
Empezó la puja en los tribunales. Sus sobrinos llegaron a acusarlo de no estar mentalmente facultado para ejercer su voluntad. Los alegatos amenazaban con extenderse cuando un hecho inesperado inclinó la balanza: La opinión pública que tantas veces lo había condenado, ahora se volcaba a su favor ante gente tan mezquina.
Las autoridades de Estocolmo rechazaron la impugnación y declararon válido el documento que creó el Premio Nobel de la Paz. En mi criterio personal: El Nobel, debía llamarse mejor Premio Kanski de la Paz.
Pero aquí no termina esta historia: Como resultado de la Primera Guerra Mundial cayó el Imperio Zarista ante los embates de la Revolución Bolchevique, y junto con él, los intereses de la familia Nobel en Bakú. La bancarrota hizo volver los ojos de nuevo hacia Estocolmo y la posibilidad de reabrir el caso 30 años después.
Los sobrinos del Rico Mac Pato sueco planteaban estar en la ruina y que no reclamaban toda la herencia; sólo parte de los réditos. El reglamento de la Fundación era explícito y el Parlamento sueco dictaminó sin lugar la nueva reclamación.
Como ven, el origen del Premio Nobel de la Paz fue tan discutible como el otorgado prematuramente al Presidente Barack Obama, cuyas promesas de cambio ojalá se materialicen es este nuevo año 2012.
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