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24 sept 2011

EN POCAS PALABRAS

BOLA CENTENARIA

En cierta ocasión el Indio Naborí me dijo sentirse orgulloso de haber nacido en Guanabacoa, tierra de Rita Montaner, Ernesto Lecuona, y Bola de Nieve. Motivos tenía pues se trataba de las estrellas más rutilantes en la constelación de nuestros artistas musicales, criollos y universales a la vez, como lo quería Martí.

El diario “Granma” publicó el pasado 11 de septiembre de 1911 la semblanza titulada “Bola”, que Pedro de la Hoz le dedicara a Ignacio Villa en su centenario; y así lo retrata: “…Cubano universal de piel negra y brillante, cara redonda y voz áspera, pequeño de estatura, regordete, con algo o mucho de güije y chicherekú…”

Bola de Nieve tenía un encanto indescriptible sólo reservado para los consagrados, que de solo asomarse al escenario acaparaba la atención y el aplauso atronador del respetable; lo que demostró en cada una de sus presentaciones.

En lo personal, le hice algunos apuntes humorísticos dado su peculiar aspecto y carisma. De todos ellos el que más me gustó fue éste, donde lo vestí de etiqueta con su redonda cabezota sin cuello embutida en el voluminoso tórax, mientras su risa se convierte por obra y gracia del absurdo en el teclado que con tanta originalidad ejecutaba.

A las virtudes como compositor e intérprete, hay que sumar la gracia y el humorismo que destilaba por todos los poros, no ya en las actuaciones, sino hasta en el devenir cotidiano. Una anécdota que cuenta el periodista de “Granma” es el mejor ejemplo de esa prodigiosa agilidad mental cuando en cierto momento se definió: “..Soy marxista, fidelista y yoruba…”

Bola de Nieve como Cuba, resultó siempre un misterio para mi, algo que no puede definirse con palabras, ni tampoco aparecer bajo los conjuros del babalao. Esa mezcla de hombre de mundo, refinado, impecablemente vestido de frac, símbolo del buen gusto ante los auditorios más refinados de Broadway o París, y de pronto se transformaba convirtiéndose en el más desenfadado intérprete de sus raíces montunas y africanas, para mitigar el gorrión que lo atenaza en la soledad de las lujosas suites en las que se alojaba durante aquellas frecuentes giras.

Su alma vuela entonces hacia el terruño, en busca de sus raíces. Aquella añorada Guanabacoa de entonces: El pueblo de campo más cercano a la capital: Donde el gallo le cantaba al sol mañanero, para iniciar un concierto de trinos y gorjeos que solo paraban con la lluvia o el crepúsculo. La Guanabacoa donde la fragancia del galán de noche perfumaba el insomnio pasional de cualquier extasiada pareja. De esa fuente bebieron todos ellos, y Bola de Nieve, el primero.

LAS 3 LUCIAS

Humberto Solás hubiera arribado a la tercera edad este año. Así lo vimos en 2002, en el fondo verde de su esperanza puesta en un nuevo y prometedor cine pobre. Había dejado imborrables recuerdos en nuestras pantallas, pero ninguno como el de las tres hijas, frutos de sus 25 años bebiendo en la fuente de la juventud, y que debutaron el 5 de octubre de 1968. Eran tres Lucías, cada una con su propia personalidad inserta en el momento histórico que les tocó vivir. Solás tuvo además, la visión de escoger a las intérpretes adecuadas.

Una Raquel Revuelta, inserta en el brutal escenario del coloniaje español alrededor de 1895, inmensa en el papel de una dama romántica que doblemente traicionada como mujer y cubana, no ve otra salida que el asesinato justiciero de su amante.

Le sigue la Lucía de Eslinda Núñez, joven revolucionaria en tiempos convulsos de la seudorrepública en 1932. La rebelión estudiantil contra la dictadura la lleva a los brazos de su ídolo, y se entrega en cuerpo y alma a la pasión amorosa y el combate contra la dictadura. Con el asesinato de su gran amor, mueren también sus ilusiones.

La tercera Lucía, Adela Legrá, interpreta una cubana actual, fruto de la revolución triunfante a partir de 1959, pero aún lastrada por los fantasmas del machismo. El tono de farsa que Solás imprime al conflicto no le resta dramatismo a los atavismos heredados por una violencia de género aún vigente en la sociedad.

Ya en 1971 “Lucía” ocupaba el puesto número diez entre las mejores películas latinoamericanas, en el Festival de Cine de Huelva, España. Y el ICAIC en 1989 la incluyó junto con “Memorias del Subdesarrollo” de Gutiérrez Alea entre las 30 más importantes de la cinematografía revolucionaria cubana.

