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10 mar 2010

CLARITA Y CONFUSIA.

Desde 1948 en que publiqué mi primer creyón deportivo en la revista “Fotos”, no he hecho más que dibujar todo y de todo. Mi verdadera afición era por la historieta y el dibujo humorístico; incluso gané un par de premios en caricatura personal en los Salones Nacionales de Humorismo de 1956 y 1957.
Pero fue en marzo del 60 que me dediqué de lleno a la especialidad, pues me llamaron a sustituir al veterano Antonio Prohías como caricaturista editorial del diario “El Mundo”, mientras simultaneaba como ilustrador en la recién inaugurada agencia de noticias Prensa Latina.
Nadie pensó, ni yo mismo, que dos años después mi primera sección fija en el semanario humorístico “Palante y Palante” fuera protagonizada por dos personajes femeninos: “Clarita y Confusia”, y su representación no fuese gráfica, sino literaria.
El debut ocurrió en la edición del 19 de marzo de 1962; además, la pareja incursionó también en la pequeña pantalla como parte del programa “Palante en Televisión” que dirigía Joaquín M. Condal, recientemente fallecido.
Paradójicamente la actriz joven que interpretaba a la federada revolucionaria “Clarita” era Teté Blanco, quien abandonaría el país durante los primeros años de la Revolución; mientras la otra protagonista mayor de edad, “Confusia” representaba a una viaja dama burguesa venida a menos en tiempos de cambio. Era la comedianta Dulce Velazco, tan dulce como su nombre, que en la vida real fue una activista social integrada en cuerpo y alma al proceso y hasta presidió por un tiempo su Comité de Defensa de la Revolución.
En realidad los diálogos se basaban en hechos reales, ya que por aquellos tiempos vino a establecerse como agregada en el edificio donde yo vivía, una joven santiaguera que tenía gran sentido del humor y agilidad mental. Estaba provisionalmente en casa de unos vecinos, esperando la reclamación de su esposo, acaudalado personaje oriental que se había ido en los primeros días de 1959. En cuanto llegara la autorización, la paloma levantaría también el vuelo.
Mientas tanto, su diversión consistía en buscarme la boca cada vez que yo entraba o salía del inmueble, a sabiendas de que trabajaba en un semanario humorístico.
No había situación en el país que no fuera objeto de su sátira provocadora, estableciéndose entre nosotros una especie de diaria controversia donde medíamos fuerzas en el cotorreo.
Recuerdo una de aquellas charlas que sirvieron de argumento para los sainetes entre “Clarita y Confusia”.
Veamos cómo era la cosa:
--Clarita, ¿ya sabes del último invento de ustedes los fidelistas?
--No, Confusia, ¿cuál?
--Se trata de la nueva emisión en monedas de cinco centavos que acaba de acuñar el Banco Nacional.
--Sí, lo sé. ¿Y qué tiene de malo?
--¿Pero chica, no te has dado cuenta todavía?
Diciendo esto, la vieja dama indigna colocó una moneda sobre la yema del índice de su mano derecha y soplando con fuerza, el níckel salió volando como un cohete.
La joven quedó petrificada ante tamaña demostración, pero en seguida se le encendió la chispa y…
--Cierto no pesa nada, pero… la culpa es de ustedes los gusanos con sus inventos y patrañas.
--¿Nosotros? ¡Bah! ¿Quiénes acuñaron esas monedas voladoras? Ustedes, los comunistas.
--Es cierto, tuvimos que acudir a esa emisión porque la contrarrevolución, en su afán de atacarnos en cualquier campo, se había dado a la tarea de recolectar las monedas de cinco centavos para echarlas al mar y con ello desabastecer de menudo el comercio minorista. El propósito era crear problemas con el vuelto y disgustar al pueblo... ¡Y fíjate si ustedes son miserables, que escogieron niqueles en vez de monedas de mayor denominación, para que ese truco de magia les saliera más barato!
Y tan fresca como una lechuga, Clarita le dio la espalda a la charlatana, pagándole con la misma moneda. Y no precisamente de cinco centavos.

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