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31 ene 2011

LA EXCEPCIÓN Y LA REGLA.

De bochornosamente excepcional puede calificase al caso ocurrido el año pasado en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, que costó la vida a veintiséis pacientes por negligencias que van desde el abandono de menores, incapacitados y desvalidos hasta delitos de malversación con los bienes asignados para la atención de los enfermos. La condena de privación de libertad entre 5 y 15 años a los implicados en el hecho, http://www.granma.cubaweb.cu/2011/01/31/nacional/artic09.html a la vez de ejemplarizante debe servir para alertarnos contra tendencias que puedan surgir al calor del individualismo, la corrupción, la desidia, y otros vicios ambientales.

La Sala de lo Penal del Tribunal Provincial del Poder Popular declaró el juicio oral y público concluso para sentencia el 22 de enero de este año.

Podemos considerar de extraordinario este caso habida cuenta del empeño y prestigio adquiridos en el campo de la salud pública, donde Cuba aparece como referencia mundial en muchos aspectos.

Tengo el privilegio de contar con la amistad del Dr. Luis Calzadilla Ferro, quien hasta hace pocos años trabajó en dicho Hospital, y ha testimoniado del trato abnegado a los pacientes y muy en particular el caso de José María Lledín atendido personalmente por él. De su libro ”Yo Soy el Caballero de París”, hemos copiado esta foto y a continuación el destacado psiquiatra, médico de cabecera y biógrafo del Caballero, pone en boca de su paciente estas palabras:“¡Este es el Paraíso Terrenal! Mi quinta de recreo. Fidel, Raúl, Ordaz, minfar. A ellos les agradezco todo esto. Tengo 88 años. Ninguno de ustedes va a durar tanto. Me siento bastante bien. Esto es de lo mejor, de lo mejor que se ve. Tengo un poco de hernia pero no me duele…”

Esos elogios alcanzan la estatura enorme de ese galeno bajito, humano y sencillo que fue el Dr. Bernabé Ordaz, director histórico de la institución, por cuya abnegación el hospital lleva su nombre en la actualidad.

Tuvimos no solo el privilegio de conocerlo en medio de una partida de dominó en el hospital, sino que posó sonriente para la caricatura cuya copia ofrecemos ahora a nuestros vecinos.

Por lo tanto, no es lo mismo condenar tan abominable hecho, que generalizar lo ocurrido en aras de sumar puntos a la campaña de terrorismo mediático contra Cuba. A eso se dedican los que miran los toros desde la barrera y ven la paja en el ojo ajeno sin percatarse de la viga en el espejo.

Lo sucedido el pasado año fue la excepción. Ese mismo hospital antes del 59 era la regla.

Y precisamente la búsqueda del término medio entre uno y otro extremo, nos inspiró a realizar junto al también bisoño fotorreportero Ernesto Calderín y Vázquez el primer reportaje de mi vida, gracias a otro colega amigo nuestro: Anay.

Lo conocimos ya canoso cuando atravesábamos los mejores años de la juventud, en una época en que compartíamos como aficionados los Salones Nacionales de Humorismo con monstruos de la talla de Massaguer, Blanco y David.

Firmaba Anay sus caricaturas personales con un estilo muy propio, pero no gozaba de gran popularidad, pues sus dibujos no eran reproducidos en la prensa. Era un simple aficionado igual que yo. En amenas charlas compartimos inquietudes, no solo artísticas, porque además de profesor de artes plásticas Leonardo Martíinez Anay era una persona erudita.

Corrían los primeros días de enero de 1959. Rotas las cadenas de la tiranía, la explosión revolucionaria repercutía en todos los ámbitos y salían a relucir hazañas increíbles, traiciones humillantes, esperanzas insatisfechas, crímenes ocultos, ambiciones frustradas, sed de justicia, y sed de venganza. Pero sobre todo sueños, muchos sueños, sacrificios y abnegación. De todo en un mismo escenario.

Calderín y el que les habla, recién graduados de la Escuela de Periodismo “Manuel Márquez Sterling” nos afanábamos por encontrar temas sugerentes para darnos a conocer, y Anay nos lo proporcionó en bandeja de plata.

Hasta en eso nos parecíamos, yo era linotipista por nómina y aficionado a la caricatura. Él en su doble personalidad de caricaturista y profesor de pintura. Ejercía ésta última profesión en el Departamento de Artes Plásticas del Hospital Psiquiátrico de Mazorra, dirigido desde 1944 por su fundador, el Dr. Manuel Armas Pacheco, también pintor y poeta. Su prematuro fallecimiento cinco años más tarde llevó al amigo Anay a responsabilizarse con las investigaciones que en la dependencia venían llevándose a cabo.

Lo que nos contaba el colega resultaba interesante y decidimos lanzarnos a la aventura de visitar dicha institución.

Las fotos tomadas por Calderín in situ, que aparecieron en el Magazín Dominical de “El Mundo” ese primero de febrero de 1959, no se correspondían con las tinieblas del averno que venían saliendo a relucir por aquellos días; en ellas los enfermos desnudos y hacinados vegetaban en los patios de la instalación: Eso constituía la norma, que se agudizaba con las evidentes señales de malversación y desvío de recursos de los funcionarios y politiqueros de tuno que oficialmente dirigían el establecimiento.

Para nosotros resultó aleccionadora la visita a la excepción, pues pudimos comprobar que la locura, como toda enfermedad, tiene cura o tiene alivio, cuando se atiende debidamente. En aquel tiempo los pacientes acudían de forma voluntaria a someterse al tratamiento psicoterapéutico que les aplicaba nuestro querido Martínez Anay.

En las fotocopias adjuntas logramos plasmar algunos bocetos donde los ingresados reflejan sus dolencias y padecimientos. A través del dibujo revelan síntomas que ilustran los distintos tipos psico-patológicos.

El simbolismo es común en los enfermos mentales, cientos de trabajos vistos mostraban peces, ojos, aves, y órganos genitales desfigurados.

Pudimos apreciar ilustraciones realizadas por maniaco-depresivos, esquizofrénicos y paranoicos.

En muchas de ellas hechas por oligofrénicos –calificados como débiles mentales— se nota el trazo imperfecto pero con simetría bilateral, es decir, lo que aparece a la izquierda se repite invariablemente a la derecha.

Los epilépticos eran muy asiduos al taller y en todos sus trabajos hay una tendencia al retratismo. La figura humana es en ellos constante y en el rostro siempre existe una asimetría facial, tratando de captar la expresión del instante en que les sobrevienen las convulsiones.

Otros rasgos de la psicosis epiléptica es la perseverancia al utilizar invariablemente los mismos elementos: La bandera cubana, la casita, las flores, etc.

El maniaco tiene gran productividad y dibuja con rapidez, explicando con alguna lógica sus motivaciones, mientras que el esquizofrénico aglutina sus grafismos dando respuestas vagas. Estas y otras muchas experiencias pasaron por nuestras manos ante la explicación acertada del profesor Anay, quien en aquellos momentos defendía a capa y espada ese método clínico-terapéutico para el tratamiento de las enfermedades mentales.

Según él, al ser totalmente voluntaria la participación en el taller, no sólo le aporta información al diagnóstico clínico del enfermo, sino que además resulta un método terapéutico ocupacional de gran eficiencia, pues combate la ansiedad, previene la crisis, y el paciente realiza una actividad gratificante.

Al despedirnos, tanto el fotógrafo como yo salimos convencidos de que ese pequeño departamento era también la excepción de la regla en el dantesco infierno en que se había convertido el Hospital Psiquiátrico de Mazorra durante los últimos años de la dictadura batistiana.

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