Para ilustrar la narración que me
ofrece el amigo Víctor Manuel a continuación, acudo a varias viñetas que he
podido salvar de la polilla sobre aquel reportaje que me publicó PALANTE Y
PALANTE en octubre de 1963. Espero que disfruten ambos aportes. Cedo la palabra
al protagonista de la historia:
“…Después de lo del Mir durante el Flora Fidel llegó a Holguín, y se quedó allí toda la noche. En el curso de la madrugada le surgió la idea de avanzar rumbo a Cauto Cristo, en dirección a Bayamo, donde suponía que la gente superviviente estaría cercada por el agua.
Se decidió utilizar los anfibios más grandes en esa dirección con la idea. de acrecentar la flotabilidad de los mismos con grandes cámaras de tractores y camiones. Al amanecer partimos por la central y se llegó hasta donde las aguas cortaban la carretera, en la proximidad de un lugar llamado entonces El Naranjal.
“…Después de lo del Mir durante el Flora Fidel llegó a Holguín, y se quedó allí toda la noche. En el curso de la madrugada le surgió la idea de avanzar rumbo a Cauto Cristo, en dirección a Bayamo, donde suponía que la gente superviviente estaría cercada por el agua.
Se decidió utilizar los anfibios más grandes en esa dirección con la idea. de acrecentar la flotabilidad de los mismos con grandes cámaras de tractores y camiones. Al amanecer partimos por la central y se llegó hasta donde las aguas cortaban la carretera, en la proximidad de un lugar llamado entonces El Naranjal.
A
continuación se distribuyeron los acompañantes de Fidel en los tres anfibios, "reforzados". A mi me costó trabajo que él me
autorizara porque consideraba que como secretario del Partido debía quedarme
para seguir dirigiendo la emergencia desde el puesto de mando, pero logré
convencerlo con ciertas argucias; así consintió en dejarme tripular uno de los
anfibios, que por cierto, fue el primero en naufragar pues se le enredaron las
sogas colgantes del amarre y hubo que detener el motor para cortarlas.
En
eso ocurrió que, pese a que de nuevo se puso en marcha, el anfibio comenzó a ser
arrastrado, cada vez a mayor velocidad, por una fuerte corriente de agua que
pasaba por debajo de un pequeño puente para el paso del ganado, pero en este
caso se trataba de un mar, y la alcantarilla era como una pequeña islita por
debajo de la cual se hacía fuerte la corriente al reducirse su paso por el
diámetro de los tubos de cemento.
En fin que el anfibio fue arrastrado hasta chocar con la alcantarilla; algunos se lanzaron al agua, otros se quedaron dentro, en tanto que los más afortunados esperamos sobre cubierta el momento del choque y logramos saltar a la alcantarilla. De momento parecía que solo habríamos sobrevivido los que logramos alcanzar la carretera.
Inmediatamente Fidel se percató del suceso desde cierta distancia, y ordenó acercarse, para salvarnos, pero ocurrió lo mismo; su anfibio también chocó; a él logramos agarrarlo y subirlo a la carretera. Poco después se repitió el naufragio con el tercer anfibio.El líder de la Revolución pasó revista a los sobrevivientes y las bajas, que lamentó muchísimo, entre ellas el comandante Vallejo, el entonces capitán y jefe de la más importante unidad militar de la región, Carlos Fernández Gondín, y dos médicos que se habían incorporado, los doctores Hugo Zayas y Benito Pérez Masa.
Pero pronto se empezó a divisar que aquellos desaparecidos—los que habían pasado bajo el puente--estaban al menos de momento a salvo, aunque en muy precarias condiciones: Vallejo sobre la copa de un árbol, Fernández Gondín agarrado con los pies a una “madre de cerca” y apenas con la cabeza fuera del agua; en condiciones parecidas estaban los dos médicos y otros compañeros.
Enseguida Fidel dispuso su rescate, ya que no podrían sostenerse mucho en las condiciones que estaban. Entonces ordenó cortar los cables del tendido eléctrico que estaban caídos para atar las cámaras y mantenerlas sujetas desde la orilla. Yo también asumí esa orden y me lancé al agua con una bayoneta AK, solo que ya dentro del agua turbulenta y con un cable en la mano, me acordé que no sabía nadar lo suficiente como para aquella peligrosa maniobra, pero por suerte desde la salida nos habíamos metido todos dentro de unos chalecos salvavidas que me dio la suficiente flotabilidad como para moverme en el agua, cortar mi pedazo de cable y traerlo a la orilla, sin que nadie se diera cuenta de que estaba pasando otro susto dentro del gran susto anterior. En lo que ocurría todo eso Fidel dirigía la preparación de los atados de cámaras salvavidas para ir en busca de los compañeros; entonces llegaron otros socorristas en unos botes porque desde el lugar de partida de los anfibios se dieron cuenta de nuestro "naufragio" y a remo acudieron enseguida atracando a un islote lejos de la fuerte corriente que nos había hundido.
