Desconozco si algún pelotero cubano o extranjero, retirado
o en activo, haya podido superar la hazaña de ese fuera de serie que fue y es
Osmany Urrutia, conocido como el Rey de Macagua 8. De haber nacido en Estados
Unidos, tan adictos a las estadísticas, seguro le llamarían ¡Mr. 400!
Recordemos lo que dijera a mediados del pasado
siglo uno de los más grandes sluggers de todos lo tiempos--el inmenso Ted
Williams-- al afirmar: “Cuando apareció
la slider se acabaron los bateadores de 400…”
Pero no fue así: De casta le viene al galgo, pues
nacido el 29 de junio de 1976, el hijo del receptor Giraldo Urrutia y primo de
Ermidelio, entre otros de su misma estirpe beisbolera, ganó cuatro títulos
consecutivos de bateo en nuestra Serie Nacional, con 400 o más de average. Sin
embargo ese récord Guiness jamás se le subió a la cabeza ni
renunció a su modesto origen campesino, demostrándolo en la entrevista que le
hiciera para GRANMA hace cinco años el colega Sigfredo Barrios.
Cuando el periodista un tanto provocativamente le
preguntara cómo se llegaba a Macagua 8, municipio de Jobabo en Las Tunas, el
pícaro campesino le respondió: --Muy
fácil. Arranca a caminar desde el primer Macagua y cuando llegues al octavo
pregunta por mí. Todo el mundo me conoce. ¡Yo soy el Rey de Macagua 8!
Su recia constitución física metía miedo cuando se
paraba en home, bate al hombro en espera del bambinazo demoledor, pero no—eso
no es lo mío—respondía socarrón a los incrédulos. Lo suyo era poner la
bola en juego y en terreno de nadie, con lo que lo convirtió en el más
peligroso bateador con hombres en bases de nuestro beisbol. Aunque también
podía desaparecerla más allá de las cercas, como lo hizo en el Menlo Park de
San Diego, Estados Unidos durante el partido frente a República Dominicana buscando
el pase a la final del Primer Clásico, o con el bambinazo frente a Australia en
la Copa Mundial
de Taipei en el 2007.
En la entrevista con el colega de GRANMA, Urrutia había
demostrado también la frescura y agilidad mental del hombre de campo.
Dos años más tarde, en medio de una de esas rachas
ofensivas a que nos tenía acostumbrados, no permitió que la gloria se le
subiera a la cabeza y decidió colgar el guante y la pelota, para dejarnos colgado
en el recuerdo ese increíble récord de bateo con 300 o más de average en doce
de las dieciséis temporadas en activo y nada menos que cuatro de ellas
consecutivas con más de 400.
Dicen que todas las comparaciones son malas y es cierto.
Tal vez el ejemplo del Rey de Macagua 8 nos sirva para analizar cuales son
nuestras reales perspectivas y los defectos actuales o donde radica la grandeza
del ser humano en el deporte o cualquier otra actividad.
Para ello, olvidémonos por un instante de las emociones
del Mundial de Fútbol en Brasil y los goles con la brazuca para volver de nuevo
al terreno de pelota aprovechando este lapsus de la Serie Nacional de
Beisbol, con los ánimos más aplacados y el cerebro debidamente climatizado. Así
podremos analizar mejor todos los factores en juego sin apasionamiento alguno.
De seguro que ustedes mis ardientes vecinos estarán de acuerdo con estas
reflexiones:
Ningún pitcher de verdad le tira la bola por la
cabeza al bateador contrario que mañana pudiera ser su compañero en el equipo
Cuba, si sabe además que tal exabrupto puede costarle la expulsión o poner la
del gane en base. Que cada posición es clave en este juego de equipo y tan
importante es un primer bate que se envase con regularidad como el jonronero
que lo empuje. Que un hombre en segunda sin outs indefectiblemente está en posición
anotadora y con esa ventaja si se le regala un dead ball o una base aumentará
el peligro. Que si el siguiente bateador sabe tocar o batear detrás del
corredor, pone a temblar al más flemático de los lanzadores. En esos momentos
es cuando se debe mostrar más ecuanimidad, más flema y aplomo en la lpmita. Que
el beisbol es un deporte no una guerra y si bueno es ganar, mejor es lograrlo
con un juego limpio y gestos menos agresivos. Que tanto peloteros, umpires como
otros protagonistas principales del espectáculo deben dar el ejemplo a la
variopinta multitud que grita y desborda sus instintos salvajes desde las
gradas amparados en la impunidad del gentío.
¿No será que tanto espectadores como ejecutores
pequemos en exceso de protagonismo? Por eso me atreví a reproducir estos datos,
aprovechando el impase beisbolero producido en nuestras esquinas calientes tras
las candentes polémicas finalistas entre cocodrilos, leones y otras fieras de
nuestra fiebre beisbolera en la finalísima hace solo unos meses.
En primer lugar: Está bueno ya de satanizar al
umpire que cuenta solo con fracciones de segundos o del ángulo en que esté
situado, para determinar el out o el quieto, la bola o el strike. En el
balompié, las tarjetas rojas o amarillas se administran a empujones desde
atrás, manotazos o patadas. aunque sean dudosos pero determinantes en el
desarrollo de la acción.
Por el contrario, nosotros cómodamente sentados en
nuestro butacón de la sala o el comentarista tras los micrófonos, contamos con
la técnica de la cámara lenta y la congelación de imágenes en la TV para opinar, también a veces
nos equivocamos..
El ampaya en términos generales para el
vulgo fue y seguirá siendo “el malo de la película”. Pero
debemos ser justos pues, de él depende en gran parte el desenvolvimiento feliz
del espectáculo con sus llamadas a la cordura y acertadas decisiones.
Recordemos un trabajo similar que dedicamos el
pasado año al inolvidable Amado Maestri titulado ”Hombres
de negro” donde analizamos situaciones tan polémicas como estas, pero junto
a la crítica necesaria aclaramos que se debía acudir al estímulo personal por
lo bien hecho. Y ahora reiteramos que sería acertado instaurar el Día
del Árbitro en Cuba como homenaje a ese que siempre actuó con
justicia, dignidad y valentía frente a quienes quisieron imponérsele por la
fuerza, la prepotencia o el engaño. ¡El gran Amado Maestri!
Ése sería un gran paso para predicar con el ejemplo
a las nuevas generaciones. ¡Honor a quien honor merece!
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