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24 sept 2011

CARTA ABIERTA AL SEÑOR PRESIDENTE

Excmo. Sr. Barack Obama

Presidente de los Estados Unidos de América.

Estimado señor:

El pasado 12 de septiembre se cumplieron trece años del injusto encierro al que fueron condenados en los Estados Unidos cinco luchadores cubanos contra el terrorismo. Son héroes ya conocidos por millones en todo el mundo como los cinco héroes cubanos: Gerardo, Ramón, René, Antonio, y Fernando. No sé cuántas cartas solidarias con la causa de ellos haya usted recibido hasta el momento.

Yo me limitaré a recordarle que no es la primera vez que se cometen barbaridades semejantes. En cada caso, la verdad se ha impuesto frente a la hipocresía y la barbarie. Los nuevos inquisidores, en el mejor de los casos duermen en el basurero de la historia. En mi opinión, usted no merece ese fin.

Cuba conmemorará el próximo 27 de noviembre 140 años del fusilamiento de ocho estudiantes de medicina, acusados por las autoridades españolas de haber rayado en el cementerio de Espada, la tumba de Don Gonzalo de Castañón, director de un periódico habanero furibundamente integrista. La universidad venía a ser por aquellos tiempos una institución indeseada para la Corona.

¿Motivos? Rabia venganza e impotencia imperial por la pérdida paulatina de cada uno de sus virreinatos del Nuevo Mundo. De pronto surge la Guerra Necesaria de 1868, en la única posesión que se mantenía bajo sus botas en América Latina: “La fiel Isla de Cuba”.

Veamos lo que dice el historiador Rolando Rodríguez, en el capítulo titulado OCHO TUMBAS, (Pag. 290) de su libro “Cuba la forja de una nación”, al referirse al hecho: “…el más monstruoso de los crímenes de los voluntarios…” …Más adelante aclara: “…Se fijó una cifra de quienes debían pagar con la vida los delitos imputados… Nadie sabe por qué, el celador del cementerio en el primer proceso que se siguió había implicado en los hechos solo a cinco. Sin embargo, por sorteo se añadieron tres más…”

Así que en realidad eran cinco los acusados, como los cubanos que hoy guardan prisión en vuestras cárceles, pero fueron ocho los fusilados de entonces y pasaron a la historia como: Anacleto, Ángel, José de Marcos, Juan Pascual, Alonso, Carlos Augusto, Eladio y Carlos. Los tres últimos incluidos por sorteo, y Alonso Álvarez de la Campa, de 16 años, por tomar una flor en otro lugar del cementerio.

Incluso nuestro José Martí les dedicó el poema titulado “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”.

He aquí una viñeta como apoyatura a dicha poesía, realizada por Francisco Blanco Hernández para el cuaderno de historietas “Martí, ese soy yo” publicado por la Editorial Gente Nueva en 2001 en coautoría con el venezolano Edmundo Aray.

Cinco años más tarde la revuelta de las trece colonias y la proclamación de su independencia por los americanos del Norte, el 4 de julio de 1776, respondiendo un documento imprescindible como La Carta de los Derechos Humanos, reconocía a estos por encima de los Derechos Divinos. Esta Declaración sirvió de estímulo a otros pueblos que, aunque hablaran diferentes idiomas eran tan americanos como ustedes, y tenían el mismo derecho a luchar bajo las banderas de la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad.

Eran tiempos turbulentos en la tierra que lo vio nacer, Míster Obama, y que también prometían cambios como los ofrecidos por usted en la campaña electoral de 2009. Han pasado dos años desde su ascenso al poder, y aún esperamos por un gesto verdadero.

El proyecto de la Unión de Estados Unidos de América, --como toda obra nueva--, tenía fallas de origen, el mismo desarrollo de la sociedad provocó que éstas se fueran agudizando con enmiendas y cláusulas de todo tipo, incluyendo las segregacionistas.—¿Recuerda usted la Enmienda Platt?--. Fue necesaria una guerra fratricida entre el Norte industrializado y el Sur esclavista en (1865) para dirimir la cuestión. El triunfo de los yanquis frente a los confederados socializó la trata, convirtiendo al amo en patrón y al esclavo en obrero. El blanco pobre y el mísero negro eran ahora uno solo; igualados como simples obreros encadenados al mismo cepo del capitalismo salvaje. Comenzaba la lucha de clases como consecuencia de otra revuelta de signo distinto que venía gestándose más allá del Atlántico: La Revolución Industrial.

