Hace unos tres meses aproximadamente, ante los peligrosos síntomas de un brusco calentamiento global que amenaza a toda la humanidad, los países que componen las Naciones Unidas se reunieron en la Cumbre sobre el Cambio Climático en la ciudad de Copenhague, Dinamarca.
Hace unos días toda la humanidad celebró una vez más el 8 de marzo en recordación a la digna postura del centenar de mujeres de unos 16 países, que celebraron hace cien años la II Conferencia de Mujeres Socialistas encabezadas por Clara Zetkin, en la misma ciudad de Copenhague, Dinamarca.
La prepotente posición de los Estados Unidos, y el conciliábulo antidemocrático de una veintena de los países más ricos del planeta, que arrastraron a otros más débiles, hicieron fracasar la Conferencia sobre el clima. Prefirieron poner en riesgo a la especie humana antes que renunciar a sus privilegios.
La vertical posición de aquel grupo de mujeres respaldó la protesta del proletariado por el cobarde asesinato cometido contra las 107 obreras de una factoría textil neoyorkina, que reclamaban sus derechos. El rico patrono prefirió poner en riesgo la vida de aquellas mujeres antes que renunciar a sus ganancias.
Hoy, nadie quisiera recordar la posición que tomaron aquellos hombres pusilánimes que se doblegaron ante los dictados del Imperio sin siquiera respaldar el Protocolo de Kyoto.
Hoy todo el mundo decente recuerda la postura de aquellas bravas delegadas que se enfrentaron al capitalismo, y celebra con júbilo y sin protocolo alguno el Día Internacional de la Mujer.
Motivado por ello reflexiono sobre una vieja tendencia que se remonta más allá del patriarcado. Según eruditas investigaciones, el machismo surge con los insectos, en los orígenes mismos del mundo.
Cuando el hombre primitivo (pitecantropus erectus) se bajó del árbol para caminar en dos patas, ya los osos machos se robaban la miel de los panales, y tras el banquete melífluo se tiraban a hibernar como buenos vagos hasta la siguiente primavera.
El productor del dulce energético, la delicada abeja común, era un pequeño himenóptero que por necesidad de subsistir, se convirtió en un ser social. Y lógicamente para organizar la sociedad necesitaba de un gobierno.
Como la democracia estaba por inventarse en Grecia, y la República romana ni pensarlo; a los artrópodos sólo les quedaba una opción en esos momentos: El matriarcado, y la indicada para gobernarlo era una hembrita de Castilla la Mancha, que habían bautizado Apis Mellifica, en la iglesia parroquial.
Se abrieron los paneles del panal para elegir a la que tuviera más condiciones para dirigirlo, y entre todas sus hermanas nombraron reina a la única de ellas que podía fecundar. El resto, ni jota. En tiempos promiscuos debemos aclarar que por entonces la monarca podía disfrutar una sola vez en la vida su luna de miel… ¡Y va que chifla!
A la abeja reina no se le conoce ningún desliz, como a otras tantas reginas y emperatrices que en venganza por el cinturón de castidad, han coronado a más de un rey machista con su propia medicina.
Por el contrario; si algo debemos agradecerles tanto a las abejas reinas como a nuestras medias naranjas es la prolongación de la especie, aunque no admita comparación su productividad con la nuestra: De 3000 a 5000 huevos diarios, contra un parto cada 9 meses, y algunas veces hasta con ayuda de fórceps o cesáreas.
Las obreras, más pequeñas cuanto más laboriosas que el resto, están ligadas de nacimiento, y aunque no tienen prole; son las que mantienen vivo al resto de la colmena.
De hecho se parecen mucho a las féminas de hoy pues ejercen diversos oficios: Las cereras son las constructoras del panal, y nada menos que en forma de edificios múltiples... Las hay gastronómicas especializadas en alimentar a la reina y sus larvas, si no con una sonrisa, por lo menos con la miel en los labios… Las limpiadoras son las barrenderas de la colmena, mientras que la mayoría de los hombres le tienen pánico a la escoba hogareña... Es hora ya de que compartan esas labores con los machos por muy zánganos que sean... Las guardianas velan por la seguridad ciudadana, y las pecoreadoras salen a pugilatear el agua y los féferes de la canasta básica compuesta por el polen, el propóleo, y el néctar de las flores.
Serán laboriosas, pero no bobas; por el contrario, tienen un arma poderosísima que es su aguijón, lo saben usar eficientemente, y con el valor agregado del veneno, se podrán imaginar el resultado. Con ese armamento expulsan de la colmena a los sementales indeseables, que no hayan muerto de causa natural tras el himeneo de la noche de bodas.
Claro, falta un sector importante de este conglomerado social: Los zánganos. El sedentarismo y la obesidad es la causa común de su muerte prematura, ya que sólo piensan en la comida y el sexo.
Veámoslos en detalle:
1)Son permanentemente sobrealimentados por las obreras.
2)Sólo sirven para ocuparse de los suyos, y hacer “cuchi cuchi” con la reina.
3)Tras estas “penosas” faenas mueren… de infarto o satisfacción.