Finalizo con las palabras del crítico cinematográfico también ya desaparecido Eddy Morales, quien en la revista “Cine Cubano” dijera:

“…Sí, es posible descubrir de nuevo a Lucía e inventarla otra vez, sin recubrirla de la triste pátina de los homenajes, sin olvidar sus años. Asistimos a ella con ese júbilo, con ese azoro que solo lo vital y lo fresco provocan…”

EL HURÓN Y OTRAS “FIERAS”

Un tres de agosto de 1900, hace ciento once años, nacía en Cuba Carlos Enríquez, el pintor de “El Rapto de las Mulatas”, de “Campesinos felices” y de otras muchas obras consideradas patrimoniales de la plástica cubana de todos los tiempos.

Bohemio por excelencia, Carlos Enríquez hizo de su entorno otra obra de arte pero ambiental: “El Hurón Azul”, su íntima estancia en la cercana barriada de Párraga.

Contaba la finca con un florido jardín que daba acceso a la mansión de tablas bellamente pintadas. A ambos lados de la senda, un ejército de rendidas botellas, como trofeos de guerra tras cruentos combates etílicos eran mudos testigos de la rendición incondicional en las escaramuzas efectuadas, frente al jolgorio de la tropa victoriosa. Una vez dentro de la vivienda otras sorpresas nos esperaban. Se accedía al piso superior, --alcoba y atelier o ambas en una sola pieza no recuerdo bien--, por una escalera también de madera, cuyos escaños mostraban las huellas pictóricas de unos misteriosos pies desnudos.

Tuve el privilegio de comprobar in situ estas extravagancias de la imaginación desbordada de un artista fuera de serie. Creó numerosas locuras como ésa y su ejemplo provocó en la década de los años 60, que otros tantos soñadores como él se lanzaran al delirio habanero. Sólo así se explica que durante ese decenio prodigioso del pasado siglo, La Rampa del Vedado se convirtiera de golpe y porrazo en el lugar nocturno preferido por una juventud que por primera vez se sintió totalmente liberada, y digna heredera de los “aires libres” del Prado.

A diestra y siniestra de esta nueva selva urbana, limitada al Norte por el Malecón habanero, una nueva fauna alegre, musical y bulliciosa surgía siguiéndole los pasos al hurón azul de Carlos Enríquez, que vino a refugiarse nada menos que en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, con su agradable “garden bar”. Gran parte de esta zona vedada en el pasdo, y resucitada con el triunfo de la Revolución se mantiene aún llena de colorido, a pesar de algunas especies en peligro de extinción. Me refiero entre otras fieras al “Cochinito” de 23, y al “Conejito” de N y 17, quienes bracean fuertemente para no desaparecer en las profundas aguas de “Los Siete Mares” frente al Quijote desnudo que desenvaina su adarga para desfacer los entuertos de su Dulcinea habanera de asfalto. Sumemos al “Gato Tuerto” que por detrás de “La Piragua” le hace un guiño malicioso a “La Zorra y el Cuervo”, con el único ojo que le queda sano.

Agradecería que mis vecinos, con mejor memoria que la mía completaran el cuadro de “fieras” que otrora me hicieran grata su presencia en esa querida jungla tropical de La Rampa, aportando ejemplares, especies, o familias, ocultas en el follaje de mi octogenaria memoria. Sobre todo, ruego porque los actuales depredadores,--que siempre los hubo y los habrá-- no afecten el ecosistema y los émulos de “El Hurón Azul” sigan embelleciendo el entorno.

En cuanto al “Gato Tuerto”, recuerdo que fue en ese mismo “night club” gatuno con parche negro en el ojo, donde el 21 de junio de 2001 a las 10.00 PM, comenzó una curiosa competencia que duró 76 horas consecutivas hasta la madrugada del 25. En ella participaron 498 artistas cubanos y 74 extranjeros con 2,175 interpretaciones musicales para implantar el récord de ¡EL BOLERO MÁS LARGO DEL MUNDO!

Cientos, tal vez miles de sus asiduos visitantes nocturnos, no se hayan percatado de la placa conmemorativa situada a la entrada de local, excitados por la alegría y el jolgorio etílico. Aclaro esto, pues tuve el privilegio de visitar el edificio casi a diario desde 1961 en que se fundo el semanario PALANTE, porque en el último piso residía uno de sus fundadores, Juan Ángel Cardi quien mostraba con orgullo aquella especie de minarete costero. El eminente escritor humorístico pronto destacó como émulo criollo de Sherlock Holmes, quien tejió allí numerosas aventuras, entre otras muchas diabluras que requerirían varios tomos… Pero esa sería otra historia.

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