Bajo la consigna de la Primera Internacional: “Proletarios de todos los países, uníos” se exigieron reivindicaciones en casi todo el mundo. La clase obrera, agobiada por condiciones infrahumanas de trabajo, se “indignaba” como ahora, y sus demandas llegaban hasta las puertas mismas de las factorías yanquis:

Huelgas, y rompehuelgas, paros, y boicots estaban a la orden del día. La llamada Primavera de Chicago no se caracterizó por los huevos artificiales y las Pascuas Floridas, sino por la represión policial, que tuvo su fatal desenlace el 4 de mayo de 1886, cuando una movilización convocada por los huelguistas en Haymarket Square para demandar la jornada laboral de ocho horas, fue brutalmente dispersada. Casi doscientos policías arremetieron contra la multitud. Se generalizó el caos, y una potente bomba explotó en medio de la muchedumbre. Varios muertos, entre ellos un uniformado, originó otra farsa judicial como la ocurrida en Cuba dieciséis años antes; ésta dirigida ahora contra los organizadores del paro en la fábrica McCormek. Al final de todo ese barullo se descubrió que el supuesto anarco-terrorista autor del atentado, fue un provocador a sueldo de los patronos.

Los dirigentes sancionados se conocieron como los OCHO Mártires de Chicago y se llamaban: August, Albert, Adolf, George, Louis, Michael, Samuel, y Oscar. Al amañado juicio se sumaron falsos testigos, jueces venales y campañas mediáticas –que antes se llamaban periodísticas--. Resultado: Cuatro murieron en la horca, el resto fue condenado a cadena perpetua; pero uno de ellos,--Louis Lings-- se suicidó según versión oficial, nada menos que destrozado por una bomba dentro de la prisión. Como puede apreciarse, cualquier cosa puede ocurrir en las cárceles de los Estados Unidos, y la verdad siempre superará a la ficción explotada hasta el infinito por el cine hollywoodense.

El presidente Grover Cleveland, a un año exacto de los hechos, --precavido y precursor a la vez--, suspendió la Fiesta de los Trabajadores, que celebra todo el mundo el Primero de Mayo, y la trasladó unilateralmente hasta el primer lunes de septiembre, solo para consumo interno como el “Labour Day” norteamericano, más pacífico y federal que el convocado por el movimiento obrero mundial.

Señor presidente: ¿No se parece bastante este veredicto de ocho obreros yanquis en 1887 al de los ocho estudiantes de medicina en Cuba hace más de un siglo, o de los cinco antiterroristas cubanos, presos desde 1999. Seguro que un graduado de Harvard, con excelentes calificaciones debe saber mucho más que este humilde servidor sobre hechos de tanta repercusión. Pero, siga leyendo, hay otros ejemplos que agregar:

Veamos ahora lo ocurrido a nueve jóvenes afro descendientes --como se acostumbra a nombrar ahora--quienes tratando de escapar del hambre y la pobreza en tiempos de crisis económica como la actual- viajaban en busca de un simple empleo hacinados en un vagón de ferrocarril, como inmigrantes indocumentados en su propia tierra.

Hace ochenta años, al grito de ¡Nigger! el 25 de marzo de 1931, fueron bajados a la fuerza por el alguacil racista de Point Rock –de cuyo nombre no quiero acordarme--, quien se puso al frente de una turba de desalmados con ánimos de linchamiento, idénticos a los “voluntarios” del siglo XIX cubano. Las víctimas se conocieron como los NUEVE de Scottsboro, y se les sometió a un sainete judicial parecido a los anteriores, esta vez por estupro y vagancia. Dos jóvenes blancas viajaban también en el vagón y en reiteradas audiencias declararon falsas dichas violaciones. Presiones de todo tipo violaron de verdad sus testimonios a favor de la fiscalía.

Las edades de los enjuiciados oscilaban entre los veinte y los trece años. Ocho fueron condenados a la silla eléctrica y al noveno, Roy Wright, le pedían solo cadena perpetua; sanción desestimada por el tribunal aduciendo minoría de edad.

Ayer como hoy, la solidaridad humana se hizo patente: Protestas civiles, persecución oficial, cintillos escandalosos, disparos, y como consecuencia, en una de las manifestaciones nuevos mártires cayeron: Domingo Ferrer muerto y Guillermo González herido, ambos hispanoamericanos. La doctora cubana Ofelia Domínguez fue expulsada del territorio de la Unión y remitida a la cárcel de mujeres de Guanabacoa por el gobierno títere de Mendieta-Batista.

Bajo la consigna de “Libertad para los NUEVE jóvenes de Scottsboro” numerosas acciones populares se produjeron a favor de Charles, Clarence, Haywood, Ozie, Eugene, Olen, Andy, Willie, y Roy, éste último el adolescente nombrado con anterioridad.

Según avanzaba el brutal escarmiento y los ataques de la policía montada contra los manifestantes, aumentaba también la presión popular. Hasta surgió una canción interpretada por Paul Robeson, a favor de los jóvenes sancionados. En el ínterin, los carceleros obligaron a los NUEVE de Scottsboro –como un anticipo a las torturas sicológicas en la Base Naval de Guantánamo-- a presenciar las ejecuciones de otros afro descendientes condenados a la silla eléctrica.

La movilización de solidaridad fue de tal envergadura que las autoridades se vieron obligadas a solicitar la suspensión de las condenas.

Excelentísimo Señor Presidente, como veremos más adelante, la historia se repetirá en el caso de los DIEZ de Wilmington en las décadas de los sesenta y setenta, donde usted –tan joven como ellos-- tuvo participación como activista social.

