En
un trabajo anterior titulado “Todo a línea” recordábamos la
abarcadora investigación del cubano Bernardo González Barros bajo el título de “La
Caricatura Contemporánea”. Dicho artículo planteaba que la caricatura--como
manifestación artística--es muy anterior a nuestros tiempos, pero además,
seguimos viviendo en una permanente contemporaneidad, a no ser que la
globalización actual le haya cambiado la cara al mundo a partir de sus
catastróficas guerras mundiales.
Con
las dos frías contiendas intercaladas en el transcurso del siglo XX, ¿Qué
podemos esperar de una tercera guerra caliente? Mientras tanto, sigamos
contemporanizando.
En
el primer tomo de su obra González Barros aborda el estudio de la caricatura política
contemporánea en Alemania y Francia, mientras en el segundo volumen incluye
otras áreas geográficas hasta 1916.
Por
tanto su investigación queda trunca a comienzos del siglo XX, en medio de la
Primera Guerra Mundial.
Manifestaciones
de lo cómico existieron, incluso mucho antes de los jeroglíficos y animales
satíricos hallados en papiros del Antiguo Egipto, o las estampaciones en seda provenientes
de civilizaciones asiáticas milenarias como China o Japón; imposible pasar por
alto los dioses burlescos del paganismo grecorromano, la comicidad de algunos
caballeros andantes de la Edad Media--o más acá en el tiempo—con el hallazgo de
códices precolombinos en Nuestra América, totalmente desconocidos antes de
aquella “broma” del Descubrimiento, que nos colonizó desde la cabeza del Río
Bravo a los pies de la Patagonia.
Pinturas
rupestres del Paleolítico como estas aquí representadas tal vez fueran las
primeras experiencias de comunicación no gutural entre homínidos alrededor de
10,000 años antes de surgir la escritura. La foto tomada en la gruta de Lacaux
(Francia) demuestra la vigencia de la línea pintada en la roca como medio de
expresión icónica. De seguro el original sobre piedra se conserva mucho mejor
que la copia facsimilar conseguida por mí.
Pero
si de caricatura política se trata, habría que remontarnos a tiempos de la
Reforma y la invención de la Imprenta. Por tanto es hija putativa de Lutero y Gutenberg.
Fue un poderoso medio de propaganda en manos de los protestantes. Con el
desarrollo de la impresión y de la litografía se democratizó la literatura. Lo
mismo ocurrió en la ilustración con el invento de la xilografía.
Contemporáneas
al viaje del Gran Almirante existen evidencias del rejuego de la línea para
ridiculizar, embromar, satirizar o simplemente hacer reír al prójimo con sus
humoradas.
Ejemplos
surgieron en la propia Europa por entonces, apoyados en la opinión del historiador
Hoffman que atribuye la invención de la caricatura personal a Leonardo da Vinci
(1452-1519) debido a la forma de expresión en algunos de sus retratos como éste
de la “Condesa de Tyrol” (grabado con la firma Demarteau en 1787).
Por
entonces era algo común que los grabadores plasmaran sus firmas al pie de la
obra, como esta otra del gran Bruegel (1525-1569) titulada “Los alquimistas” que se
atribuye al buril de Phillippe Galle, en 1558, Un siglo más tarde, Callot
(1592-1635) nos hace gala de graciosos combates en las series “Gabbi”
y “Balli”, ambas de 1622.
Numerosos
ejemplos como los anteriores podrían agregarse durante la Edad Moderna. Nos basta
con nuevas humoradas de grandes artistas: Rembrant (1606-1669) contemporáneo de
Callot, Lagniet, Jean-Jacques Boissard y Watteau entre otros que ofrecieron
muestras de su pluma juguetona, sobre todo el primero de ellos, afamado
retratista holandés, quien dejó plasmada su vis cómica en conocidos autorretratos
como éstos que mostramos ahora.
En
el siguiente siglo destacan entre otros, el francés Watteau, el inglés Hogarth
y el español Goya, (1745-1828) éste último quien recibe un tratamiento especial
por su cercanía idiomática y cultural con nosotros.
De
que fue un gran humorista no deben caberle dudas a nadie. Su humor negro se
hizo presente en los numerosos lances taurinos que provocaron el enardecido ¡OLEEEÉ!
de sus paisanos y su intención se agudiza cuando retrata la grotesca corte de
Carlos IX tras el histórico San Bartolomé. Lamentablemente en estos momentos no
contamos con dicha imagen. En su lugar ofrecemos la copia-–mucho menos
humorística--de su “Viejo en el columpio” de 1824.
A
partir de esa época, el desarrollo de la imprenta, de la tipografía y otras
técnicas de las artes aplicadas, hicieron brotar nuevos ofertas como la
literatura infantil, los cuentos de hadas o de brujas, así como los periódicos,
hojas sueltas y folletines, las revistas ilustradas, la impresión en colores, y
otros medios de difusión masiva, situación que aprovecharon los humoristas.
De
esta fructífera etapa abordada por el colega en su libro--resto del siglo XIX—haremos
próximamente un nuevo recorrido, donde trataremos de aportar algunas imágenes
ausentes en la obra señalada, y que puedan enriquecer la precaria iconografía existente
en nuestros archivos.
La
especialización en esta nueva modalidad gráfica y especialmente periodística es
lo que apunta González Barros en su estudio y trataremos de localizar algunos
ejemplos que ilustren la obra gráfica de dichos humoristas.
De
lograrlo podríamos visualizar copias de maestros como Debucourt, Rowlandson, Cruikshank, Gillray,
Grandville, Topffer, Gavarni, Henri Monnier, Lear, Charles Keene, Du Maurier,
Busch y Gustave Doré, entre otros que dejaron su impronta en la caricatura del
siglo XIX en Francia y sobre todo ese coloso que fue Honoré Daumier
(1808-1879).
Por
su extensión tendremos que aplazarla para un nuevo capítulo, por lo cual rogamos
a nuestros pacientes vecinos estar al tanto de un próximo acercamiento a la LINEA DEL HUMOR FRANCÉS.
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