Los Premios Oscar se dan a conocer en los
primeros días de cada año, a partir de su debut en mayo de 1929, cuando se
convirtió en el primero de los reconocimientos al mérito por la Academia de las Artes y
Ciencias Cinematográficas de Hollywood.
Posteriormente se otorgaron en los Estados
Unidos los Premios Tony de teatro a partir de 1949, los EMMY de televisión en
1948 y el Grammy de música en 1958. Los del cine correspondientes al año 1941
crearon una gran polémica a nivel mundial.
Con sólo once años de edad, no fui capaz en
ese momento de aquilatar tamaña disputa, tan ocupado como estaba con mis
propias inquietudes extracurriculares: Convertirme en caricaturista y dibujante
de comics e incluso escribir mis propios guiones de ficción.
Es por ello que ahora, a setenta y tres años
de aquel acontecimiento, hago el cuento utilizando la técnica de aquellas series
de aventuras que se publicaban antaño en los suplementos dominicales de la
prensa, antecedente de los actuales culebrones televisivos, pues cada semana a
pie de página se podía leer el sugerente: CONTINUARÁ…
Pues bien
en el propio titulo ya se anuncia el conflicto entre el ciudadano Kane y
el sargento York; pasemos pues al primer episodio:
CAPÍTULO I
EL NIÑO PRODIGIO:
A la misma edad que yo tenía cuando aquel
diferendo--once años--ya Orson Welles era capaz de leer a los poetas isabelinos
y podía escribir sonetos en ese estilo. Creció obeso, sedentario y hasta amargado,
pero, nada le impidió antes que le surgiera el bigote, lograr varios éxitos en
los spots publicitarios de la época.
El “Mercury Theater” fue testigo de su
versión del “Otelo” en la persona de un celoso dictador haitiano. Más tarde
conmocionó al mundo con la adaptación al
radio de “La Guerra
de los Mundos” original de H.
G. Wells. Ésta versión resultó tan verídica que causó pánico en las calles de
Nueva York y su impacto trascendió a todo el planeta.
Por todo ello pronto ganó el título de Wonder
Boy que traducido al español sería algo así como, el niño prodigio.
CAPÍTULO II
SURGE UN NUEVO ACORAZADO
SURGE UN NUEVO ACORAZADO
Hasta ese momento, el más grande cineasta del
siglo era Sergei Einsenstein, quien entre otras cosas había introducido la
técnica del montaje, y el buen uso del claro oscuro para enriquecer la
plasticidad en el Séptimo Arte, entre otras innovaciones.
Todo ello podía apreciarse ya en su mítico “Acorazado
Potemkin”, pero más tarde, al incursionar en el cine mexicano, el director
soviético también logró dejar su impronta.
A fines de la década del treinta, Orson
Welles acometió uno de sus proyectos más ambiciosos: Llevar a la pantalla a
William Randolph Hearst, magnate de las finanzas y la prensa de los Estados
Unidos, bajo el título de “El Ciudadano Kane” donde impuso su
personal estilo de dirección que muchos compararon con el mítico Eisenstein y
sus inolvidables escenas tomadas en las escaleras del puerto de Odesa frente a
los cañones del Acorazado Potemkin.
CAPÍTULO III
UN OSCAR POLITIZADO
Pronto al joven director le fueron enfilados
otros cañones—los de la gran prensa y las finanzas en su propia tierra—cuyo
Comandante en Jefe no era otro que el propio W. R. Hearst.
El primer síntoma de ese descontento surgió
a la hora de repartir los Academy Awards de ese año. La cinta ”El
Ciudadano Kane” escrita, dirigida, y actuada personalmente por él, resultaba
una espina en la garganta de Hollywood; pues el díscolo Orson Welles amenazaba cargar
con todos los premios de ese año.
La casualidad acudió en ayuda de los
magnates: El mundo temblaba ante la amenaza de una Segunda Guerra Mundial.
Estados Unidos no podía quedar al margen; los estudios acudieron al extremismo
y la patriotería a una velocidad de 24 por segundos y lograron interesar a un
héroe estadounidense de la
Primera Guerra a escala planetaria (1914), el sargento Alvin
York, quien también puso sobre el tapete sus condiciones, entre las cuales
coincidía con los planes de la distribuidora: El actor debía ser Gary Cooper,
un carismático intérprete reconocido como el eterno cowboy.
