Que
Cristóbal Colón era un gran marino, nadie lo discute; que ya conocía las rutas
más importantes del comercio en el Mediterráneo desde mediados del siglo XV
tampoco; por tanto no era de extrañar el preámbulo a las Capitulaciones que
escribiera para convencer de su proyecto a los Reyes Católicos: “…Me
abrió Nuestro Señor el entendimiento con mano palpable a que era hacedero
navegar de aquí a las Indias y me abrió la voluntad para la ejecución de ello y
con este ruego vine a vuestras altezas…”
El
resto es harto conocido, de ahí que contemos ahora un episodio poco divulgado
de su vida, gracias al aporte dado a conocer hace unos años en las páginas de
la revista MAR Y PESCA por el colega Luis Úbeda bajo el título de “En
la que vino Colón a Cuba”.
Este
justo encabezamiento se debe a que en dicho trabajo se enfatiza el
comportamiento de la Santa María y las embarcaciones acompañantes en el
Descubrimiento. Pero más curioso es el suceso ocurrido dieciséis años antes,
que puso en riesgo tan colosal hazaña. Me he tomado la libertad de
encabezar este curioso hecho con la frase: “¡El almirante se salvó en una tabla!”. Y
cito a Ubeda:
“…Durante el combate naval de San Vicente, el 13 de
agosto de 1476, Colón salvó la vida prendido a un remo y nadando hasta la costa
de Segres en Portugal, tras ser incendiada su nave …”
Otro
naufragio importante en la vida del Adelantado también narrado por el colega
aclara: “…Una vez efectuada la colosal hazaña de atravesar un océano totalmente
desconocido y recorrer buena parte del Arco de las Antillas y de las Bahamas,
repletos como pocos de traicioneros bajos y cabezos, (arrecifes coralinos
sumergidos), su buque insignia se fue a pique por una negligencia de su dueño y
piloto Juan de la Cosa. (…) Sucedió con la mar en calma y leve brisa, mientras
el Almirante reposaba en su camarote. Cuando se dio la alarma ya la Santa María
estaba sentenciada a muerte. (…) Aún bajo los efectos de la somnolencia, Colón
trató de salvar la situación ordenando que, a bordo de un batel (pequeño
bote en forma de cajón), se trasladase un ancla a la costa y desde allí halase
la nave. Más el piloto se dirigió a la “NIÑA”, tal vez por aquello de ¡SÁLVESE
EL QUE PUEDA!. Proceder que con toda justicia el almirante calificara de
cobarde y traicionero…”
Un
tercer detalle de importancia es que los restos de la malograda nave sirvieron
para construir el primer fortín americano en La Española, denominado “Navidad”—dado
que el ataque y su destrucción ocurrió el 26 de diciembre de 1492--mientras sus
39 defensores eran exterminados por las huestes del cacique Guacanagari,
quienes poblaban el territorio ocupado por el Haití de nuestros días.
Aclaraba
el periodista en MAR Y PESCA que: ”…De la histórica nave--la Santa María--solo
han llegado hasta nuestros días dos anclas (o al menos, una) la cual fue
autorizada por el gobierno haitiano a mostrarse durante la Exposición Colonial
de París en 1951, así como en Italia y Cuba, esta última antes del triunfo de
la Revolución…”
Aquí
termina la narración de esos curiosos naufragios determinantes en el devenir
histórico, sobre todo el primero de ellos, que cumplió 538 años este 13 de
agosto, así como el milagroso madero que influyó en el al nacimiento de un
Nuevo Mundo, y sobretodo con el brote de una nueva palabra que echó raíces
entre nosotros y que vemos hasta en la sopa. Entre ellas: Países como Colombia
en Suramérica; Cementerios como el de Colón en La Habana y esa herencia maldita
del Colonialismo y la Globalización en todo el planeta.
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