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3 sept 2011

EL MARAÑÓN No. 6: PLAZOS TRAICIONEROS

Cuando yo era chiquitico y del mamey…Todavía en Cuba se leían folletines impresos de novelas alquiladas a tanto el capítulo. Así nos visitaron “La Dama de las Camelias”, “Los Miserables” “Los 3 Mosqueteros” y otros tantos invitados de honor. A partir de entonces comenzaron a entrar en nuestras viviendas otros inquilinos también con fecha de caducidad como: el radio de galerna, la nevera de hielo, el ventilador de paletas, la máquina de coser, etc., que por lo general se ofertaban en tiendas especializadas, mediante un contrato firmado a largo plazo. Súmele a esto el ejército de viandantes que sustituían a los que rentaban por semana aquellos novelones fasciculares. Ahora los que tocaban a la puerta una y otra vez era para brindarnos sus propuestas a boca de jarro, y con facilidades de pago. Era una fauna variopinta con ofertas para todos los gustos: El hielo, el carbón, el botellón de agua, la estampita religiosa, el periódico, la melcocha, el cusubé, etc, etc…

Otro que tocaba frecuentemente la aldaba era el vendedor ambulante de retazos, por lo general de dudosa procedencia pues indistintamente le llamábamos el judío, el moro, o el polaco; a tal punto que un popular comediante de la radio lo representaba hablando más o menos de esta manera: “…Bendo corbatas baratas, bantalones de bana y beines de a beseta…”

Si sumamos a ese bodeguero que retratamos en estampas anteriores con su venta a fiado; al encargado o al casero a quien frecuentemente se le debía un mes de alquiler; o al indiscreto testigo de infidelidades del lecho, o sea, el “lechero”; entre otros cuentapropistas, tendremos un cuadro bastante exacto de todos aquellos que nos tenían permanentemente enganchados, y al igual que las radionovelas, pendientes del continuará…. No había actividad humana que no estuviera signada por el pago pellizco a pellizco.

Esta caricatura de Torriente para “La Política Cómica” de 1921, reflejaba ya la situación del inquilino en nuestro país, quien todos los meses debía pagar la renta de su vivienda, so pena del desahucio, pero ahí no acababa su tormento. El resto de los bienes y servicios, o casi todos, también requerían ser abonados en cómodos plazos, como rezaba la publicidad de entonces.

Lo peor no era vivir al día, sino esclavo de la moda, los adelantos, y la publicidad; pues siempre había un nuevo anzuelo esperando por la picada del manatí –uno de los peces más bobos que yo haya conocido--.

Sólo así se explica que uno saliera a la calle enfundado en un costoso traje de franela, pana o muselina inglesa, bajo el sol tropical de un verano ardiente, sólo porque lo vio en una película de Humprey Bogart, siempre con el cigarrillo en la boca, filmada en Siberia. Mucho tiempo después, cuando dejé de fumar por prescripción facultativa, pensé que aquella cinta real protagonizada por mí podría titularse “El Masoquista”. Pero peor ocurría con nuestras madres y abuelas, bajo ese mismo clima veraniego, al vestir de luto riguroso durante un par de años por la pérdida del esposo o el hijo querido, mientras los hombres nos limpiábamos con un simple brazalete negro. Siempre pensé que lo de ellas podía llamarse parir con dolor por partida doble.

Súmele a esto que las tiendas, por entonces, tenían ofertas de verano y de invierno. Los pobres, por lo general, nos veíamos obligados a aprovechar las que se hacían fuera de temporada en esos remates conocidos como “Ventas de quemazón”, donde lo único que se quemaba era nuestro bolsillo, porque el gancho era ese cartelito de “Rebajado. Solo $1.99”…Es decir, un miserable quilo prieto.

¡Agárrense!... Acabo de llegar de Miami, y el síndrome del 99 sigue siendo el gancho más efectivo de la publicidad norteamericana en todos los medios para cazar incautos.

Pero, continúo… Había “dulce para todos”, como popularizó un amargo presidente de la República: Si aspirabas a ganar el premio de la Lotería, ahí estaban los cartománticos, las pitonisas y otros agoreros por cuenta propia; si el afán era de superación, las academias particulares te proponían instrucción por correo en una amplia gama de ofertas. Las había de dibujo, --jamo en la que yo caí--. También de automovilismo, de primaria, secundaria, o idiomas, de corte y costura, educación física, de radio y televisión, de fisicoculturismo dictadas por cierto Charles Atlas, muy atractivas para “alfeñiques” como yo; en fin, hasta Academias de Baile, con la diferencia de que estas se pagaban por tíckets a tanto la pieza, y eso le daba derecho al alumno para invitar a la “maestra” a darle clases extracurriculares de “danza” en el hotelito más cercano.

Imagínese el sobresalto permanente de ese empleado público, que trabajaba en el Ministerio o en cualquier dependencia del estado, y cada cuatro años su subsistencia dependía de un hilo manejado por el político de turno pues cada candidato tenía sus propios compromisos y… “a rey muerto, rey puesto”…. Otro comediante de entonces se hizo famoso protagonizando a “El cesante”. Recordar que en el circo de la vida siempre se caminaba por la cuerda floja del despido.

Con el desarrollo de la sociedad, las cosas no han cambiado tanto: Los artículos son menos duraderos y las ofertas mucho más variadas; pero el principio que nos inoculó esa antigua sociedad de consumo es el mismo: “Consumir y consumir hasta consumirte”.

Terminamos como empezamos, pero no con la música de “El Marañón”, sino con la letra de otra pieza de la época, titulada.

PLAZOS TRAICIONEROS

“Cada vez que te digo lo que siento,

Tú sabes como yo me desespero,

Deja ver, deja ver,

Si mañana puede ser lo que tú quieres.

Pero así van pasando las semanas,

Pasando sin lograr lo que yo quiero.

Si tu Dios, es mi Dios,

Para qué son esos plazos traicioneros…

Traicioneros porque me condenan

Y me llenan de desesperación.

Yo no sé si me dices que mañana

Porque otro me robó tu corazón.

Bis…bis…

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