En esta oportunidad a la tercera va la segunda, pues se trata de la continuación de la anterior titulada “Ni doy, ni fío, ni presto”, dedicada a los bodegueros de antaño, que no se parecían en nada a los de ahora. Aquellos, no tenían sentido de pertenencia, porque sencillamente… Eran propietarios.
Muchos de ellos como éste del cuento, eran simples labriegos en el terruño y venían en busca de fortuna con un único capital: El recibo de la sociedad de beneficencia y recreo--ya asturiana, gallega o de cualquier otra región—en el bolsillo… Por si acaso.
La mayoría echó raíces en esta fecunda tierra formando pareja y familia, con el abono de sus propios esfuerzos. El resultado fue ese ajiaco que patentizó Don Fernando Ortiz, y que ha pasado a la historia como un fenómeno único llamado “aplatanamiento”. Soy hijo de ese indescifrable crisol étnico-cultural y como tal me veo modestamente obligado a tratar de esclarecerlo.
La persona a que nos referimos se llama José Caneda Gosende. Nació en Angueira do Castro, aldea de Galicia, en 1934. Vino a Cuba en el transatlántico “Magallanes” que arribó al puerto de La Habana el 27 de septiembre de 1949. (Datos tomados del libro “Los gallegos de La Habana” de Ángela Oramas Camero. (Editorial José Martí, 2007)
Recién celebramos sus setenta y seis años en el cumpleaños colectivo que mensualmente brinda a sus asociados la Agrupación Castropol en la Peña del Humor “Bigote’ Gato”. Su onomástico coincidió con el 14 de febrero Día de los Enamorados, y ahí estaba él, disfrutando de lo lindo con su compañera “de siempre” Raquel Vázquez Vázquez.
El bullicio y la alegría de los asistentes mezcladas con la música de fondo no permitía la privacidad necesaria y pactamos el encuentro para otra ocasión.
Así fue. Pasemos pues al pollo del arroz con pollo sin más dilación. Nos cuenta José Gosende:
“Yo viví un tiempo en la trastienda de la bodega que era propiedad de mi padre y de mi padrino… Sumido por la añoranza durante largos años… La adaptación me resultó extremadamente difícil, tal vez por eso me casé muy joven, a los veintiún años, con una mulata… (Se trata de Raquel, la compañera citada anteriormente)… Ha sido un matrimonio sin hijos, pero somos felices. Soy nacido en Galicia, y “aplatanado” en La Habana…”
Motivado por los estereotipos de la caricatura y el humorismo le pregunto si, en aquellos tiempos tras el mostrador, usó bigote de manubrio y boina negra.
“…En realidad no me caractericé por eso. Lo que sí hice siempre fue ponerme el lápiz sobre la oreja. Pero, con el tiempo tuve dificultad en la vista y el oculista me recetó espejuelos. Más nunca pude poner allí el lápiz…”
Pepe Caneda está lleno de anécdotas y salidas ocurrentes. En la entrevista que para Granma le hiciera Iraida Calzadilla Rodríguez el 2 de abril del 2005, el le cuenta un acontecimiento que da título al trabajo: “La boleta que no apareció”.
“…Tras el mostrador oí y vi muchas cosas, no recuerdo si fue en 1953 o en 1954. El sargento político del barrio, Lezcano disparó dos tiros al aire cuando en las elecciones se fue en blanco. El hombre decía que en ese colegio hasta podían dejar de votar por él su mujer y su hija, pero que su boleta tenía que encontrarse. Estaba como una fiera. Esa bronca la presencié, pero el papel no apareció...”
Tomo la batuta de nuevo: ¿Dónde estaba situada tu bodega?
“…Eché 55 años de mi vida laboral en cien metros, en las bodegas La Fe de mi padre, ubicada en Industria y Refugio; y La Barraca en Industria y Genios. Precisamente en una de ellas ocurrió algo muy simpático… El desaparecido Enrique Núñez Rodríguez decía que en sus tiempos de periodista en el diario Siempre, iba a la bodega de la esquina, y por lo general compraba un medio de ron Peralta y un medio de salchichón… Un día hable con él y le rectifique que era un coñac Peralta, no un ron; y
un medio de mortadela, porque el salchichón valía diez centavos no cinco. Usted sabe, es que el bodeguero era yo…”
Muy buena Pepe, pero… ¿De dónde viene eso del sobrín que tanto explotó el teatro vernáculo?
“…Eso era muy común entonces. Todavía tengo frescas en la memoria los inicios, de cuando yo tenía vacío el bolsillo, no obstante venir a ocuparme de los negocios de mi padre… Una vez un paisano le escribió al tío: –Mándame dinero que estoy en la calle--. A lo que éste respondió: --Ponte en la acera, porque la calle es peligrosa--. Nunca más volvió a reclamarle ni un centavo, porque la familia de allá también estaba pobre, ¿Cómo uno iba pedirle dinero al padre o al tío?...”
Me has demostrado que efectivamente, la fama tuya de tener una gran memoria y mucha más agilidad mental, es cierta.
“…Eso no es nada: “¿Sabes quién fue el eclesiástico que separó a Carlos Tercero de la Reina? ¿No?... Pues el Padre Félix Varela, porque la Avenida que hoy se conoce como
Salvador Allende, antes se denominó como el monarca, y el paseo está dividido por Belascoaín, otrora con el nombre del presbítero. La vía continúa y seguimos llamándola Calzada de Reina, igual a la soberana…”
Todas éstas son anécdotas capitalinas. ¿A qué se debe?
“…No me gustaba estudiar, pero me compré libros y le puedo decir
que soy un contador sin título. En eso de sacar cuentas… pues nadie me tiene que enseñar nada. Del comercio me las sé todas…”
Aparte del negocio, ¿qué otras experiencias sacó del lugar?
“…En la bodega se aprenden muchas cosas. La mía era muy céntrica y de ahí muchas de estas curiosidades. Por ejemplo: ¿Sabes cuál es la esquina más caliente de La Habana?.. .¿No?...Pues Hornos esquina a Vapor… ¿Y el municipio más dulce de la capital?...10 de Octubre: ¿Sabes por qué? Porque comienza en Agua Dulce, sigue por Mangos hasta Zapote y llaga hasta Melones…”
¡Claro, hombre! Si ahí nací yo y aún vivo ahí!
“Entonces debes saber que en La Habana puedes trasladarte de Madrid hasta Pamplona en solo diez minutos…”
Eso sí que me lo sé, porque viví en Luyanó cerca del callejón de Pamplona, donde vivían los hermanos Quintela, a dos cuadras de Madrid, donde vivían los hermanos Rousseau.
“…Dispensa, Blanquito… Aquí va un versito:
Soy Reina de la Amistad,
Con un Cayo Hueso sano.
Voy con la Espada en la mano
Defendiendo la Lealtad…”
Mientras existieran calles la cosa parecía de pica y se extiende. Experto como era con los números, ¿Qué hubiera pasado si comienza su itinerario por el Vedado? De continuar allí, perdía el almuerzo, así que agradecí la entrevista y me despedí de Pepe, dejándolo con otro cuento encasquillado.
Si todos los bodegueros fueran como él: ¡Bendito sea el comercio al detalle!
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