Había una vez una pequeña ínsula perdida en los confines del planeta, --nombre que se popularizó a fines de la Edad Media pues se creía que el mundo era plano--. Su descubridor, el Adelantado Don Cristóbal Colón, la calificó como: “…La tierra más fermosa que ojos humanos han visto…” Mientras los desnudos nativos al verlos forrados con corazas y armaduras, los creyeron Dioses, o en su defecto, intrusos con cáscara.
Por su parte los recién llegados, al divisarlos de lejos echando humo, se imaginaron que eran una especie de centauros: Mitad hombres, mitad dragones echando chispas por la boca.
Poco después, en el contacto cuerpo a cuerpo se aclararon dudas y se satisficieron tentaciones. Una de ellas era la de llevarse a Guarina a la cama, con lo que se descubrió el mestizaje; y el tabaco a la boca, para dar comienzo a un secular vicio diagnosticado blando, pero que golpea duro al bolsillo y a las enfermedades respiratorias.
Para los taínos, la yerba que fumaban era el cohíba, para los intrusos resultó el tabaco. Hoy el mercado internacional le dio la razón a los primeros. La mejor marca del mejor tabaco del mundo es precisamente el habano “Cohiba”.
Pronto los europeos aprendieron a encenderlos, y a fumarlos; pero cuando se les encendió la chispa de verdad fue al modificarlos bajo la consigna de que. “…En la variedad está el gusto…” y apareció el rapé, el andullo, los cigarrillos--ya fuertes, suaves, mentolados, y hasta con filtro—De ahí surgió la frase: “…Eres un filtro…”
Lo cierto es que desde hace 520 años exactamente, nos ha producido placer y hasta cáncer, pero a un gustazo un trancazo, como en el matrimonio bien llevado: “…Hasta que la muerte los separe…”
Se cuenta además de que aquellos primeros inmigrantes canarios –hombres, no pájaros—se asentaron en tierras pinareñas y quisieron sembrar viñedos, tal vez debido a la experiencia adquirida en su aldea natal con el cultivo de la vid, pero el tiro les salió por la culata y sin embargo lograron buenas cosechas de tabaco, de ahí que sembraran vegas, se convirtieron en vegueros y el pueblo que bautizaron Viñales, debió llamarse mejor Vegales.
Pero esta historia tiene también su lado triste y hasta trágico.
Los invito a acompañarme en este paseo junto al periodista e historiador Rolando Aniceto quien nos la cuenta a su manera en el ensayo “Ocurrió en La Habana”, de la Editora Extramuros, 2002, del cual tomaré algunos de los datos principales para esta historia contada a dúo.
Según biógrafos del cacique Hatuey, éste murió en la hoguera el día 2 de febrero de 1512, por lo que se considera el primer símbolo de la rebeldía nacional, víctima a sangre y fuego de la Conquista: Murió quemado en la hoguera, como el tabaco, como si el síndrome de la candela nos acompañara siempre. Pienso que muchos de sus seguidores rebeldes--taínos o siboneyes-- corrieron su misma suerte.
“…Pasarán más de mil años, muchos más…” como dice la canción, y el régimen colonial se hizo cada vez más brutal hasta que se produjeron nuevas revueltas contra el dominio español. Sus protagonistas eran ahora en su mayoría peninsulares, explotados por sus propios paisanos.
Me explico: A comienzo del siglo XVIII la siembra de tabaco había tomado tal auge que el 20% de la población rural eran vegueros, y todos ellos blancos, pues se decía por entonces que los esclavos eran magníficos para el trabajo bruto de las plantaciones cañeras, no para un cultivo tan delicado.
Durante el mandato del Capitán General Don Vicente Raja se decretó el Estanco del Tabaco en Cuba por Real Orden de Felipe V. La medida contemplaba la regulación de los precios, la venta y la producción, a partir del 11 de abril de 1717.
Esa fecha marca el inicio de la primera sublevación de los vegueros.
