Pedro I el Grande, de Rusia, Felipe II y Carlos III de España, fueron monarcas bastante divulgados por la historia y dada esta popularidad, utilizados como marcas de productos industriales, o hasta en obras de ficción. Nuestro Félix IV no tuvo tanta suerte. El origen de este apelativo no fue nada glorioso.
Félix de la Caridad Carvajal y Soto, nació en la céntrica calle Águila en la Ciudad de La Habana el 18 de mayo de 1875. Como todos los pobres, su familia tuvo necesidad de emigrar, pero esta vez a la inversa: Fueron a parar a San Antonio de los Baños.
Buena parte de su niñez se la pasó corriendo como el resto de la muchachada, y ya adulto continuó haciéndolo mas por diversión que por necesidad, pues su primer oficio era tan estático como el de barbero.
Cuentan los lugareños que en cierta ocasión llegó al pueblo Mariano Bielsa, corredor de fondo español, quien retó a los jóvenes ariguanabenses a una competencia. Desconozco si hubo algún interés o estímulo material; lo cierto es que la largada ocurrió al amanecer, y a las cinco de la tarde el ibérico, con la lengua afuera, arrió bandera blanca. El joven Carvajal continuó dos horas más y dejó de hacerlo cuando la oscuridad de la noche se lo impidió.
A comienzos del siglo XX lo vemos de nuevo en las calles de la capital, pero ahora como cartero, por cierto, el más rápido del oficio por su costumbre de apretar el paso. Fue entonces que se enteró de la celebración en la ciudad de Saint Louis, Missouri, de los Juegos Olímpicos de 1912, coincidiendo con la Feria Mundial en esa misma urbe norteamericana.
Oírlo y embullarse fue una misma cosa. Como no disponía de apoyo oficial, decidió hacerlo por su cuenta. Se convirtió en un “hombre sándwich” como el Pedro Harapos de los cómics yanquis, y salió corriendo a las calles con un cartel colgado al pecho que decía: “Coopere con este atleta cubano que quiere competir en la Olimpiada”.
La caridad pública permitió a duras penas sufragarle el pasaje en tercera clase y arribó a la ciudad de New Orleans días antes de la inauguración. Lo poco que le quedaba lo perdió, embaucado por la propaganda de ganar dinero fácil en la capital del juego.
Las 700 millas que median entre New Orleans y St. Louis, las tuvo que cubrir como mejor sabía hacerlo, corriendo. También la caridad de los campesinos por donde cruzó le permitieron el bocado reparador cuando las fuerzas flaqueaban. Fue así que llegó horas antes del disparo de arrancada, con los zapatos desechos, y gracias a otro “esprínter” que le cortó los pantalones y las mangas a la camisa, pudo proporcionarse cierto aire atlético.
Agotado por el largo viaje, pero confiando en sus fuerzas, al caprichoso andarín cubano le sobraba amor y entusiasmo. Pronto toma la delantera, y casi al final, de la competencia ve a la vera del camino un provocativo manzanal. El despertador de su reloj biológico suena tras aquel largo peregrinaje. Al sentirse con ventaja, se desvía para saciar su ayuno y devora con más apeto que apetito unas manzanas.
Lo que no pudo la pobreza, la distancia, ni los contrarios, lo hizo la imprudencia: Fuertes retortijones le merman el paso, y en definitiva debe detenerse para evacuar. Así todo, llegó cuarto entre los mejores corredores del mundo.
A partir de ese momento se le conoció como Félix IV, pero para nosotros los cubanos seguirá siendo el inmortal Andarín Carvajal.
Félix de la Caridad Carvajal y Soto, nació en la céntrica calle Águila en la Ciudad de La Habana el 18 de mayo de 1875. Como todos los pobres, su familia tuvo necesidad de emigrar, pero esta vez a la inversa: Fueron a parar a San Antonio de los Baños.
Buena parte de su niñez se la pasó corriendo como el resto de la muchachada, y ya adulto continuó haciéndolo mas por diversión que por necesidad, pues su primer oficio era tan estático como el de barbero.
Cuentan los lugareños que en cierta ocasión llegó al pueblo Mariano Bielsa, corredor de fondo español, quien retó a los jóvenes ariguanabenses a una competencia. Desconozco si hubo algún interés o estímulo material; lo cierto es que la largada ocurrió al amanecer, y a las cinco de la tarde el ibérico, con la lengua afuera, arrió bandera blanca. El joven Carvajal continuó dos horas más y dejó de hacerlo cuando la oscuridad de la noche se lo impidió.
A comienzos del siglo XX lo vemos de nuevo en las calles de la capital, pero ahora como cartero, por cierto, el más rápido del oficio por su costumbre de apretar el paso. Fue entonces que se enteró de la celebración en la ciudad de Saint Louis, Missouri, de los Juegos Olímpicos de 1912, coincidiendo con la Feria Mundial en esa misma urbe norteamericana.
Oírlo y embullarse fue una misma cosa. Como no disponía de apoyo oficial, decidió hacerlo por su cuenta. Se convirtió en un “hombre sándwich” como el Pedro Harapos de los cómics yanquis, y salió corriendo a las calles con un cartel colgado al pecho que decía: “Coopere con este atleta cubano que quiere competir en la Olimpiada”.
La caridad pública permitió a duras penas sufragarle el pasaje en tercera clase y arribó a la ciudad de New Orleans días antes de la inauguración. Lo poco que le quedaba lo perdió, embaucado por la propaganda de ganar dinero fácil en la capital del juego.
Las 700 millas que median entre New Orleans y St. Louis, las tuvo que cubrir como mejor sabía hacerlo, corriendo. También la caridad de los campesinos por donde cruzó le permitieron el bocado reparador cuando las fuerzas flaqueaban. Fue así que llegó horas antes del disparo de arrancada, con los zapatos desechos, y gracias a otro “esprínter” que le cortó los pantalones y las mangas a la camisa, pudo proporcionarse cierto aire atlético.
Agotado por el largo viaje, pero confiando en sus fuerzas, al caprichoso andarín cubano le sobraba amor y entusiasmo. Pronto toma la delantera, y casi al final, de la competencia ve a la vera del camino un provocativo manzanal. El despertador de su reloj biológico suena tras aquel largo peregrinaje. Al sentirse con ventaja, se desvía para saciar su ayuno y devora con más apeto que apetito unas manzanas.
Lo que no pudo la pobreza, la distancia, ni los contrarios, lo hizo la imprudencia: Fuertes retortijones le merman el paso, y en definitiva debe detenerse para evacuar. Así todo, llegó cuarto entre los mejores corredores del mundo.
A partir de ese momento se le conoció como Félix IV, pero para nosotros los cubanos seguirá siendo el inmortal Andarín Carvajal.
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