Tal
vez esta frase no diga mucho a los más jóvenes, pues data de los tiempos de mi
infancia en la década de los años treinta del pasado siglo. Habían desfilado ya
por nuestro país las vacas gordas y también las flacas. Las comadronas ayudaban
al crecimiento demográfico, y La Habana, mucho antes de lo cantado por Formel,
tampoco aguantaba más.
Con
la roedora y locuaz expresión del título, el gracejo popular definía a las
personas idas, anormales, o simplemente dementes, también tachados vulgarmente
de quendes o quemados.
El
país, mono-productor de azúcar durante tres meses, se des-ruralizaba de forma
acelerada y comenzó una emigración temporal hacia zonas urbanas. Aquellos
bohíos de dos aguas daban paso a edificios rectangulares, entonces provistos de
radio-receptores por dentro y chimeneas exteriores por fuera, donde se
expulsaba el humo mientras la ceniza servía para tapar en la acera, la caca
perruna del vecino.
En
general aquellas azoteas habaneras, además de servir como sombreros o paraguas para
las casas, se utilizaban para criar palomas o tender ropa, pues no existía aún
la televisión, que de inmediato dio paso a la era de los bigotes anteníferos.
En
temporada ciclónica los adultos subían para destupir los tragantes, y en
vientos de Cuaresma, nosotros lo hacíamos a empinar papalotes o chiringas, pero
siempre con adultos custodios.
Las
antenas --parabólicas o no-- sustituyeron a los famosos guayabitos de antaño,
que tuvieron que mudarse para las cloacas, y así hasta hoy, a pocos días de la
quinta Olimpiada del Tercer Milenio, que se celebrará en Londres a fines de
este mes.
A
partir de ahora no tendremos más guayabitos en la azotea, ni tendederas, ni
palomares, ni chimeneas, ni antenas bigotudas, ni para-bólicas, ni para-nada.
Los
XXX Juegos Olímpicos en el Reino Unido del próximo 27 de julio, inauguran una
nueva era—que deja de ser “era” en pasado--para clonarse en el futuro.
Si
no recuerdo mal, los antiguos griegos crearon estos eventos deportivos durante
las llamadas Treguas Sagradas cada cuatro años. De ahí que la Primera y la
Segunda Guerras Mundiales se quedaron sin Olimpiadas en el siglo XX, pues la
cosa no estaba para juego.
Hoy,
gracias a este mundo patas arriba, los organizadores del fraternal encuentro
echan por tierra lo más puro de dichas tradiciones, para subir a los tejados De
Scotland Yard emplazamientos coheteriles en un Londres famoso por sus brumas--y
por tanto débil visual según el Dr. Watson-- con lo que se corre el doble
riesgo de una fatal equivocación –nuclear o no—y se produzcan peligrosos daños
colaterales, no ya en campos de batalla sino en los propios campos de juego.
No
hay que ser ningún Sherlock Holmes para descubrir por qué los irritados
londinenses se suman a ese 99% de indignados del mundo entero que se han visto
sin empleos, hipotecas y esperanzas, al sumárseles ahora la pérdida de la
privacidad en sus propios hogares.
Lamento
pues no complacer a los vecinos lectores que me han felicitado por la serie “Detrás
de la Antorcha” en los momentos en que me disponía a abordar hazañas y curiosidades con la destacada
presencia cubana a partir de Tokío 1964. Fue un enorme esfuerzo de desapolillar
archivos y seleccionar antiguas imágenes y fotos curiosas del magno evento
deportivo. Todo ello realizado con infinito placer, y recibido por ustedes con
igual reconocimiento.
Lamento
no haber podido reflejar las hazañas de nuestros atletas al ejercer el derecho
del pueblo en estos casi cincuenta años de fructíferos resultados.
Lamento
no hacerme eco de tanta hombrada – realizada
por hombres y mujeres-- que han sabido ganar las medallas de la dignidad antes
que las otras, como Juantorena y Stevenson, por poner sólo dos ejemplos
masculinos.
Lamento
que el patrón impuesto por el actual colonialismo inglés, “dueño y señor” de
las Malvinas, paradigma del armamentismo urbano, y promotor de estos Primeros
Juegos Artillados, no resulten la adecuada inspiración para seguir curioseando
en los pacíficos archivos de las Olimpiadas.
Si
hace 20 años en Barcelona, --Antonio Rebollo-- un arquero paralímpico inflamó
el alma de todo el mundo con aquel certero flechazo al corazón del pebetero
olímpico. Hoy todos pueden quedar hecho cenizas de un solo dedazo apocalíptico,
desde cualquier tranquila azotea inglesa.
Si
alguien tiene guayabitos en la azotea, son ésos que hoy quieren empañar la
secular Tregua Sagrada de los Juegos Helénicos, con un terrorismo inventado por
ellos mismos en el presente siglo.
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