El Gobernador jamás pensó que los afectados por la medida protestaran, pararan las cosechas, se reunieran en grupos, se destruyeron sembrados de seguidores del régimen, se tomaran poblados como Jesús del Monte, y por último, se incautaron reses y alimentos destinados a la capital donde radicaba el Gobierno.
La comisión oficial creada para parlamentar fracasó, y el 22 de ese mes los amotinados entraron a la fuerza en la zona intramuros frente a la sede del gobierno.
Al grito de “…¡Viva Felipe V! (...) ¡Abajo el mal gobierno! (y…) ¡Que nos gobierne el cabo subalterno!...”
A Raja no le quedó más remedio que rajarse y salir pitando.
Al año siguiente llegó un nuevo procónsul, el Capitán General Guazo Calderón, sustituyendo al segundo cabo Gómez de Malaver, pero también cambió los mosquetes y picos por fusiles provistos de bayonetas para armar a un batallón y siete compañías. Más claro ni el agua:
Aunque en la reunión del cabildo se planteó entre otras medidas, que no se tomarían represalias y se pagaría con puntualidad toda la cosecha. No sólo se incumplieron las promesas sino que se aplicaron “…otras más piores…” como diría el mas burro de los voluntarios.
“…Perro huevero, aunque le quemen el hocico…” obra del teatro bufo por entonces, se hizo realidad, y el 14 de junio de 1720 comenzó la segunda sublevación de los vegueros con la quema de cosechas y viviendas de algunos colaboradores del Estanco. El Gobernador ordenó nuevas represalias, pero ya los amotinados pasaban del millar y se vio obligado a parlamentar.
Unos seis meses después, el rey, persuadido por la gestión del obispo Valdés Sierra facultó a los comerciantes a comprar al mejor postor todo el tabaco que sobrara después de cubrir los pedidos de la Factoría.
Un nuevo período de tranquilidad se iniciaba, pero la armonía duró un poco más que el consabido merengue en la puerta del colegio: Sólo tres años…
Los incumplimientos afloraron de nuevo y en febrero de 1723, los vegueros se sublevaron por tercera vez tomando el acuerdo de arrancar los cultivos y no sembrar más tabaco durante dos años. Esto provocaría el desabastecimiento y el aumento del precio en el mercado.
El Tte. General acudió de nuevo al obispo Valdés, pero esta vez su intervención resultó infructuosa, amenazando los alzados que al día siguiente arrancarían todo el tabaco de Santiago de las Vegas. O sea, que dejarían a Santiago Apóstol sin fuma. Me imagino al gobernador diciendo airado: “…Al que me arranque una sola hoja se la arranco…”
Compañías de infantería y caballería por orden del nuevo mandamás se emboscaron en un platanal, tal vez por aquello de enfrentar plátanos contra tabacos, pues ya se sabía que las solanáceas no se dan en bosques.
Aquello parecía “La carga de los seiscientos” –película en blanco y negro de los años 40--, pues esa era el número aproximado de lo amotinados, que avanzaban desordenadamente y fueron detenidos por una descarga cerrada de fusilería, con el resultado de dos muertos, varios heridos y doce detenidos. Al amanecer del 23 de febrero once de ellos fueron fusilados y sus cuerpos colgados durante tres días a la vera de los caminos que pasan por Guanabacoa, San Miguel del Padrón, y Santiago de las Vegas. Otros ocho vegueros murieron como consecuencia de las heridas recibidas en el desigual combate, y unos 50 vecinos de Santiago de las Vegas no aparecieron jamás.
Como han podido apreciar mis vecinos, esta historia del tabaco, que muchos admiradores y no menos placeres han proporcionado durante tanto tiempo a tanta gente; también cobró su cuota de sangre, sudor y lágrimas a nuestro pueblo.
Sea este mi modesto homenaje a aquellos sencillos vegueros, los que iniciaron el movimiento de las luchas campesinas en nuestro país en el sigloXVI, y que al fin en la alborada de 1959 bajaron de la Sierra para conquistar su definitiva independencia.
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