Hace
exactamente treinta años, el 23 de febrero de 1987, junto a Enrique Núñez
Rodríguez, recibimos la triste noticia del fallecimiento el día anterior en La
Habana de Chanito Isidrón, mientras entregábamos el Premio Anual de Humorismo
en el Festival de la Radio, celebrado ese año en Caibarién y que periódicamente
se otorgaba a los distintos espacios de la programación cubana conmemorando un
aniversario más de Radio Rebelde.
Por
el compromiso contraído y la distancia de la capital en ese momento, nos
resultaba imposible asistir a rendirle el último adiós al Príncipe del Punto
Cubano. Días después, de regreso pudimos ofrecerle nuestro pésame a su esposa María
Esther y sus hijos Chano y Ricardito en el propio hogar de la calle Zapata en
el Vedado.
No
se puede hablar del humorismo en la décima cubana sin un guiño a quien dejara
su huella indeleble en la especialidad. Veamos por qué:
Se
trata de Cipriano Isidrón Torres, nacido en Calabazar de Sagua, Villa Clara, el
26 de septiembre de 1903. Aquel que desde muy joven tuvo que superar los tempranos
tropiezos de la pobreza en el campo. De su prematuro oficio de narigonero, las
riendas de la yunta le dejaron la huella indeleble de unos dedos mutilados,
impidiéndole seguir acariciando las cuerdas de la guitarra. Pero le quedaba su
voz, su talento y unas ganas infinitas de alegrarle la vida a sus semejantes.
Juglar
andante de la guardarraya, y cantor del concubinato entre el humorismo y la
décima, Chanito Isidrón, nombre artístico que adoptó, tal vez sea el único
bardo cuyas improvisadas espinelas cómicas hayan circulado de boca en boca
espontáneamente haciendo reír a generaciones de cubanos tanto en Cuba como en
el exterior.
Durante
la época de oro de la radiodifusión nacional en la primera mitad del siglo
pasado, Chanito brilló con luz propia, abordando todos los géneros, pero sobre
todo por sus desternillantes duelos entre sordos de cañón, popularizados en el
programa “Dímelo Cantando” de la Mil Diez.
Precisamente
así bautizó PALANTE Y PALANTE en 1961, la página de décimas campesinas que
rendía honores a su antecedente radial.
Como
fundador de la publicación asistí a su nacimiento de la mano del Indio Naborí,
y allí colaboró Chanito desde sus inicios, pero de forma permanente ya jubilado
del ICRT hasta su último aliento.
Esto
ocurrió por razones ineludibles, cuando Naborí tuvo necesidad de ocupar otras
obligaciones que le impedían continuar colaborando con nosotros. Al aceptar la
responsabilidad de dirigir el semanario en 1970, me hice el propósito de
rescatar el género, pues la falta de sistematicidad dejó por un tiempo virgen
dicho espacio, y la publicación--huérfana de décimas--estaba pidiendo a gritos
su reivindicación.
Un
buen día el colega Aldo Isidrón del Valle me llama por teléfono desde Las
Villas y me dice: “--Blanco, por favor,
tírale un cabo al viejo”.
Lo
menos que imaginé era que se trataba de su consagrado tío, y tras la alerta me
trasladé a su casa en la calle Zapata del Vedado, bastante cercana a nuestra
redacción, y más aún del Cementerio de Colón.
Chanito
llevaba cerca de un lustro, acogido a la jubilación, y mirando desde lo alto
del apartamento-atalaya donde vivía--colindante con el Cementerio de Colón--el
sepulcral silencio de los mortales restos en sus últimas moradas, y a veces su
musa incursionaba entre lo humano y lo divino.
Eso
no impidió que me recibiera con la sonrisa de siempre y el chascarrillo a flor
de labios. No fueron pocas las sesiones de convencimiento, ni las humeantes
tazas de café que obsequiaba con profusión su media naranja María Esther, servidas
por sus dos vejigos Chano y Ricardito, que competían a ver a quién le tocaba
hacer de camarero ese día.
Más
que mis argumentos, lo convenció la propia necesidad de volver a la carga, y
desde entonces PALANTE contó con el más fiel, exitoso y desinteresado
participante; y lo más increíble, sin firmar aquella sección que él cubría con
tanta dedicación, ni cobrar colaboración alguna.
