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31 ene 2011

LA ÚLTIMA PULGA Y EL ÚLTIMO CUPLET.

El 17 de febrero de 1894 el Teatro Apolo de Madrid estrenó “La verbena de la paloma”, que desde ese mismo momento marcó un hito en la producción del musical español. Tal vez el éxito de la pieza se deba al estribillo que aún en la actualidad sigue tarareándose, y que dice así: “¿Dónde vas con mantón de manila?” Si se fijan bien, la palabra manila está escrita con M minúscula aunque se refiera a la capital de Filipinas.

La piña no se conocía antes del descubrimiento del Nuevo Mundo. Dicen algunos historiadores que la fruta fue hallada casualmente durante la colonización de Centroamérica por una patrulla de reconocimiento a caballo la cual al atravesar la maleza sufrió unos pinchazos, y abriéndose paso con sus espadas un embriagador aroma los envolvió entonces invitándolos a degustar la vistosa fruta. Fue así como la identificaron en la actual Costa Rica, y conocidos sus efectos la encontraron también en territorios aztecas, mayas y antillanos:

“…Los galeones españoles cargaron en 1580 los primeros ejemplares de este fruto rumbo a las Islas Filipinas, lo cual propició allí la introducción de un nuevo renglón económico favorable al enriquecimiento de la Metrópolis, pues los aborígenes empezaron a venderla en el Medio Oriente, Malasia y la India gracias a la habilidad de los nativos de las islas del Mar Meridional de China en Oceanía, para tejer finos lienzos con las fibras de la Reina de las Frutas…”

La paloma del cuplet no sólo voló más tarde a las Antillas, sino que vino cubierta con el dichoso mantón (Made in Filipinas) en una época en que el teatro era la principal actividad cultural de la capital habanera.

Coliseos como el Irijoa donde se celebró la Asamblea Constituyente de 1901, y diez años más tarde tomara el nombre de nuestro apóstol Martí, el Tacón, y el Payret, entre otros. En uno de ellos, el Molino Rojo, de la calle Galiano, donde después se construyera el Radio-Cine, debutó por entonces una cupletista de cara linda, llamada Consuelo Portela. A falta de otras cualidades artísticas, Consuelo se consolaba con un cuerpo fenomenal el cual cubría con un lujoso mantón de manila, mientras lanzaba al aire, a veces ingenuos y a veces picantes cuplets.

El repertorio de la Chelito –nombre de guerra de la vedette—no era muy extenso, pero generalmente lo terminaba con una graciosa tonadilla, mientras buscaba una pulga que la atormentaba a la hora de dormir, y la hacía saltar de su confortable lecho en deshabillé.

Una noche, acaso por casualidad, o por encargo del empresario hambriento de taquilla, una de las cintas que sujetaban la prenda de dormir se zafó. A partir de ese momento, aquel detalle fortuito o no, quedó adherido al cuplet como un apéndice, y la pulga ganó en protagonismo.

A fines del siglo XX, en ese mismo teatro de la calle Galiano, que hubo de tomar el nombre de Radio-Cine, pudimos apreciar a una de las más famosas artistas del séptimo arte español, la sin par Sarita Montiel, nada menos que en la cinta “El Último Cuplet”, a la salida del cine pasó por mi lado un perro callejero que imitando a la Chelito, trataba de librarse de otra pulga, tan molesta como la que se convirtió en estrella del género bufo a comienzos del SigloXX.

De ahí el título de esta crónica. LA ÚLTIMA PULGA Y EL ÚLTIMO CUPLET.

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