¿Acaso estos personajes no se parecen bastante a algunos magnates corporativos, parásitos sociales, o especuladores y políticos burgueses de nuestro tiempo? Dejo la pregunta en el aire, y pongo los pies en la tierra para apoyar con todas mis fuerzas la liberación plena de la mujer en este 8 de marzo.
Hace unos días toda la humanidad celebró una vez más el 8 de marzo en recordación a la digna postura del centenar de mujeres de unos 16 países, que celebraron hace cien años la II Conferencia de Mujeres Socialistas encabezadas por Clara Zetkin, en la misma ciudad de Copenhague, Dinamarca.
La prepotente posición de los Estados Unidos, y el conciliábulo antidemocrático de una veintena de los países más ricos del planeta, que arrastraron a otros más débiles, hicieron fracasar la Conferencia sobre el clima. Prefirieron poner en riesgo a la especie humana antes que renunciar a sus privilegios.
La vertical posición de aquel grupo de mujeres respaldó la protesta del proletariado por el cobarde asesinato cometido contra las 107 obreras de una factoría textil neoyorkina, que reclamaban sus derechos. El rico patrono prefirió poner en riesgo la vida de aquellas mujeres antes que renunciar a sus ganancias.
Hoy, nadie quisiera recordar la posición que tomaron aquellos hombres pusilánimes que se doblegaron ante los dictados del Imperio sin siquiera respaldar el Protocolo de Kyoto.
Hoy todo el mundo decente recuerda la postura de aquellas bravas delegadas que se enfrentaron al capitalismo, y celebra con júbilo y sin protocolo alguno el Día Internacional de la Mujer.
Motivado por ello reflexiono sobre una vieja tendencia que se remonta más allá del patriarcado. Según eruditas investigaciones, el machismo surge con los insectos, en los orígenes mismos del mundo.
Cuando el hombre primitivo (pitecantropus erectus) se bajó del árbol para caminar en dos patas, ya los osos machos se robaban la miel de los panales, y tras el banquete melífluo se tiraban a hibernar como buenos vagos hasta la siguiente primavera.
El productor del dulce energético, la delicada abeja común, era un pequeño himenóptero que por necesidad de subsistir, se convirtió en un ser social. Y lógicamente para organizar la sociedad necesitaba de un gobierno.
Como la democracia estaba por inventarse en Grecia, y la República romana ni pensarlo; a los artrópodos sólo les quedaba una opción en esos momentos: El matriarcado, y la indicada para gobernarlo era una hembrita de Castilla la Mancha, que habían bautizado Apis Mellifica, en la iglesia parroquial.
Se abrieron los paneles del panal para elegir a la que tuviera más condiciones para dirigirlo, y entre todas sus hermanas nombraron reina a la única de ellas que podía fecundar. El resto, ni jota. En tiempos promiscuos debemos aclarar que por entonces la monarca podía disfrutar una sola vez en la vida su luna de miel… ¡Y va que chifla!
A la abeja reina no se le conoce ningún desliz, como a otras tantas reginas y emperatrices que en venganza por el cinturón de castidad, han coronado a más de un rey machista con su propia medicina.
Por el contrario; si algo debemos agradecerles tanto a las abejas reinas como a nuestras medias naranjas es la prolongación de la especie, aunque no admita comparación su productividad con la nuestra: De 3000 a 5000 huevos diarios, contra un parto cada 9 meses, y algunas veces hasta con ayuda de fórceps o cesáreas.
Las obreras, más pequeñas cuanto más laboriosas que el resto, están ligadas de nacimiento, y aunque no tienen prole; son las que mantienen vivo al resto de la colmena.
De hecho se parecen mucho a las féminas de hoy pues ejercen diversos oficios: Las cereras son las constructoras del panal, y nada menos que en forma de edificios múltiples... Las hay gastronómicas especializadas en alimentar a la reina y sus larvas, si no con una sonrisa, por lo menos con la miel en los labios… Las limpiadoras son las barrenderas de la colmena, mientras que la mayoría de los hombres le tienen pánico a la escoba hogareña... Es hora ya de que compartan esas labores con los machos por muy zánganos que sean... Las guardianas velan por la seguridad ciudadana, y las pecoreadoras salen a pugilatear el agua y los féferes de la canasta básica compuesta por el polen, el propóleo, y el néctar de las flores.
Serán laboriosas, pero no bobas; por el contrario, tienen un arma poderosísima que es su aguijón, lo saben usar eficientemente, y con el valor agregado del veneno, se podrán imaginar el resultado. Con ese armamento expulsan de la colmena a los sementales indeseables, que no hayan muerto de causa natural tras el himeneo de la noche de bodas.
Claro, falta un sector importante de este conglomerado social: Los zánganos. El sedentarismo y la obesidad es la causa común de su muerte prematura, ya que sólo piensan en la comida y el sexo.
Veámoslos en detalle:
1)Son permanentemente sobrealimentados por las obreras.
2)Sólo sirven para ocuparse de los suyos, y hacer “cuchi cuchi” con la reina.
3)Tras estas “penosas” faenas mueren… de infarto o satisfacción.
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