Lo que sí se le diagnostica es su próxima jubilación en la misma medida en que sus inquilinos permuten para el mercado de libre competencia.
Aclaro además, que aquello fue un parto múltiple pues nacieron jimaguas, pero su hermana menor, la de productos industrializados o comerciales, --mucho más débil de salud--, falleció siendo aún muy joven.
Con aquella cubierta a cuatro colores realizada por el maestro Wilson, la publicación demostraba tanto inmediatez como vigencia, y ratificaba la necesidad de mostrar semanalmente de forma amena y jocosa el palpitar de un país en plena efervescencia revolucionaria.
Pero éste tampoco fue un aporte aislado.
Siete días más tarde apareció en sus páginas otra exclusiva que lo caracterizó para siempre: Por primera vez una publicación humorística utilizaba verdaderos enviados especiales a provincias --especiales porque eran humoristas integrales— quienes abordarían temas in situ, sin abandonar los aportes de los habituales corresponsales allí asentados: Cardi, Pitín, Wilson, Betán, Lillo, Évora, Alben, Mitjans, Val, Felo, Pecruz, etc, a cada rato incursionaban por tierras donde sólo se les conocía por la firma, y a partir de entonces se convirtieron para aquellos fans en seres de carne y hueso.
Fue una modalidad que pronto ganó la simpatía aquí y allá, aunque no exenta de fallos y obstáculos, como los de aquel primer trabajo que, como protagonista me toco vivir en marzo del 63, y hoy lo ofrezco como premisa de incurable cuentero a mis vecinos y nietos de la internet.
Unos días antes el entonces director de PALANTE Y PALANTE, Gabriel Bracho Montiel reunió al colectivo para anunciar la necesidad de mover el personal y pulsar las vivencias en el mismo lugar de los hechos con la óptica especial de humoristas gráficos y literarios. Desconozco por qué se me escogió junto al veterano Felo Díaz para inaugurar esta aventura.
Lo cierto es que, a comienzos de ese mes partimos en ómnibus interprovincial hacia Santiago de Cuba, capital de la entonces provincia de Oriente—hoy son cinco—. Las particularidades de ese viaje y las sorpresas que nos deparó la aventura quedaron plasmadas en el reportaje que transcribimos a continuación:
He aquí algunos párrafos de aquel primer reporte titulado “Los Batallones Rojos”:
“Holguín, marzo 9 de 1963. Al llegar a Holguín en un viaje más largo que Habana-Moscú en el TU-114 parecía que allí estaban también de Carnaval; la terminal de ómnibus llena de gente, los tranques automovilísticos a tutiplén en todas las calles, el parque atestado, y como es natural también el Teatro Infante, --donde se celebraba el Segundo Chequeo de la Emulación Socialista en la Tercera Zafra del Pueblo--, lleno de bote en bote. Al entrar Felo y yo en el local atronadores aplausos retumbaron en el recinto. Me extrañó un poco que el público nos conociera pues asistimos allí casi de incógnitos, pero Felo me aclaró que no se trataba de nosotros, sino del Comandante Armando Acosta, quien iba a hacer uso de la palabra.(…)
Tanto Felo como yo, en aquel momento coincidimos ingenuamente que ese sería nuestro primer “palo periodístico”, independientemente de las orientaciones que se nos bajaran en la provincia.
El orador era un individuo fornido pero bajo de estatura, vestido de verde olivo, y que pronunciaba las palabras desde un escenario sin más utilería que un simple micrófono. Aquella escena se me fijó en la retina, tome el bolígrafo y la libreta de notas. Mientras Felo anotaba los datos, yo trazaba el boceto del orador, que aquí les ofrezco tal y como salió publicada en la edición del día 14 de marzo.
He aquí una semblanza con la que describimos al protagonista en el trabajo:
“…Conquistaba el auditorio con un lenguaje sencillo, jovial, fraterno, pero a la vez responsable y lleno de energía.(…) En ocasiones su charla se tornaba jocosa y a veces en sus anécdotas contaba chistes mejores y críticas más severas que las que acostumbrábamos a hacer en PALANTE Y PALANTE…”
El mejor ejemplo fue la respuesta a una alusión hecha por el delegado de la provincia habanera, referente a la pérdida por Oriente del primer lugar de la Emulación en ese chequeo:
“…Eso me recuerda el cuento de un tipo bajito y flaquito, quien al fajarse con otro muy corpulento logró tumbarlo al suelo mediante un empujón, y una vez que lo tuvo horizontal se lanzó sobre él abracándolo al mismo tiempo que gritaba desesperado: --¡Ayúdenme a sujetarlo!—En eso, otro le preguntó: --¿Cómo que te ayuden a sujetarlo, si lo tienes dominado en el suelo? --Y entonces el chiquitico le contestó: --¿Y si se vira?...”
