Gustav, Hanna e Ike: Los tres violentos huracanes consecutivos que nos azotaron a lo largo del territorio nacional en los meses de septiembre y octubre del pasado año fueron de tal magnitud que causaron la mayor destrucción en bienes y servicios de toda nuestra historia.
Sin embargo, no fueron los más mortíferos. Fui testigo presencial de los desastres producidos por el ciclón Flora que atacó a la antigua provincia de Oriente en octubre de 1973. http://www.granma.cubasi.cu/secciones/huracanes/2004/muy01.html
Mis vecinos del ciberespacio deben saber que dicha región, antes de la División Político Administrativa abarcaba cinco de las actuales provincias del este. A saber: Las Tunas, Holguín. Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo.
La fuerza de los vientos de aquel fenómeno, no era tan intensa, pero sí venía acompañada de tormentas de agua que sumadas al inesperado lazo que formó su trayectoria, encerrándolo entre las montañas orientales durante varios días, produjo una especie de diluvio universal, con nefastas consecuencias para personas, animales y cosas.
Ese suceso también me cogió desprevenido a mi, pues el entonces director de PALANTE, el venezolano Gabriel Bracho Montiel, me encargó la tarea de salir de inmediato para dicha provincia y reportar el cataclismo. Aunque de inicio aquello me pareció una misión imposible, me dije a mi mismo:--Blanco, dale sin chistar porque el periodista jamás debe rechazar un trabajo por absurdo que parezca--. Así que metí en mi mochila,lo imprescindible. Es decir, el cepillo de dientes, el bolígrafo y la libreta de notas, dirigiéndome a la terminal de Boyeros.
De pronto me vi montado en un avión de pasajeros de Cubana, pero sin asientos ni agarraderas porque había sido convertido en carguero para trasladar ropas y medicinas destinadas a los damnificados. Tuve que asirme bien fuerte al piso para no ser lanzado por el batuqueo de los baches aéreos y convertirme en otro perjudicado más. Al volar a baja altura por la llanura Camagúey-Las Tunas, entendí perfectamente el motivo del viaje: La Isla había quedado cortada en dos, y sólo había comunicación por aire o por mar. Aquello era un inmenso lago tachonado por los techos de guano de numerosos bohíos donde familias completas, desnudos como Dios los trajo al mundo, esperaban ansiosos por la ayuda que les viniera del cielo, en forma de helicóptero.Desde el aire, la ciudad de Holguín daba la impresión de un portaaviones gigante flotando sobre el Cauto desbordado, y en su cubierta, cientos de personas, como incansables hormiguitas trabajaban en auxilio de los habitantes de las zonas rurales aledañas.
Al bajar la escalerilla del Britannia, otra sorpresa en forma de jeringuilla me daba la bienvenida para quedar inmunizado ante tanto contagio y contaminación ambiental.
Tenía que apurarme pues el crepúsculo pronto se transformaría en una especie de negativo fotográfico sin un cuarto oscuro para revelar la película. En ese escaso tiempo me presenté ante las autoridades locales y pude instalarme en el hotelito del pueblo a la luz de un quinqué, pues el apagón era tan universal como el propio diluvio. Aún así, a la luz de los faroles chinos heredados de la Campaña de Alfabetización, pude ver largas colas de personas con baldes y otras vasijas en procura de agua o alimentos. --Eso pensé yo ingenuamente.
Falso: Eran vecinos de los alrededores para conseguir petróleo con que incinerar los restos mortales de vacas, puercos y otros animales que por decenas ¿centenares? contaminaban el medio ambiente, y el entero también. ¿Con esos truenos, quien duerme?
Sólo el cansancio del Sr. Morfeo que viajaba conmigo logró vencer el insomnio de tanta desgracia acumulada ante mis ojos. ¡Y apenas había llegado a la zona de desastre! Así que me esperaba ver lo peor al día siguiente. Bien temprano en la mañana, con un buchito de café en el estómago, me lancé a la aventura.
Pero de nuevo me vi en el aire, esta vez a bordo de un helicóptero de la Fuerza Aérea Revolucionaría, que hacía un alto en sus continuas misiones de salvamento para llevarnos a mi y otros compañeros de la prensa hacia la zona de desastres al norte de la provincia.
Cuando descendimos cerca de Mayarí Abajo, que había sido cubierto por las aguas de Mayarí Arriba, la primera impresión al tocar tierra fue como si me noqueara el impacto de un hedor insoportable a punto de tirarme a la lona. Impresión macabra de las catástrofes reales que jamás se sentirá en las imágenes virtuales del cine o la televisión.
Pónganse en mi lugar: Llegaba a un pueblo náufrago de las inundaciones recientes. Gente que trataba de recuperar lo que el viento se llevó.
Vecinos que perdieron todas sus pertenencias, sus animalitos, y hasta sus seres queridos. Escasez de alimentos y agua potable,-de ahí la dichosa inyección-entre otras desgracias. Y yo, bolígrafo en mano cayéndoles a preguntas para un semanario humorístico. Los rostros de mis interlocutores decían más que sus propias palabras, aunque algunas de ellas serían impublicables. De ahí el título de esta remembranza “Misión Imposible”.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que con voluntad todo se logra, y me lancé a la odisea.
Estaba consciente que nada puede competir en objetividad e inmediatez con la instantánea oportuna o las tomas en vivo del telediario. Pero, a veces la intensidad del fenómeno, la rapidez con que ocurre, o el peligro que representa, hace imposible su correcta realización. Mi perseverancia logró convencer a algunos testigos presenciales quienes comenzaron a narrarme sus vivencias. Estaba lanzado el reto y comenzaba a ceder la resistencia.
Ahí entró a jugar la interpretación del testimonio y la agudeza del lápiz-, logrando captar imágenes, aparentemente intrascendentes, que en situaciones extremas no pudieron plasmarse, o se pasaron por alto. A lo largo de esta croniquilla hemos venido publicando algunas de aquellas escenas que ningún otro reportero pudo captar igual, y que yo, también en sus inicios catalogué de Misión Imposible. Pero al final, se impuso la voluntad profesional y característica de nuestro pueblo de ¡Si SE PUEDE!
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