La revista trimestral “Enfoque” de la Unión de Periodistas de Cuba en el número correspondiente a los meses de abril-mayo-junio del 2010, publicó un artículo titulado “Al mal tiempo, periodismo”, dando las primicias del libro homónimo escrito por los colegas Iramis Alonso Porro, Bárbara Avendaño, y Tony Pradas.
Interesante el contenido de la obra donde se detalla la organización de la redacción y los equipos de trabajo para enfrentar los fenómenos atmosféricos que tanto daño nos hacen con periodicidad, la labor de los llamados “cazadores de ciclones” de Bohemia y Juventud Rebelde, así como la labor de Rubiera como la voz más confiable del Departamento de Pronósticos del Instituto de Meteorología.
Felicito a Ciro Bianchi por sacarle los colores a la historia; yo prefiero buscarle las cosquillas a las noticias. Por tal motivo me detuve en el recuadro final de aquel trabajo donde se habla de la “Primera reseña periodística sobre un ciclón en Cuba”, correspondiendo el privilegio al Papel Periódico de La Havana, --cuando eso la capital se escribía con falta de ortografía-- dando la fecha del 20 de junio de 1791, —nada menos que hace 220 años--. Lo curioso para mi es cuando se aclara que, a dicho fenómeno atmosférico se le conoció como el Temporal de Barreto o el Temporal de los Puentes.
El apellido me resultaba familiar por el famoso danzón “El bombín de Barreto” y por un accidente geográfico costero en Miramar “El monte Barreto”; ahora también me entero de un fenómeno atmosférico del mismo nombre, y entonces me picó el bichito de la curiosidad.
Aclaro que el nombrado “bombín parte de la prenda que coronaba la cabeza de un popular músico, autor de dicha pieza musical, no así los otros dos “Barretos”. El vuelo del moscardón me llevó a las páginas del libro “Tradiciones Completas” de Álvaro de la Iglesia, otras veces citado en este blog. Exactamente el inquisitivo insecto se ocultaba en la página 271, con el mismo título “El temporal de Barreto”.
La primera sorpresa que recibo es cuando leo:
“…Del 21 al 22 de junio de 1791 parecieron desatarse las cataratas del cielo, durante veintitantas horas llovió torrencialmente sin interrupción, etc.., etc…”
Si eso ocurrió así, ¿cómo el periódico lo supo un día antes? Lo otro es el propio Barreto que resultó ser, y cito:
“…En Luz esquina a Oficios vivía un conde riquísimo dueño de dos de los mejores ingenios del país, de grandes haciendas de crianza, potreros y cafetales…” “…Era un hombre de cincuenta y tantos años, alto, corpulento, muy enredador y calavera, de quien siempre había una historia nueva que contar…”
¿Cómo qué?
“…Parecía ser un hombre de otra época, de los tiempos feudales, un señor de horca y cuchillo, cruel, despótico, violento, que por una nada mandaba a dar un bocabajo arrancándole tiras de carne a sus esclavos…” “-…Nuestro conde (por algo Dios está en los cielos –-así, en plural— para repartir el premio y el castigo), se sintió de pronto herido de una dolencia mortal que vino a agriar aún más su carácter agresivo y cruel…”
La narración se extiende un par de páginas más, pero aún no sabemos el porqué se le llamó al ciclón de 1791 “El temporal de Barreto”; así que saltemos en el tiempo y el espacio hasta la página 275 del mismo libro, donde vemos ya, tendido en la sala principal de su casona de Puentes Grandes, el cuerpo inerte del belicoso Conde Barreto.
“…Afuera rugía la tormenta desatada con todos los tristes gemidos que acompañan a estas convulsiones de la naturaleza. Se escuchó entonces un trueno lejano, después como el trepidar de carros sobre un pavimento pedregoso, y el retumbo de cien piezas de artillería disparando al mismo tiempo… Puertas y ventanas se rompieron con estruendoso fragor y un océano penetró en la sala derribando cuanto encontró a su paso… Después la ola enorme encrespada como si la hinchara el huracán, se retiró, llevándose el sarcófago del conde en medio del resplandor siniestro de los relámpagos… Nunca se supo el puerto a que fue a arribar aquel que en vida había hecho derramar tantas lágrimas y que nunca tuvo una tumba sobre la cual se le rezara una oración…”
Se conoció la tempestad como el Temporal de Barreto. Pero los restos mortales del que en vida fue Conde, se lo llevó el viento no sé dónde… ¡Amén!