Cuando el Comandante en Jefe vio los botes, rápidamente organizó el rescate a bordo de ellos, y en poco tiempo estuvieron todos sobre el pequeño pedazo de carretera sobre la alcantarilla. La alegría de Fidel era indescriptible porque no hubiesen ocurrido bajas.
Enseguida planeó continuar avanzando en esos botes en la dirección original de Cauto Cristo.
En fin que el anfibio fue arrastrado hasta chocar con la alcantarilla; algunos se lanzaron al agua, otros se quedaron dentro, en tanto que los más afortunados esperamos sobre cubierta el momento del choque y logramos saltar a la alcantarilla. De momento parecía que solo habríamos sobrevivido los que logramos alcanzar la carretera.
Inmediatamente Fidel se percató del suceso desde cierta distancia, y ordenó acercarse, para salvarnos, pero ocurrió lo mismo; su anfibio también chocó; a él logramos agarrarlo y subirlo a la carretera. Poco después se repitió el naufragio con el tercer anfibio.El líder de la Revolución pasó revista a los sobrevivientes y las bajas, que lamentó muchísimo, entre ellas el comandante Vallejo, el entonces capitán y jefe de la más importante unidad militar de la región, Carlos Fernández Gondín, y dos médicos que se habían incorporado, los doctores Hugo Zayas y Benito Pérez Masa.
Pero pronto se empezó a divisar que aquellos desaparecidos—los que habían pasado bajo el puente--estaban al menos de momento a salvo, aunque en muy precarias condiciones: Vallejo sobre la copa de un árbol, Fernández Gondín agarrado con los pies a una “madre de cerca” y apenas con la cabeza fuera del agua; en condiciones parecidas estaban los dos médicos y otros compañeros.
Enseguida Fidel dispuso su rescate, ya que no podrían sostenerse mucho en las condiciones que estaban. Entonces ordenó cortar los cables del tendido eléctrico que estaban caídos para atar las cámaras y mantenerlas sujetas desde la orilla. Yo también asumí esa orden y me lancé al agua con una bayoneta AK, solo que ya dentro del agua turbulenta y con un cable en la mano, me acordé que no sabía nadar lo suficiente como para aquella peligrosa maniobra, pero por suerte desde la salida nos habíamos metido todos dentro de unos chalecos salvavidas que me dio la suficiente flotabilidad como para moverme en el agua, cortar mi pedazo de cable y traerlo a la orilla, sin que nadie se diera cuenta de que estaba pasando otro susto dentro del gran susto anterior. En lo que ocurría todo eso Fidel dirigía la preparación de los atados de cámaras salvavidas para ir en busca de los compañeros; entonces llegaron otros socorristas en unos botes porque desde el lugar de partida de los anfibios se dieron cuenta de nuestro "naufragio" y a remo acudieron enseguida atracando a un islote lejos de la fuerte corriente que nos había hundido.
Cuando el Comandante en Jefe vio los botes, rápidamente organizó el rescate a bordo de ellos, y en poco tiempo estuvieron todos sobre el pequeño pedazo de carretera sobre la alcantarilla. La alegría de Fidel era indescriptible porque no hubiesen ocurrido bajas.
Enseguida planeó continuar avanzando en esos botes en la dirección original de Cauto Cristo.
Por
supuesto que no era fácil convencerme de asumir esa misión evidentemente imposible,
pero enseguida Fidel se dio cuenta del cuchicheo y dio unos fuertes gritos para
recordarle a todos, con aun más fuertes palabrotas, que él era el jefe y seguiría
al mando hasta cumplir la misión que se había propuesto de llevar ayuda y
solidaridad a los posibles sobrevivientes aislados en el poblado de Cauto
Cristo, al considerar que habría sido barrido por las aguas.
En
eso se estaba, cuando se escuchó y se vio un helicóptero que, pese a la lluvia
y el viento, se mantenía en el aire e intentaba aterrizar en el pequeño islote
de carretera que ocupábamos. Enseguida se bajó el Comandante Almeida, y desde
que lo vio Fidel dijo que no lo convencerían para montarse en el helicóptero y
que seguiría su rumbo en los botes. Pero Almeida sí logró darle la información necesaria
para convencerlo de que era imprescindible su inmediata presencia sano y salvo en
el puesto de mando, cuando ya en el exterior se propalaba la versión de que
habría perecido.
De
mala gana se despidió de quienes quedamos en la alcantarilla, que enseguida nos
aprestamos para regresar en los botes hasta "tierra firme". Pero en
ese preciso momento ocurrió otro percance dramáticamente pintoresco y que por
un instante pareció que podría ser trágico, porque un enorme toro cebú, enloquecido,
que había logrado salvarse nadando quien sabe desde dónde y por cuánto tiempo--pues
no se veía nada vivo en el entorno--salvo las alimañas que habían logrado
escalar a la parte alta de los árboles y aquel toro bravo arremetió contra nosotros.
