Con
dicho título y la caricatura que acompaña este trabajo traté de justificarme en
este mismo espacio con el maestro José Antonio Portuondo en la fecha de su
centenario.
Mucho
habían publicado los medios cubanos de ese ilustre cubano nacido el 10 de
noviembre de 1911, por tanto no repetiré los merecidos elogios, ni su
indiscutible trayectoria humanística, política, y cultural. Pero junto a dicha
caricatura, ahora repito una anécdota de mi vida vinculada a ese gran
santiaguero, cubano y universal a la vez.
Lo
traté desde los tiempos en que acudía con frecuencia a consultarlo en el
Instituto de Literatura y Lingüística en busca de algún dato, o de una
orientación, lo que siguió siendo una costumbre para mí con su actual directora
la Dra. Nuria Gregory.
Vayamos
pues al incidente que motiva esta introspección:
No
recuerdo la fecha exacta—aproximadamente mediados de la década del 70 del
pasado siglo--lo que sé es que fui invitado al Primer Encuentro de la Crítica
Literaria en Cuba, celebrado en una de las instalaciones turístico-culturales de
la playa Santa María del Mar.
Las
conclusiones del acto le estaban reservadas a él, y en su alocución Portuondo
se refirió casi por completo a la primera crítica de arte publicada en Cuba,
que resultó ser un ensayo sobre “La Caricatura Contemporánea” firmado
por Bernardo González Barros en 1916. Ese estudio en dos tomos abarca primero,
la importante obra de los caricaturistas europeos--Francia y Alemania--pasando
en el segundo tomo a--Italia, España, Portugal, Inglaterra, y otras naciones de
América--donde finalizaba incluyendo a Cuba.
Mientras
la concurrencia ovacionaba aquellas palabras, algo inquietante dentro de mí
quería salir a flote. En un aparte me dirigí respetuosamente a él y--tras los
saludos de rigor--saque fuerzas para decirle algo que resumo en su esencia:
“…Maestro,
ese ensayo en dos tomos del periodista González Barros, se ha convertido en un
libro de cabecera para mí desde que abracé la profesión. Dicha obra ha
trascendido por la profundidad de la investigación como legado a nuestros
tiempo y los futuros, pero… Pienso que le faltó un aspecto a analizar y es que
dicho trabajo no cuenta con ilustraciones de los artistas señalados—la mayoría de
ellos extranjeros--a casi un siglo de su publicación. Es decir: Falta una
apoyatura gráfica para la comprensión del mensaje, ya que en el mismo se aborda
la importancia del dibujo humorístico y el cartel moderno en la vanguardia de
la plástica cubana, pues ya en sus artículos para EL FÍGARO entre 1910 y 1912,
el autor elogiaba a dichos artistas gráficos junto a algunas muestras del
cartel comercial.
Esta
teoría chocaba con cierta incomprensión existente, pues para algunos críticos
de entonces era común afirmar que nuestra vanguardia comenzaba en el Salón de
Arte Moderno de 1927--y seguí--esto resulta también útil para las nuevas
generaciones como nosotros, debido a la poca o casi nula información gráfica
existente. Además en uno de sus capítulos se refiere críticamente a algunas tendencias
en los dibujantes del comic-norteamericano a principios del siglo XX, cuando el
género estaba aún en pañales. Esa manifestación de la historieta se ha
convertido en algo reconocido ya como soporte en el celuloide para los dibujos
animados y en los story-boards del cine, especialidad reconocida mundialmente
como el Noveno Arte.
--Hoy
agregaría: Con mucha mayor presencia en la industria del video-juego, la
tercera dimensión y los audio-visuales. Pero volvamos a la entrevista:
“…Cuando
terminé mi improvisado discurso, temblaba de miedo previendo la reacción del
maestro. Su respuesta fue aun más sorprendente:
--Claro,
Blanquito: ¿Cuenta usted con esos ejemplos?
