La esgrima es el más elegante,
de todos los deportes de combate, a tal punto que es conocido como el arte de
tocar sin ser tocado.Pero no
siempre fue así: Recordemos al “Capitán
Blood, en el cine de barrio, cuando
los “fiñes” nos alborotábamos con los duelos a espada, y los “malos” tocados a
fondo por Errol Flynn manaban chorros de sangre negra.
En la vida real la cosa fue mucho
más punzante y cruel: La conquista del Nuevo Mundo se hizo por la cruz y a
punta de espada, dando lugar a la primera gran limpieza étnica de los pueblos
originarios del Caribe.
Como consecuencia fueron importados
esclavos de África para substituir la fuerza de trabajo, junto con encomiendas credos
y costumbres machistas de Europa.
El espadachín hidalgo se convierte
en un personaje popular y de ellos, los más hábiles y mujeriegos tuvieron
mejores oportunidades, pues en aquellos tiempos el honor sólo podía lavarse con
sangre. ¡Cuántos cornudos lo perdieron en la cama primero y en un duelo a
muerte después!
Aquellos primitivos lances
amorosos se fueron trasladando al campo de la política, de ahí que en tiempos
de “gorriones y bijiritas” eran frecuentes los duelos entre integristas y
separatistas.
A partir de la segunda mitad del
siglo XIX surgieron en La
Habana salas de esgrima, siendo lógicamente el Casino Español
la primera de ellas, aunque debutara como director, un italiano y lo
sustituyera después un francés.
Las cosas cambiaron cuando las
armas blancas fueron sustituidas por las de fuego, dando lugar a combates menos
gallardos y más ruidosos, pero igualmente mortales.
Ya entrado el siglo XX el
diferendo se disputaba entre liberales y conservadores dentro de ciertas normas
éticas, aunque a veces eran violadas al se contratarse expertos tiradores para provocar
el duelo y de esta forma eliminar a potenciales enemigos, siguiendo la fórmula hoy
tan en moda de que…¡El que me haga sombra se va!
En ese cachumbambé político de
la pseudorrepública, la práctica de la esgrima estuvo limitada a las llamadas “clases
altas”. Es en ese marco histórico que se destaca la hazaña de un niño cubano,
al ganar los titulares de la prensa: Su nombre Ramón Fonst.
Nacido un 31 de agosto de 1883,
vivió parte de su niñez en Francia y con sólo once años ganó allí el campeonato
nacional de florete.
A los diecisiete demostró que
aquello no había sido un golpe de suerte sino de pericia, constancia y voluntad,
al ceñirse la Medalla
de Oro en la categoría de espada durante los Segundos Juegos Olímpicos de la Era Moderna. París,
1900. Fue además, el primer latinoamericano en obtenerlo.
Dotado de excepcionales
cualidades: Zurdo, de largas extremidades, con rápidos reflejos y una
elasticidad felina, Ramoncito desde muy joven, revolucionó el arte de la
esgrima imponiendo nuevos estilos.
Cuatro años más tarde, ya en La Habana, le tocó acompañar a
otro grande del deporte cubano a la Olimpiada de Saint Louis, EE.UU., nada menos que
el Andarín Carvajal, quien iba ganando la maratón por amplio margen hasta que, ocurrió
algo inesperado y perdió la punta quedando fuera de medallas, de ahí que pasara
a la historia de los Juegos Olímpicos como Félix el IV, Rey sin corona.
Todo lo contrario ocurrió con
Fonst, quien se llenó de gloria al conquistar cinco medallas de oro; tres de
ellas en individuales y dos por equipo.
Durante los Juegos Deportivos
Centroamericanos de México en 1926 el hábil espadachín triunfó en las tres
armas y diez años más tarde en los de Panamá, el ganador del evento Izoca, hizo
entrega de su medalla a Fonst por considerar que no podía ganarle al cubano.
Yo nací en 1930, por tanto
tampoco fui testigo de su portentosa hazaña ese año en una competencia
celebrada en La Habana,
--tal vez los II Centroamericanos celebrados en la “Tropical”-- pero los que la
vieron me contaron, que se enfrentó a sus rivales en 25 asaltos sin ser tocado
por ninguno.
El también titulado
“Nunca segundo”, falleció en La Habana el 10 de septiembre de 1959, a pocos meses
del triunfo revolucionario, por tanto ese fue el legado del maestro a las
nuevas generaciones de esgrimistas cubanos surgidos bajo la premisa del deporte
como derecho del pueblo. Por tanto, el arma dejó de ser elitista para que todos
pudiéramos practicarla inspirados en su ejemplo.
No existe mejor exponente que
aquel equipo de esgrima juvenil, el cual acaparó todas las medallas de oro en el
Campeonato Centroamericano y del Caribe de ese deporte, celebrado en Venezuela, en octubre de 1976. La cobardía de
nuestros irreconciliables enemigos al ejecutar la voladura del avión de Cubana
donde volvían a la patria invictos, convirtió a nuestros Héroes de Venezuela en
los Mártires de Barbados.
El inolvidable crimen fue un
estímulo más para el espíritu combativo de los atletas cubanos que lograron
convertir los años setenta y ochenta del pasado siglo en la Edad de Oro de la esgrima
criolla.
Antiguamente el atleta con
dinero pedía a la Federación
que lo incluyeran en la lista de participantes y los gastos de la Olimpiada corrían por su
cuenta.
Hoy la cosa es diferente: Para
lograr la clasificación los esgrimistas inscriptos deben vencer en los topes
previos de confrontación convocados por la Federación Internacional.
Nuestra ausencia en el último
cuatrienio a esos enfrentamientos por causas diversas, nos dejaron fuera de
Londres 2012, pero se conocen las deficiencias y se trabaja intensamente en
este ciclo olímpico por darle a la esgrima y a la sede histórica de PABEXPO su
antiguo esplendor; mejorar la técnica y la práctica en los entrenamientos, acorde
a los nuevos tiempos; pero sobre todo…Topar, topar y topar… Y si es con los más
destacados del área y del mundo, mucho mejor. Todo ello rumbo a la cita
olímpica de Río 2016.
Sea éste pues, un modesto
homenaje a Fonst, quien a 130 años de su natalicio, sigue siendo el más genuino
representante del virtuosismo en la práctica de la esgrima, expresado en nuestro título:”El arte de tocar sin ser
tocado”.
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