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12 feb 2011

MATOJO, UN NIÑO DE 47 AÑOS

He aquí su fe de bautismo.Fecha de nacimiento: 24 de febrero de 1964.

Lugar: Mesa de dibujo de la revista “Mella”.

Solicitado por: Asociación de Jóvenes Rebeldes que más tarde tomó el nombre de UJC.

Padre putativo: Manuel Lamar Cuervo.

Seudónimo paterno: Lillo.

La biografía de este autor, colombiano de nacimiento y cubano de corazón, comienza el 13 de diciembre de 1929 en Bogotá. Pero Manuel también tuvo su historia; de pequeñín en vez de Manolo le decían Manolillo, y como era tan pequeño, el Manolillo se quedó en Lillo, de ahí el apodo que venía ya en el pasaporte cuando el vapor italiano Contessa desembarcó sus pasajeros en el puerto de La Habana hace exactamente 60 años.

Licenciado en periodismo, cultivó el humor gráfico, la historieta humorística, y el jardín en el edificio de apartamentos en 23 y J, donde lo conocí. Como fundador del Departamento de Dibujos Animados de la TV, incursionó también en películas de divulgación popular. Se movía con soltura en el mundo de la sátira política y la caricatura donde creó varios personajes cómicos.

En su estilo, Lillo fue un continuador de la línea del humorismo suramericano, por lo pronto no desechó la influencia del personaje “Amarrete” o de “Mendieta”, el compañero canino de “Inodoro Pereyra”. De esa fuente nutricional surgieron los cubanísimos Chicho Durañón, Sapito Pérez, y un perrito que respondía al nombre de Lucas Rengifo, cada uno con sus características propias. Menos conocidos pero igualmente singulares fueron González y Titina.

Punto y aparte para el pequeñín de papel y tinta china al que nos referimos desde el principio. Matojo era la representación gráfica del niño cubano, y sus peripecias se arraigaron tanto en la grey infantil que el Departamento de Animación del ICAIC le filmó tres películas como protagonista.

Pero volvamos atrás: Tras su debut en “Mella”, a petición nuestra pasó diez años más tarde a ocupar la contracubierta del semanario “Palante”. La ficción admite que aunque corran los años, mientras el autor envejece, su personaje se mantiene tan fresco como una lechuga. Por eso, a pesar de la inteligencia que derrochaba a raudales en cada viñeta, Matojo nunca pasaba de grado. Lillo lo mantuvo siempre en primaria, no como castigo, sino para poder abordar permanentemente la temática comprendida entre esas edades; y cuando se fundó en 1980 el mensuario “Zunzún” por la Organización de Pioneros “José Martí”, nuestro pequeño héroe tampoco pasó de grado, sino de publicación; y se mudó allí para formar parte de su staff especializado en la temática de la niñéz.

En su momento Lillo, el padre; y Matojo, el hijo tuvieron la dicha de formar la combinación más publicada en Cuba, con alrededor de un millón de libros, a iniciativa de varias de las editoriales dedicadas al género como Gente Nueva, Oriente y Pablo de la Torriente.

Fue activista de la sección de humorismo de la UNEAC y de la UPEC. Y dado el arraigo que su obra tenía entre los más pequeños, múltiples y variadas fueron las actividades personales que realizó en centros educacionales, círculos infantiles, y campamentos de pioneros, entre otras instituciones.

La década del 90 que nos marcó con la crisis económica y de valores del periodo especial, coincidió con mi jubilación como periodista y le perdí la huella a Lillo, enterándome más tarde que había salido de Cuba junto a los huracanados vientos de la diáspora. Y fue allí que falleció casi ciego hace un año.

Como simples mortales, nacemos, crecemos, procreamos y morimos, ni más ni menos que como el más simple organismo vivo que puebla el mundo. Incluso, nuestros descendientes, en primera, segunda, tercera generación o más, también deben transitar por las mismas veredas. El destino se encarga de trazarnos el camino a seguir y a veces juzgar al prójimo a la ligera, nos lleva a cometer injustas conclusiones.

Lillo pertenece a esos privilegiados entre los cuales me cuento, que aunque fallezcan, sus personajes quedan: Matojo vivirá por siempre en el corazón de todos aquellos que vibraron de niños con sus aventuras… En paz descanse su autor.

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