Durante
la Semana Negra de Gijón, en julio de 2008, fui invitado por su director, el
mexicano-cubano-asturiano Paco Ignacio Taibo II, a presentar una pequeña
muestra de mi tira “!Ay, vecino!”, en una de las improvisadas carpas de la playa-balneario
en dicha ciudad asturiana, y allí por primera vez oí de las hazañas de Juanín y
Bedoya, populares personajes en la región norteña de los Picos de Europa.
Pocos
días después manos amigas me invitaron a visitar la Cueva del “Soplao”, una
maravilla geográfica de Cantabria, y de nuevo –esta vez con más insistencia—me
sorprendió la vigencia de tales narraciones, incluso aún se recuerda allá el
disco “La Leyenda de Juan Bedoya”,
un corrido que llegó de México en las voces de “Los Alegres de Tirán”, que ganó
gran popularidad en la radio de los años 60 en toda aquella zona montañesa.
La
fantasía era tal que en dicha pieza musical se lograba la integración de ambos héroes,
pues en realidad eran dos los protagonistas:
Juan Fernández Ayala (Juanín) muerto
en el valle de Vega de Liébano, en la Semana Santa de 1957 y Francisco Bedoya,
ocho meses después en Castro de Urdiales.
En
el lugar de los hechos, mi curiosidad aumentó y llegaron a mis manos dos libros “Juanín (El último emboscado de la
postguerra española)” del autor Pedro Álvarez, y “Los que se echaron al monte” de
Isidro Cícero.
Este
último comienza así la narración: “…El día que mataron a Juanín, ese miércoles
24 de abril de 1957. Dos días antes, como todos los lunes del año había sido
mercado en Potes, el correspondiente al lunes de Pascua…”
A
partir de esos datos se teje la increíble aventura de un grupo de alzados que
venciendo la tragedia moral y el fracaso de la guerra civil española, se
lanzaron durante años a una desigual resistencia al franquismo, partiendo del
apoyo popular, y a veces de la extorsión a los poderosos para mantener viva la
llama redentora.
Eran
pequeños grupos armados, miembros de la “Brigada Machado” formados por
militantes del PSOE y del PCE. Su característica fue la astucia demostrada frente
a un enemigo muy superior, la extensión del conflicto por largo tiempo en condiciones
desiguales, y la heroicidad de los combates que rebasaron los detalles de la anécdota para convertirse en
leyenda viva.
Para
mi resultaba muy curioso que estos últimos emboscados de la guerrilla anti-franquista
durante el transcurso de toda la Segunda Guerra Mundial, coincidieran al final con
los primeros alzados cubanos de la Generación del Centenario, que tras cruenta
lucha urbana, persecuciones y exilio, lograron arribar a las costas cubanas y
organizar la lucha armada en la Sierra Maestra.
He
aquí textualmente parte de lo que describe dicho libro:
“…Son
las diez de la mañana del lunes 2 de diciembre de 1957. El último emboscado de
la posguerra cantábrica es arrastrado hasta la carretera… Ya hay allí muchos curiosos
esperando... Todo el mundo comenta la corpulencia de Bedoya, el mozo de Serdio...
La hazaña de haber trepado la roca viva, con toda la muerte a cuestas---había
aguantado ocho horas con sus heridas fatales; llevaba cinco balas incrustadas
en el vientre--lo que nos ha dicho el forense que le hizo la
autopsia…”
Este
trágico acontecimiento de los desfiladeros de Islares en los Picos de Europa,
ocurre cuando ya las tropas rebeldes cubanas han tomado la iniciativa y han
parado en seco la rimbombante Ofensiva
de Invierno, donde brilló el Che para desbaratar los planes con los cuales el
régimen de Batista se ufanaba en predecir el fin de la guerrilla.
En
circunstancias similares había sido asesinado ocho meses antes su compañero
Juanín. Pero ahí no terminan las curiosidades. Tal vez hayamos pasado por alto
otros detalles. En el libro de “Juanín, el último emboscado…”, cuya
portada refleja una imagen de la comarca
Levaniega, y la villa de Potes, lugar que da origen a la leyenda. Concluímos
con estas dos fotos del libro:
En
la primera: La casa de la Plazuela del
Llano, en Potes, donde nació Juan Fernández Ayala (Juanín), el 23 de noviembre
de 1917, y en la segunda: La única foto que pudo burlar la vigilancia de sus
asesinos, tomada subrepticiamente el 24 de abril de 1957, en el cementerio de
Potes por un lebaniego que la ocultó durante años.
Sin
embargo, quisiera destacar en la obra, un capítulo singular; que se refiere al
indiano de Piedras Luengas, y comienza de esta manera:
“…Don
Benigno Ferreiro, que contaba con 57 años de edad, era soltero y había nacido
en Vivero, villa costera de la provincia de Lugo, de donde en su juventud había
salido para Cuba, y al cabo de los tiempos estableció un negocio junto con sus
hermanos en la calle de Muralla, labrando una brillante situación económica.
Una familia cubana lo había nombrado su representante en España para que
liquidara una gran herencia cuyos bienes les pertenecían y radicaban en el
término municipal de la villa santanderina de Reinosa. Allí se dirigió el 16 de
julio de 1954 en compañía del abogado Martínez de Diego, alojándose en el Hotel
Balenciaga.…”
Un
asterisco a pie de página indicaba que se trataba del artículo firmado por José
Quílez Vicente para la revista BOHEMIA del 21 de noviembre de 1954. En el mismo
se narra la odisea del comerciante gallego que por aquellas circunstancias
imprevisibles salió de Cuba hace exactamente 58 años para no volver, víctima de
las trampas que nos pone el destino.
A
mis gentiles vecinos interesados en este trágico episodio, les recomiendo
hurgar en los archivos de nuestras hemerotecas, pues no es éste nuestro
propósito, ni el perfil del blog.
Pues no llegó a tus manos el mejor de los libros publicados, el precisamente titulado Juanín y Bedoya
ResponderEliminarPara derrocar a Franco no era necesario robar a sus vecinos ni secuestrar a nadie.
ResponderEliminarPara mí, más que "guerrilleros" simpáticos, fueron unos simples chorizos armados.
Como el "heróico" Che, un mítico asesino de sus propios camaradas.
No tienes ni idea de quienes fueron esos, haz el favor de leer el libro y al menos te enteraras un poco aunque me parece que tu ya tienes la opinión hecha.
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