--Doctor,
a recopilarlos he dedicado gran parte de mi tiempo libre.
Fue
entonces cuando Portuondo me noqueó hasta el día de hoy:
__¿Y
qué esperas para publicarlo en una nueva edición corregida y ampliada?
Mi
respuesta fue tan apologética como puede ser aquello que Agramonte definiera
como: “La justificación es la prostitución del espíritu”, por tanto
pasaré por alto toda excusa que como lastre ha pesado en mi conciencia, siempre
escudándome en el denominador común de la falta de tiempo.
No
considero haberlo perdido totalmente al ocuparlo siguiendo mi vocación de
caricaturista, de escribir lo que estimo legítimo y necesario dentro de mis
posibilidades; de ayudar al proceso de construir un mundo mejor en una sociedad
cada día más insegura y violenta, dedicando además especial interés en las
nuevas generaciones. En fin, podríamos estar justificándonos hasta el año
próximo, pero no dejaría de ser un excusado más. Son tiempos de baños
intercalados y wátercloth, o como dirían en España, simplemente Váter.
Lo
cierto es que, el tiempo le ha dado la razón a él y si de algo me lamento es de
no haber acometido en su momento esos sabios consejos.
Pero
el bichito de la jiribilla, quedó sembrado y se hizo realidad a partir de
septiembre del 2014 cuando por casualidad cayó en mis manos el cuaderno “La
línea” editado en 1975 por la Casa de las Américas con la propuesta
gráfico-lúdica de los autores Beatriz Doumerk y Ayax Barnes, dedicándole el
primer episodio de la serie a dicha obra bajo el título de “La grandeza de la línea” (1)
y en el
segundo capítulo abordé la influencia internacional de Saul Steinberg en la
generación nuestra al final de la Segunda Guerra Mundial, parodiando el título
de su famoso libro “Todo a línea” (2). Ambos como preámbulo a la obra crítica de
González Barros que comenté a partir de la tercera entrega titulada “Seguimos
en línea” (3) el 27 del mismo mes.
En
un año la saga contó con veinte capítulos entre septiembre de 2014 y el mismo
mes del 2015, cuando bajo el título de “La línea definitoria” abordé la trayectoria
de esos tres grandes caricaturistas cubanos citados por Barros—Rafael Blanco,
Conrado W. Massaguer y Jaime Valls--con cuya opinión según González Barros,
comienza en Cuba la verdadera crítica literaria hace exactamente un siglo, pues dicho
estudio publicado en dos tomos por la Biblioteca Andrés Bello (Editorial
América) en Madrid, aparece al final firmado por el autor en (La Habana,
octubre de 1916).
Fue
mi modesto homenaje a Portuondo en su centenario, pero han pasado casi dos años
de aquellos intentos, queda mucho por aclarar y pocas fuerzas de mi parte.
Dejo
pues en manos de quien más pudiera aportar en ese sentido y es el colega y
amigo Jorge R. Bermúdez, investigador y prologuista villaclareño, Dr. en
Ciencias de la Información, Presidente de la Cátedra de Gráfica (Conrado W,
Massaguer) y profesor de Arte y Comunicación en la Facultad de Comunicación de
la Universidad de la Habana--con una extensa obra especializada en el tema--sobre
todo por la selección y prólogo que éste le hiciera al libro de ensayo “Caricatura
y crítica de arte” del propio Bernardo G. Barros para Letras Cubanas en
el 2008, cuya cubierta acompaña estas palabras, con una caricatura personal del
autor, debida al genial Massaguer.
Al
arribar a mis 86 años de edad, y sus lógicas limitaciones, en este nuevo año,
me veo en la disyuntiva de invitar al colega Bermúdez y a mis fieles vecinos del
blog a unir esfuerzos para—de ser posible--continuar la valiosa obra de
investigación y esclarecimiento en tan atractivo propósito. Pueden contar con la
modesta iconografía en mi poder. Gracias.
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