Los tres, independientemente de su extensa y original producción artística, especialmente al dejarnos su impronta ceramística en los murales colosales del Hotel Habana Libre. Ella en el gigantesco muestrario de azules marinos que nos da la bienvenida a la entrada del edificio; Sosa Bravo con su combativa tanqueta situada en el Segundo Lobby; y esa explosión cromática de la “Historia de las Antillas” en el bar LAS CAÑITAS, donde Portocarrero nos identifica en el multiétnico crisol del Caribe, al cual está dedicado la Feria Internacional del Libro de este año.
Estas muestras de lo mejorcito de la plástica cubana, me rodeaban y alentaban noche tras noche, durante más de quince años en que ofrecí mis servicios haciendo caricaturas personales in situ a clientes y huéspedes del hotel, tras mi jubilación en 1991.
Algunas de aquellas “víctimas” se ofrecieron a testimoniar sus impresiones como las del caricaturista norteamericano Bill Griffith. Fue en uno de sus salones donde, celebré mis cincuenta años de vida artística en febrero de 1998 con una exposición retrospectiva que contó con la presencia de los participantes a la Bienal del Humor de San Antonio de los Baños de ese año y personalidades culturales de la talla de Abel Prieto y Enrique Núñez Rodríguez.
También en sus salones, pero en marzo del 2008, el hotel celebró su medio siglo, y rindió homenaje a tres figuras vinculadas al mismo, Ricardo Trelles, el único trabajador-fundador aún en funciones; la vedette de Cuba Rosita Fornés; y este humilde servidor con la muestra en su “Rinconcito del Humor” donde se contaba la historia del hotel en forma jocosa.
Pero volvamos a los inicios de Portocarrero: Habanero en toda la extensión de la palabra, dejó sus primeras huellas en aquellos inolvidables interiores de la Calzada del Cerro, --su casa natal y mi barrio adoptivo--. A partir de esa experiencia, su obra se inspiró en grandes ciclos temáticos. Cada nueva propuesta, era la misma y diferente a la vez, como ocurría en sus simbólicas ciudades, donde no se podía ocultar la influencia de la capital. Así como las no menos exquisitas floras.
En mi afinidad con el dibujo humorístico y la historieta, me imaginaba aquello como un gran fresco secuencial, donde el pintor narraba una historia oculta tras los velos de la capital, o los encantos de la mujer cubana.
Terminando la visita junto a mis hijos, cada cual tomó por su lado, y yo aproveché que ese día se inauguraba en la galería”Teodoro Ramos Blanco” del Cerro, una exposición fotográfica de cuyo catálogo tomo las palabras del maestro Manuel López Oliva que concluye con estas reflexiones:
“…Hoy, cuando parece que su casa natal y parte de los parajes del Cerro desaparecen por la erosión del tiempo y las crisis de la historia, un grupo de pupilas creadoras de gente joven han hecho un proyecto, desatado por Betty Quevedo León, que implica redescubrir ese hiato visual que conecta la memoria de Portocarrero con los símbolos ambientales del Cerro. Unos, a partir de generar metáforas con fragmentos de su casa hoy tristemente deteriorada, otros jugando con retratos actuales que rememoran sus emblemáticas Floras…”
A propósito de esa motivación actual, fue la misma que en 1980, me inspiró a presentar en el Salón Nacional de Humorismo de ese año, la caricatura personal que ahora reproducimos. Atrevimiento motivado a su vez por una mezcla del respeto que le profesé, y la misma jovialidad y familiaridad conque el siempre nos correspondía. Sin más les presento esta semblanza paródica suya que titulé FLOROCARRERO, y que dio pie para el encabezamiento de este trabajo a cien años de su feliz alumbramiento.
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