Voces de estadounidenses honestos se han unido a nuestros reclamos y encabezan la batalla por la liberación de nuestros compatriotas. Es un honor para mi homenajear a estos tres luchadores por la libertad de los CINCO en representación de todo el noble pueblo norteamericano.

Si todavía no lo hemos convencido, aquí va el otro caso. Con él no son cinco, ni ocho, ni nueve, sino diez las víctimas de esa nueva barbarie en nombre de la Justicia.

Se trata del juicio celebrado en 1971, a cien años exactos de aquel organizado contra los ocho estudiantes cubanos de medicina. En esta ocasión frente a un grupo de activistas por los derechos humanos en Carolina del Norte. Han pasado desde entonces sólo 40 años. Eran tan jóvenes como los ejemplos anteriores. Sus edades fluctuaban entre los 18 y los 25 años. Sus nombres: BENJAMIN, CONNIE, MARVIIN, WAYNE, REGINALD, JERRY, JAMES, WILLIE, ANN y WILLIAM, que pasaron a la historia como los diez de Wilmington

Fueron procesados por un delito de incendio y conspiración. El caso también se extendió al resto de los Estados Unidos, e incluso tuvo repercusión internacional. La esperada reforma a las leyes segregacionistas, se dilataba con el descontento del movimiento para el progreso de la raza de color, sobre todo tras el brutal asesinato del Reverendo Martin Luther King en 1968, que provocó la explosión del conflicto racial en Wilmington y en casi todos los estados de la nación. Allí hubo hasta patrullaje nocturno por milicias armadas del Ku Klux Klan.

El 6 de febrero de 1971, la tienda de comestibles “Mike” de un propietario blanco en la localidad fue pasto de las llamas. La brutal represión contra los “indignados” de entonces cobró dos muertos y seis heridos.

Muchas voces salieron en defensa de los NUEVE, pero la justicia les fue escamoteada también durante diez años. En 1980 se supo por fin la verdad: En el juicio, dos testigos se habían retractado, otro recibió prebendas por levantar falso testimonio, y un tercero tenía un largo historial de padecer enfermedades mentales; a tal punto que fue sacado por la fuerza de la corte cuando se retractó de su declaración una década después. A pesar de todo eso, los diez de Wilmington fueron condenados a sanciones que sumaban en total 282 años de cárcel.

Ese año se les revocaron las sentencias por el Tribunal Federal de Apelaciones, cuando se comprobó que el fiscal y el juez de primera instancia, habían violado los derechos de los acusados. ¿Se parecen en algo a la jueza Leonard y los tribunales de la Florida?

No crea usted señor Presidente, que haya olvidado a los DIEZ de Hollywood; por el contrario, sus nombres eran tan famosos, sus aportes al cine norteamericano tan valiosos, que me los callo por respeto a su memoria. Además esos DIEZ eran solo la punta del iceberg del que hablaba Hemingway. Una cifra indescifrable de “disidentes” amantes del buen cine como ellos, tuvieron que emigrar porque les tocó vivir perseguidos por una Cacería de Brujas al estilo de la Santa Inquisición en medio del siglo XX.

Dos ejemplos me bastan: Quedé mudo como sus propias películas silentes, cuando el genio del bastón, el bombín, y los zapatos enormes, tuvo que regresar a su país de origen como un indocumentado más, después de darle lustre y gloria a la “Quimera de Oro” en que se habían convertido las “Candilejas” de Hollywood; pero corrían “Tiempos Modernos” y otro “Gran Dictador”, --el anticomunismo-- había sustituido al dueño del bigotito nazi; y para un “Chicuelo” como yo, ver como se derrumbaba el castillo de Blanca Nieves, y sus siete enanitos sufrían los indescifrable al enterarse que su padre, Walt Disney, --el ídolo de mi niñez-- se convertía en otra bruja más del macarthismo. Aquello llenó de tristeza mi ingenuidad infantil, pero me condujo a la cruda realidad de la adolescencia.

CINCO son los títulos de las películas de Chaplin citadas en el párrafo anterior. Y CINCO son los héroes cubanos que esperan por su firma. No fueron los DIEZ DE Hollywood los perseguidos solamente. A la larga fuimos nosotros mismos, los espectadores; y sobre todo el cine quien salió perdiendo, pues la banalidad, la sinrazón, y el oscurantismo, se apoderaron de las pantallas y del lunetario, dejando una mancha imborrable en vuestra historia.

Señor Presidente, por el respeto que me merece; por los días gloriosos de su campaña presidencial augurando cambios tan necesarios; por la esperanza que depositaron en usted no solo millones de norteamericanos, sino todos los que deseamos un mundo más justo; le pido que reconsidere el caso de nuestros cinco hermanos, cuyo único delito fue combatir el terrorismo en nuestro suelo, tan repudiable como el ocurrido con las Torres Gemelas de Nueva York, o en cualquier otro lugar del mundo. Así como en todas sus manifestaciones, incluyendo el terrorismo de Estado.

Gracias anticipadas.

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