Felicito a Ciro Bianchi por sacarle los colores a la historia; yo prefiero buscarle las cosquillas a las noticias. Por tal motivo me detuve en el recuadro final de aquel trabajo donde se habla de la “Primera reseña periodística sobre un ciclón en Cuba”, correspondiendo el privilegio al Papel Periódico de La Havana, --cuando eso la capital se escribía con falta de ortografía-- dando la fecha del 20 de junio de 1791, —nada menos que hace 220 años--. Lo curioso para mi es cuando se aclara que, a dicho fenómeno atmosférico se le conoció como el Temporal de Barreto o el Temporal de los Puentes.
El apellido me resultaba familiar por el famoso danzón “El bombín de Barreto” y por un accidente geográfico costero en Miramar “El monte Barreto”; ahora también me entero de un fenómeno atmosférico del mismo nombre, y entonces me picó el bichito de la curiosidad.
Aclaro que el nombrado “bombín parte de la prenda que coronaba la cabeza de un popular músico, autor de dicha pieza musical, no así los otros dos “Barretos”. El vuelo del moscardón me llevó a las páginas del libro “Tradiciones Completas” de Álvaro de la Iglesia, otras veces citado en este blog. Exactamente el inquisitivo insecto se ocultaba en la página 271, con el mismo título “El temporal de Barreto”.
La primera sorpresa que recibo es cuando leo:
“…Del 21 al 22 de junio de 1791 parecieron desatarse las cataratas del cielo, durante veintitantas horas llovió torrencialmente sin interrupción, etc.., etc…”
Si eso ocurrió así, ¿cómo el periódico lo supo un día antes? Lo otro es el propio Barreto que resultó ser, y cito:
“…En Luz esquina a Oficios vivía un conde riquísimo dueño de dos de los mejores ingenios del país, de grandes haciendas de crianza, potreros y cafetales…” “…Era un hombre de cincuenta y tantos años, alto, corpulento, muy enredador y calavera, de quien siempre había una historia nueva que contar…”
¿Cómo qué?
“…Parecía ser un hombre de otra época, de los tiempos feudales, un señor de horca y cuchillo, cruel, despótico, violento, que por una nada mandaba a dar un bocabajo arrancándole tiras de carne a sus esclavos…” “-…Nuestro conde (por algo Dios está en los cielos –-así, en plural— para repartir el premio y el castigo), se sintió de pronto herido de una dolencia mortal que vino a agriar aún más su carácter agresivo y cruel…”
La narración se extiende un par de páginas más, pero aún no sabemos el porqué se le llamó al ciclón de 1791 “El temporal de Barreto”; así que saltemos en el tiempo y el espacio hasta la página 275 del mismo libro, donde vemos ya, tendido en la sala principal de su casona de Puentes Grandes, el cuerpo inerte del belicoso Conde Barreto.
“…Afuera rugía la tormenta desatada con todos los tristes gemidos que acompañan a estas convulsiones de la naturaleza. Se escuchó entonces un trueno lejano, después como el trepidar de carros sobre un pavimento pedregoso, y el retumbo de cien piezas de artillería disparando al mismo tiempo… Puertas y ventanas se rompieron con estruendoso fragor y un océano penetró en la sala derribando cuanto encontró a su paso… Después la ola enorme encrespada como si la hinchara el huracán, se retiró, llevándose el sarcófago del conde en medio del resplandor siniestro de los relámpagos… Nunca se supo el puerto a que fue a arribar aquel que en vida había hecho derramar tantas lágrimas y que nunca tuvo una tumba sobre la cual se le rezara una oración…”
Se conoció la tempestad como el Temporal de Barreto. Pero los restos mortales del que en vida fue Conde, se lo llevó el viento no sé dónde… ¡Amén!
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