La frase que
precede este trabajo resume la voluntad de alumnos y profesores del Centro
Vocacional para Maestros “Sierra Maestra” de Minas de Frío, ante los retos que
se enfrentarían durante los 8 meses de 1964 correspondientes al primer curso de
maestros primarios tras la colosal campaña de alfabetización y la necesidad del
seguimiento a los recién alfabetizados.
El solo llegar a
dicho lugar en aquella primavera de 1964 anunciaba lo que les esperaba a
aquellos intrépidos jóvenes: Tres leguas de infantería casi verticales desde
Las Mercedes pasando por Vegas de Jibacoa. Por entonces los choferes que
transitaban en esa zona reformaron aquel viejo refrán: “El perro es el mejor amigo
del hombre”. Según ellos el winche sustituía al can. Generalmente
aquellos camiones hacían el viaje con las orejas paradas para refrescar
el motor y las gomas a medio inflar para evitar los reventones.
Si así era el
camino, imagínense lo que les esperaba al llegar: Para subir al cielo sólo se
necesitaba una escalera grande y otro chiquita, pero para subir a Minas de Frío
había sólo dos caminos: La loma de la
Yegua utilizada por los Jeep yanquis más los Zils
soviéticos; y otro más corto para la ruta de San Fernando, más corto pero más
empinado y a pantorrilla limpia que fue apropiadamente bautizado como la Loma de la Vela.
Una vez arriba,
aquellos futuros maestros, tenían que sufrir las frecuentes y torrenciales
lluvias primaverales, pero más aún el fanguito que dejaban. El lodo lo cubría
todo incluyendo los propios albergues y la emulación entre alumnos y
profesores–aparte del pan de la enseñanza-era mantener las rústicas
instalaciones impecablemente limpias en una emulación curiosa que dieron en
llamar “la liebre y la tortuga”. Fui testigo presencial de ello y solo se me
ocurrió una frase: El albergue era algo así como una isla limpia por dentro y
rodeada de fango por todos lados.
Estos son solo
mis primeros pasos de aquella descripción que abarcó dos páginas desplegadas
del semanario PALANTE publicado el jueves 25 de junio (a solo once días de
aquella exclusiva que publicó el diario EL MUNDO) hace nada menos que cincuenta
años y que antecedió a esta semblanza bajo el título de “Las Vanguardias de las
Vanguardias”
En aras de la
brevedad sintetizo ahora anécdotas de la práctica deportiva en el campamento,
convirtiéndose en la principal competencia el patinaje sobre fango y el premio consistía
en “No perder la moral” es decir: el
fatídico resbalón.
Las clases eran
al aire libre y casi todas las actividades colectivas también. Allí. por
primera vez en mi vida pude experimentar la exhibición de una película
suspendida por lluvia.
Unas siete mil
personas conformaban aquella concentración humana que dieron en llamar “la
república popular Minas de Frío”. Las plantaciones aledañas permitían saborear
el sabroso café criollo sin alteración alguna durante todo el día, sin embargo
otra desventajosa ventaja consistía en que el aislamiento de la zona resultaba
la mejor campaña contra el tabaquismo, pues con frecuencia escaseaba el fósforo
y la escena de los tres mosqueteros se repetía constantemente: “Uno para todos y todos para uno”. No
pocas adicciones como esa desaparecieron para siempre en los jóvenes allí
albergados.
Otras muchas
experiencias vivimos durante aquellos días en las propias clases o en
actividades extracurriculares, como aquellos coros improvisados alrededor de
las fogatas nocturnas, donde aprendimos de memoria la letra de aquella
composición –tal vez anónima- que llamaron “La Despedida”.
Aquí va de nuevo:
Por qué perder las esperanzas
de volvernos a ver,
por qué perder las esperanzas
si hay tanto que hacer.
Con las manos entrelazadas
en torno al calor,
cantemos esta noche
nuestra canción de amor
No hay comentarios:
Publicar un comentario