Esta intervención nos da una idea de con quien nos habíamos tropezado, pero en aquel momento no llegamos a profundizar en su carácter.
La clausura estuvo a cargo de Carlos Rafael Rodríguez quien enfatizó que gran parte de los éxitos alcanzados en la Emulación hasta ese momento en la Tercera Zafra del Pueblo, se debía a la creación de los “Batallones Rojos”.
Habíamos entrado con el pie derecho. Sin comerlo ni beberlo la actividad del Chequeo nos puso en bandeja una información de primera, sin haber siquiera contactado con los compañeros de la Dirección Provincial del Partido en Oriente: Compañeros Lara y Puentes Ferro.
Nuestra estancia de quince días produjo varios materiales que se publicaron a continuación, como el costumbrista “Carnavales y sonrisas en el poblado de Guisa” donde yo puse los confetis gráficos y Felo la serpentina literaria; una crítica rodante titulada “En el viaje a Oriente perdimos La Tabla”, o el antológico reportaje “Debut en Guantánamo” .
De regreso a La Habana a fines del mes siguiente, recibimos a través de nuestro director, una invitación personal del Partido en Oriente, para visitar de nuevo la provincia; y hacia allá me dirigí entusiasmado.
Pero, quien le dice a ustedes que, no bien llegado a Santiago de Cuba, el Primer Secretario del Partido, Comandante Armando Acosta, me esperaba en su propio despacho, y una vez intercambiados los saludos de rigor entró en materia:
De una gaveta del buró sacó el ejemplar del día 14 y señalando la caricatura que yo le había realizado me preguntó: “¿Usted cree que éste soy yo?” Me quedé sin aliento, y no pude contestarle la pregunta. De eso se encargó el mismo: Abrió otra gaveta y esparció una docena de fotos: Algunas mostrando pobladas barbas, vistiendo verde olivo en la toma de Remedios, con el torso descubierto dando pico y pala en la Ciudad Camilo Cienfuegos, entre otras muchas escenas similares. --Ése soy yo: Un toro, una bestia para el trabajo, y usted me ve tieso, pasivo, con una barriguita de burgués trasnochado.
El chapuzón me tomó de improviso; el horno no estaba para galleticas y no le faltaba razón desde su punto de vista: Asentí pues con la cabeza. Cambiando el tono, se rió a carcajadas y a continuación reconoció que la situación de solemnidad en el teatro era otra, y que me daría la oportunidad de desquitarme y demostrarle mi capacidad satírica en varias tareas que me situó de inmediato. Entre ellas la visita a Minas de Frío durante la selección de los Maestros Voluntarios de Vanguardia, trabajo que titulé “Vanguardias de vanguardia”,
Pero, sobre todo recuerdo la tarea de montar personalmente la primera exposición del semanario PALANTE Y PALANTE fuera de las fronteras capitalinas, y así se hizo en la Biblioteca Elvira Cape de la ciudad santiaguera, con facilidades para la transportación de los originales y la ayuda permanente de su dulce directora: la doctora Ibarra cuyas canas de abuela cariñosa y servicial la hacían aún más adorable.
Ocurrió allí algo inolvidable: Una vez terminada la muestra, y a solas, la doctora Ibarra con una alegría infinita me abraza para confesar que aquella exposición le había producido una alegría inmensa. Ante mi ignorancia agregó: --¿Blanco, usted no vio como el Comandante Acosta asistió a la inauguración? --Sí, muy bueno, ¿y qué?, le respondí.
Casi con lágrimas en los ojos me dice emocionada: --¡Éste hombre no había pisado el local de la biblioteca hasta el día de hoy.
Esas son las pequeñas cosas que hacen felices a mucha gente valiosa pero sencilla, y a nosotros toca divulgarlas.
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