La salvación solo estaba en lanzarnos al agua para evitar ser corneados y pisoteados, hasta que uno de los muchachos de la escolta, o tal vez más de uno, dispararon sus fusiles y mataron al toro. Solo fue entonces que pudimos regresar en los botes.
Cuando arribé, y mientras me arropaban (porque salvo Fidel, que nunca se quitó ni el casco, los demás estábamos prácticamente sin ropas), temblando de frío y tomando algo caliente, conté todo cuanto había pasado. Entre los presentes estaba un periodista de REVOLUCIÓN, que captó lo esencial del relato y al día siguiente se publicó a toda una página del diario, bajo el título: “Yo vi a Fidel
arriesgar su vida en el Cauto”.
La salvación solo estaba en lanzarnos al agua para evitar ser corneados y pisoteados, hasta que uno de los muchachos de la escolta, o tal vez más de uno, dispararon sus fusiles y mataron al toro. Solo fue entonces que pudimos regresar en los botes.
Cuando arribé, y mientras me arropaban (porque salvo Fidel, que nunca se quitó ni el casco, los demás estábamos prácticamente sin ropas), temblando de frío y tomando algo caliente, conté todo cuanto había pasado. Entre los presentes estaba un periodista de REVOLUCIÓN, que captó lo esencial del relato y al día siguiente se publicó a toda una página del diario, bajo el título: “Yo vi a Fidel
arriesgar su vida en el Cauto”.
Por
cierto que BOHEMIA lo reprodujo íntegramente en su propio gran reportaje sobre
la tragedia del Flora. Y puedes creerme que en medio de aquella vorágine no se
me ocurrió leer nunca aquel trabajo periodístico, sobre el que por cierto me
hicieron unos comentarios, como que el periodista hacía ver que él participó en
los hechos--lo cual no era cierto--y mucho menos me interesé en leerlo.
Le recuerdo al inefable amigo que
cuando nos conocimos allá en los días del Flora, él me relató brevemente algo
de estos acontecimientos. Pienso que su natural modestia evitó volver sobre
aquel hecho heroico en cada nuevo encuentro y siempre terminábamos hablando de
temas afines como el humorismo y la caricatura. Hoy en sus 75 abriles aproveché
para reproducir casi textualmente su relato a pesar de los pesares. Espero que
me perdone esta encerrona mediática; y regreso a su narración: “…Veinte años después de los
acontecimientos me llamó otro periodista
pero de la revista BOHEMIA para pedirme una entrevista sobre aquellos sucesos. Como
que yo era el vicejefe del DOR no me parecía bien ese protagonismo, pero me
intrigó que aquel joven—Manolito González Bello--que tanto se destacó en tan
poco tiempo, lamentado más tarde su prematuro fallecimiento; me ubicara en los
hechos del Flora, y fue él quien me enteró de lo que había publicado BOHEMIA, y
la reproducción del reportaje de REVOLUCIÓN.
Precisamente
con motivo del vigésimo aniversario del Flora es que la revista solicitaba la
entrevista. Entonces fui al Centro de Documentación del Comité Central y leí
por primera vez lo publicado veinte años atrás. Al fin le di la exclusiva a
Manolito, y él incluyó mi testimonio en su gran reportaje.
Te
confieso Blanco que en esas dos décadas, la vida había transcurrido tan rápido
que yo apenas había tenido tiempo de hablar sobre aquello, y apenas ni me
acordaba. Solo cuando leí mi propio relato, y recogido "en caliente"
por el periodista de REVOLUCIÓN--cuyo nombre no recuerdo en este momento--pude
reconstruir aquellos acontecimientos.
Años
después, estaba yo trabajando en el CIREN, y William Gálvez--quien fue
uno de los comandantes participantes en el "naufragio de los
anfibios"--me pidió testimonio, y lo complací, pero no volví a animarme hasta
que hace dos años, aquí en BOHEMIA, me contactaron desde la Defensa Civil de
Holguín para que testimoniara en un gran reportaje que estaban preparando con
motivo del aniversario 50 de la Defensa Civil, cuya primera gran prueba de
fuego fue precisamente el Flora.
Vinieron
a entrevistarme desde la televisión de Holguín, fue entonces que volví a
recordar y narrar muchos de aquellos detalles, algunos de los cuales ahora te
estoy contando con las imprecisiones de la improvisación a vuela-tecla--no para que los publiques--sino
para que tengas el conocimiento y puedas asumirlo en lo que consideres sirva a tu
propio relato... Y nada más, que ya son las nueve de la noche, Sofía me apremia
por el teléfono, y el estómago también. Va un abrazote con mi mayor afecto y
admiración.
Hasta aquí la versión del amigo Víctor Manuel, aquel protagonista de 22 años que ahora arriba a su 75º Aniversario: El subrayado en negrita es nuestro.
Hasta aquí la versión del amigo Víctor Manuel, aquel protagonista de 22 años que ahora arriba a su 75º Aniversario: El subrayado en negrita es nuestro.
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