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14 jul 2012

LLEGUÉ CON 81 Y ME VOY CON 18


Regresé a Las Tunas tres décadas después de aquel fabuloso Festival del Humor 26 de julio de 1981 organizado por PALANTE, que sirvió de marco apropiado para la 14º Jornada Cucalambeana; recuerdo haber sido arrollado o arrastrado más bien, por un bullicioso carnaval donde por primera vez pudimos degustar la deliciosa caldosa de Kike y Marina, (Enrique Pérez Rodríguez y Marina Zaldívar).
Vuelven ahora allí mis cinco sentidos incluyendo el del gusto, a recordar la guarachita popularizada entonces por el Jilguero de Cienfuegos con el Conjunto Yumurí.
La provincia de Las Tunas ya no es la misma—y yo, mucho menos—. Ella cada día más linda y rozagante y yo arrastrando mis 81 gracias al bastón del consuelo con  el cual me defiendo diciendo que me quiten lo bailado.
Si algo extrañé precisamente en esta XLV Jornada Cucalambeana fue aquella caldosa que levantaba los muertos y presidía las fiestas tuneras de entonces, hoy desaparecida por completo de las ofertas gastronómicas. Desconozco las causas, sólo sé que vine a tomar algo parecido al regreso; en una fugaz parada que hizo nuestro ómnibus en el vecino pueblo de Guáimaro. Estaba caliente y nutritiva, pero parecía más un ajiaco camagüeyano que una caldosa tunera.
Todo lo demás me resultó fabuloso. La alegría juvenil desbordada por sus calles, el incontenible movimiento cultural autóctono reflejado en galerías, museos y bibliotecas. El pujante impulso al humor gráfico, representado por nuestros anfitriones del Balcón del Humor en el periódico local. El resto de los humoristas gráficos, escénicos y hasta musicales a través de las controversias del guateque campesino. Así como sus abarcadoras dimensiones antes limitadas al entorno de El Cornito, que hoy desbordan calles, parques y plazas.
Recuerdo que mucho ha tenido que ver la voluntad política de un dirigente como Faure Chomón, quien apoyó entonces la resurrección de Blanquita Becerra, y la huella dejada allí por Rita Longa y sus seguidores de la escultura monumental (CODEMA) que aflora en cada uno de sus rincones urbanos o rurales donde se respira la cultura en todas sus manifestaciones.
Un lugar de referencia es el coquetón Café Bohemio, donde los humoristas gráficos se dan banquete con los usuarios, que van desde poetas, y artistas plásticos, hasta peloteros y público en general. Allí tuve que enfrentarme, --por suerte sin el bate por medio—con el “rompe-cercas” Danel Castro.
Precisamente tuve la oportunidad esta vez de contactar a una de esas figuras emblemáticas, --tunera, cubana y universal a la vez--: El maestro Rafael Ferrero, escultor, profesor de artes plásticas y una verdadera enciclopedia viviente, quien me recibió con la energía de un abrazo contenido por esos treinta años de ausencia.
El humor criollo afloró de inmediato, cuando refiriéndose a su edad y su especialidad artística de modelar con cualquier material, cierta persona lo calificara de “Chatarra” la respuesta de Ferrero no se hizo esperar: --Sí, pero de metal precioso.
Fue una controversia en prosa por más de cinco horas consecutivas hablando de lo humano y lo divino. De éxitos y desengaños, pero donde entre sorbo de ron o café afloraba el optimismo siempre presente en la herencia intelectual de nuestros respectivos nietos y bisnietos: Por su parte los milagros preescolares de la genial María Karla en una paradigmática controversia con mis talentosos Miranda y Brian. Que optamos por dejar tablas como siempre ocurría entre Chanito Isidrón y Angelito Valiente o entre Justo Vega y Adolfo Alfonso.
El me recordaba su imperecedera huella en San Antonio de los Baños cuando en 1979 dejó estampada su firma en la escultura del Bobo y el Loquito, durante la Primera Bienal Internacional de Humorismo Gráfico a la entrada de la Villa del Humor; o en el mural que ocupa el fondo de su Museo homónimo. Mientras yo le evocaba el evento competitivo que presencié bajo el título de ”Arena, Sol y Mar” en las arenas de la Playa de Varadero, donde los caricaturistas a pura línea compartimos protagonismo con las obras volumétricas de los “esculturosos”.
Para no extenderme mucho me limitaré a reflejar una tajante respuesta dada a una periodista local que insistía sobre mis impresiones en esta última visita a Las Tunas por la Jornada Cucalambeana.
Textualmente le contesté: --Imagínate vine con 81 años y regreso como si me mirara en el espejo: Con 18.
En el contaminado ambiente de artistas, poetas y similares, no me percate de cierta persona presente en la interviú. Un par de días después, cuando me despedía de los anfitriones para tomar el ómnibus de regreso a La Habana se me acercó entregándome un papelito. Se trataba de la compañera Reina Esperanza Ruiz Hernández, quien había participado por Puerto Padre como jurado de glosas en el Catauro de la Décima. Era una espinela que decía así:
BLANQUITO EN LAS TUNAS
Vine con ochenta y uno
y me voy con dieciocho
fresco como un bizcocho
en el siglo XXI.
No guardo rencor alguno,
y me voy más elegante,
más alegre, más galante.
A las Tunas volveré,
y en su Bohemio-café
Sigo PALANTE Y PALANTE











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