Otra curiosidad surgida ese año como
consecuencia de dicha contienda bélica fue que, las estatuillas de ese año y
los siguientes hasta 1945 en que se terminó el conflicto, fueron vaciados en
yeso en vez del metal precioso acostumbrado. Este dato lo hemos tomado de internet
y nos resulta un tanto sospechoso, según leerán más adelante.
CAPÍTULO IV
LA SOCIEDAD NO PERDONA
El truco de los magnates de Hollywood era
tan evidente que no pudo
cumplirse en su totalidad: ”El
sargento
York” obtenía el premio Oscar de actuación para Cooper, pero el de
guión recayó en Welles con su “Ciudadano Kane”
A partir de entonces comenzó el Vía Crucis
para quien fuese en el pasado un niño prodigio: Sólo conseguía papeles
mediocres en películas de segunda categoría. Se vio obligado a realizar otros
proyectos menos ambiciosos para ganar el sustento diario. Siempre en búsqueda de
apoyo financiero y de buenos argumentos sin resultado alguno, su aspecto fue
deteriorándose. A la obesidad se unió el peso de los años que minaron tanto su
anatomía como su autoestima.
CAPÍTULO V
CONFESIONES DE GRANDES
Una década después de aquel fatídico 1941
para Orson Welles, surgió un incidente que también resulta interesante darlo a
conocer:
En marzo de 1953 Gary Cooper el galardonado
con el sargento York se hallaba en México para otra filmación y en un descanso nocturno
compartido con los artistas Ward Bond, Anthony Quinn y el realizador argentino Arturo
Fregonese, la conversación es interrumpida por una llamada telefónica a Cooper
desde larga distancia.
A los pocos minutos el astro de Hollywood
regresa a la mesa y tras servirse un trago le confiesa al director argentino:
--Te
das cuenta, Hugo, me resulta difícil de creer. Yo, tan mal actor, acabo de
ganar mi segundo Oscar de por vida.
Se trataba del filme “A la hora señalada”. Y a
confesión de partes, relevo de pruebas dirían algunos--. Yo prefiero destacar
la sinceridad con que Gary Cooper se reconocía a sí mismo y tal vez, hasta
recordaba la injusticia cometida antes contra su colega Orson Welles. Lo cierto
es que los Premios Oscar siguen acaparando año tras año el interés, tanto de
creadores e intérpretes, como de aficionados al Séptimo Arte en general. Pero
se nos quedaba en el tintero otro interesante episodio de esta historia..
CAPÍTULO VI y FINAL
EL OSCAR PERDIDO
Un nuevo diferendo surge entre Orson Welles
y los organizadores del espectacular evento de Hollywood, incluso después del
fallecimiento del famoso “Wonder boy”·a
fines del siglo pasado.
Hay una cláusula de la Academia, donde se
especifica que los Oscars obtenidos no pueden ser vendidos por los agraciados,
pues ella tiene el derecho a la primera opción, por valor de ¡UN DÓLAR!
En este caso, el premio de Orson Welles en
1941 se creía perdido y la
Academia le entregó una réplica a su hija Beatrice en 1988,
pero el bronce original apareció seis años después. Y yo me pregunto: --¿Era
por fin el de 1941 de yeso o de metal?
Un colega de gqalardonado lo había vendido a
una compañía por valor de cincuenta mil dólares. La hija del artista bloqueó la
venta en una subasta y logró recuperar el trofeo original.
Hasta aquí lo que nos contaron del azaroso
caso de la estatuilla los colegas .Lisandro Otero y Rodolfo Santovenia en
sendos trabajos para el dominical ORBE
de Prensa Latina hace aproximadamente unos diez años
Si éste no es un buen libreto de enredos al mejor
estilo de Hollywood, que resucite el inolvidable “Niño Prodigio” y venga a
rebatirlo-.
NOTA: Para las nuevas generaciones de
cubanos que bebieron de las fuentes inagotables de la cartelística cubana a
partir de los años 60, muy especialmente en la temática cinematográfica, quizá
les resulten un tanto anacrónicos los carteles de las películas soviéticas y
estadounidenses con las cuales ilustramos este trabajo. Como ejemplo de ello, hace
poco adornamos otra croniquilla nuestra al hacernos el HARA-KIRI con el
cubanísimo e irrepetible cartel de Reboiro. Tal vez volvamos sobre este tema
sin necesidad de sacarnos un sable.
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