Personalmente este mes vino cargadito de
acontecimientos: A la celebración de la Jornada de la Cultura (10 al 20 de octubre), habría que sumar
el 52º. Aniversario de PALANTE, y ese mismo día 16, la entrega de la moneda por
los 50 años de la UPEC
para periodistas destacados, personalidades e instituciones afines.
La foto que acompaña este texto, fue tomada
durante la actividad, y corresponde al brindis que este humilde servidor
hiciera con el crítico cinematográfico Rolando Pérez Betancourt, con motivo del
trabajo publicado por este último en el GRANMA dos días antes bajo el título de
“Hara-kiri,
muerte de un samurái”.
El gesto se debía al impacto de su lectura,
la cual me había trasladado a la década prodigiosa de los años 60 del siglo XX y
que comenzó con una histórica Campaña de Alfabetización, cuando se ilustró en
menos de un año a un millón de adultos analfabetos.
A partir de entonces la cultura en general y
las artes en particular sufrieron cambios profundos; el cine no quedó libre de
influencias. A ello se refiere el colega en su crítica relacionada con el
estreno de este remake basado en el clásico de Kobayashi “Hara-kiri” en 1962 y
premiado un año más tarde en el Festival de Cannes. Pero lo más significativo
para mi es la reflexión que hace el cronista a partir de nuestras propias
costumbres cuando agrega:
“…En Cuba, además de significar una revelación
dentro de la avalancha de filmes de samurais que entonces nos invadieron, dejó una
impronta cultural mediante el vocablo hara-kiri que todavía hoy, a medio siglo,
algunos seguimos utilizando. (…) A partir del filme de Kobayashi uno podía
hacerse un hara-kiri con la suegra, o en una reunión de crítica y autocrítica.
Hara-kiri no como práctica japonesa de suicidio ritual por destripamiento a
causa de un honor perdido, sino como acto contrito ante lo mal hecho, aunque
podía haber hara-kiris fingidos o insinceros…”
Cuando un fenómeno así trasciende, vale la
pena detenerse para analizarlo, pues puso en evidencia una serie de valores que
hasta entonces habían primado en el ejercicio de obras de ficción como las
aventuras de cenicientas encantadas y príncipes valientes, de cowboys
carapálidas luchando contra rebeldes pielesrojas, y Tarzanes blancos
enfrentados a tribus autóctonas en el continente negro, entre otros esquemas de
superhombres--voladores o no—pero triunfantes siempre contra “los malos”.
El tema japonés impactó en las costumbres,
modas y el idioma de los jóvenes cubanos. A tal punto que humoristas como Juan
Padrón las hicieron suyas. Recuerdo cuando en cierta ocasión llegó a disfrazase
de samurai, inspirado en su personaje de ficción Kashi-bachi--historieta
enmarcada en el Sol Naciente medieval--. En esa serie debutó Elpidio Valdés, batiéndose
con ninjas y ronines, antes de incursionar en las filas mambisas hecho ya un
experto en artes marciales, para ponerse al frente de nuestras cargas al machete.
Tuvimos nuestra modesta participación en
este fenómeno al ser orientado el semanario PALANTE a editar una serie de
cuadernos didácticos de historietas
sobre aspectos neurálgicos de la producción. A finales de esa década el trio
formado por los caricaturistas Val, Betán y Blanco, nos dimos a la tarea de
confeccionar estos cuatro títulos: “Matida y sus amigos”, “Trucutuerca y Tres
Cabitos”, “Pol Brix contra el ladrón invisible” y “Los siete samuráis del 70”.
Como han de suponer, éste último resultó el
más popular de todos, pues abordaba el tema japonés de antaño para combatir los
nuevos retos que se les presentaban en ese momento a la técnica agrícola en los
cortes de caña y de paso divulgar la zafra de los 10 millones, en la cual nuestro
pueblo había puesto sus mayores esperanzas.
Me tocó a mi darle forma gráfica a dichos
personajes de ficción, pero no dejo de reconocer que correspondió a Juan Manuel
Betancourt (Betán) el mérito de confeccionar un ameno guión donde se destacaran
aquellos siete héroes: Tesube Tonga, Carretero Chichi, Michucho
Gruíta, Panchiro Supesa, Yohakopio Kaña, Tandem Kemuele y al frente de
la brigada el temerario Tonga Sazen, todos enfrentados al
malvado ladrón de azúcar Tekita Azukita.
Como era habitual en este tipo de aventuras,
la escena final de la historieta, mostraba a éste último en el momento de
hacerse el kara kiri, mientras todos los demás protagonistas celebran la
recuperación del tesoro de los diez millones.
Hasta Juan Formell se vio envuelto en esa
euforia colectiva, a tal punto que, aquella consigna triunfalista de la zafra sirvió
para bautizar su famosa orquesta los VAN VAN.
También nosotros nos embriagamos con el
éxito de la serie humorística hasta que la dura realidad nos demostraba todo lo
contrario y padecimos junto con Fidel y el resto de los cubanos, ese sueño de
los diez millones convertido en pesadilla.
Eran tiempos difíciles y en la necesidad de
hacer cambios, fui nombrado director del semanario PALANTE. El pesimismo, la
impotencia, en fin el desencanto, se había apoderado de gran parte de la
población y comenzaron a cuestionarse no pocas conquistas que en lo cultural-alternativo
habíamos logrado hasta entonces. Es en ese marco que se convoca para comienzos
del año siguiente el Congreso de Educación.
La fecha programada coincidía con un evento
internacional de la sátira en Bulgaria donde existía un Museo del Humor, al que
habíamos sido invitados y renunciamos al mismo dado el comportamiento
crítico—sobre todo contra los medios—en que venían desarrollándose las
asambleas pre congreso.
Es así que llegamos al cónclave con el dolor
compartido pero la frente en alto. Durante las sesiones los ánimos se fueron caldeando
y ya al final de las deliberaciones el malestar de algunos delegados bajo
ciertas tendencias extremistas derivó hacia las películas de samuráis, la
programación radial y televisiva, así como al humor criollo, siempre presente
en las caricaturas de la prensa plana. Aquel costumbrismo cuestionado entonces era
mucho más pálido que las proposiciones actuales.
En los debates del Hotel Habana Libre hace
42 años, se desenvainaron tantos sables a diestra y siniestra, que me vi
obligado a hacerme el hara-kiri, ante todos los delegados, no sin enfrentarme en
principio a ciertas manifestaciones moralistas sobre la minifalda y el humor
erótico, entre otras tendencias más típicas del Medioevo que de nuestras condiciones
existentes a mediados del siglo XX.
En cuanto a aquel histórico Congreso de
Educación, su impacto social fue tan grande que terminó llamándose Congreso de
Educación y Cultura.
Los tiempos cambian, ya las
películas de samuráis no impactan como antaño y el estreno del remake japonés
en este mes fue tristemente acogido por solo media docena de personas en la
sala, según el propio Rolando Pérez Betancourt, quien por esa causa también
tuvo que hacerse el hara-kiri cuando
me lo contó.
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