Puedo
asegurarles que aquel octogenario subía y bajaba los cuatro tramos de la
escalera donde vivía, con una agilidad felina, caminaba todo el Vedado
diariamente, y de paso se daba un saltito hasta nuestra redacción para atender
la correspondencia de la página campesina que aumentaba por días gracias a él.
Bebía
con moderación y fumaba como un trastornado, pero con una envidiable vitalidad
siempre aconsejaba:
“¡La
vianda, Blanquito, la vianda! Plátano, malanga, boniato…”
-Ésa
era su fórmula.
Así
justificaba sus gustos y su salud. Por mi parte siempre pensé: --Falso:
Bajo
su responsabilidad llovieron las colaboraciones para la publicación, y gracias
al apoyo de la ANAP, convocamos el primer concurso de décimas humorísticas “La
Transformación
en el Campo” como saludo al Congreso de la organización. Tanto el recién
nombrado presidente del jurado—Chanito--como los ganadores de los premios, a
partir de entonces fueron invitados de honor a la Jornada Cucalambeana que se
celebraba anualmente a principios de julio en el Cornito de Las Tunas.
¡Y
ahora viene lo bueno!... En aquella primera ocasión que nos invitaron, el viejo
juglar y yo compartimos la misma cabaña a orillas del Hórmigo, y constantemente
tocaban a la puerta periodistas, campesinos, músicos, dirigentes, repentistas,
y público en general, curiosos porque no creían lo que se anunciaba por los
altoparlantes: La presencia física de Chanito en el evento.
Algunos
lo tocaban, otros lo abrazaban casi llorando:
“…¡No
estaba muerto..! ¡No se había ido para el Norte..! ¡Ni se había divorciado de
la décima..! ¡Estaba vivito y coleando..!”
Tanto
se había especulado con su ausencia, y tanto el tiempo transcurrido alejado de
los medios, que el ídolo se había convertido en un mito.
Cuando
subió esa noche al escenario del Cornito, aquello se vino abajo.
Puedo
asegurarles que a partir de entonces, Chanito recuperó el trono principesco de
la controversia ganado en buena lid durante su juventud. Y así se mantuvo
fraternal, correcto, impecable como el “Elegante poeta de Las
Villas” que siempre fue.
A
su seria estampa lo seguía como su sombra, la carcajada ajena, y así disfruté
como propios sus éxitos y muchos de los guateques que animó durante los últimos
años de su vida.
Para
concluir los dejamos con esta graciosa estampa juiciosa y desprejuiciada de la
Academia de la Lengua:
LAS COSAS DE LA ACADEMIA
La
Real Academia toma
del
léxico lo mejor,
limpia,
pule y da esplendor
a
nuestro muy rico idioma.
Por
ella a menudo asoma
una
palabra elegante
que
deslumbra al estudiante
y
al hablador descalabra
cuando
incluye una palabra
extraña
y desconcertante,
Le
llamamos al ciclón
meteoro,
¡qué tormento!,
cuando
lo que mete es viento,
nerviosismo
y confusión.
Al
que monta en un avión
decimos
que se ha embarcado
y
si en la guagua ha montado
también
se embarcó --lo sé—
lo
malo es que no se ve
el
barco por ningún lado.
Embarcarse, entiendo yo,
que
es en un barco por agua.
Mas
si sale en una guagua
Yo
digo que se enguagó,
si
va en yegua se enyeguó
como
si viaja montado
en
un carretón halado
por
chivo, caballo, o mulo,
conscientemente
calculo
es
que se ha encarretonado.
Le
llamamos negativo
al
vago o incumplidor
y
al que es buen trabajador
decimos
que es positivo.
Ese
calificativo
se
usa en la electricidad,
y
si el término es verdad
entonces
un hombre honrado
con
un haragán al lado
da
fuerza y da claridad.
Ni
Martínez de Nebrija,
Covarrubias,
ni Cervantes,
usaron
de esos desplantes
que
hoy hacen que yo me aflija.
Si
esta, mi crítica es hija
del
libro que no leí
no
se preocupen, que aquí
en
este simposio diario
voy
a hacer un diccionario
exclusivo
para mi.
Chanito Isidrón
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