Vínculos familiares con Pinar del Río me hicieron
viajar frecuentemente a la parte más occidental del país. El ómnibus
interprovincial solo paraba oficialmente en la ciudad de Guanajay para bajar o
subir pasajeros cuando contábamos solo con la Carretera Central; al construirse
la Vía Monumental, ni siquiera pasábamos frente al poblado.
La pulcra y simpática villa, a pesar de la tierra
colorá—como se le calificaba por entonces--era sólo eso; parte del paisaje. Desentrañar
sus misterios surgió para mí como una deuda pendiente, lo que se agudizó al
leer cierta confesión que hiciera el Dr. Eusebio Leal, durante el 350º. Aniversario
del Municipio:
”…Allí
conocí la naturaleza, a la gente buena y noble de la villa del primer pueblo
pinareño. En el humilde camposanto descansan mis abuelos y antepasados. En el
Teatro Vicente Mora, en El Niágara, en las veredas del río y en la iglesia
parroquial de San Hilarión, están las bases de mi propia historia…”
Precisamente una de las curiosidades se corresponde con
su ubicación en la división político administrativa que ha sufrido la región.
Guanajay, como dice Leal, primero fue parte de Pinar del Río, más tarde pasó a
la provincia Habana y en la actualidad pertenece a Artemisa.
De ahí que la amistad con el colega Pablo Noa vecino
de la localidad, y dinámico propagandista como responsable de Relaciones
Públicas de la Editorial Pablo de la Torriente, permitieron
adentrarme en sus secretos y sin más preámbulos aquí van estas curiosas estampas capturadas al azar.
Se cuenta que cuando llegó Colón a Cuba ya existían
allí asentamientos indígenas avalados por el reciente trabajo del Grupo Espeleo-Arqueológico
Guamuhaya que confirmó la hipótesis de tres sitios precolombinos existentes cerca
de Chacón y Ojo de Agua.
A propósito, de la abundancia del líquido elemento en
el territorio le viene el nombre de Guanajay—apelativo con el cual lo
identificaba la población autóctona. Sin embargo, a pesar de esas condiciones, con
abundantes sistemas cavernarios, casimbas, dientes de perro, y hoyos, ninguno
de sus ríos desemboca en el mar debido a que se pierden en las cuevas para formar
sumideros.
Su situación geográfica explica el por qué la obligada
presencia del pueblo en cada uno de mis viajes a Pinar del Río: Para
trasladarse a la parte más occidental del país hay que pasar por Guanajay dada su ubicación en el sitio más estrecho de la
Isla, donde el colonialismo español trazó la histórica trocha entre Mariel y Majana.
El propio Noa narra la presencia del Andarín Carvajal
por estos predios y la necesidad que tenía de sufragarse el viaje a las
Olimpiadas de Saint Louis en los EE.UU., dado que no se recibía financiamiento
estatal como ahora. Por aquella época eran populares los “hombres sándwich” que
anunciaban tiendas y comercios con carteles colgados al cuerpo. Era la forma
acostumbrada por el modesto-atleta para recaudar fondos, mientras demostraba
sus aptitudes como fondista en las calles de Cuba.
Pues bien, a cierto Guardia Rural de la localidad, se
le ocurrió que eso era ilegal y le prohibió que corriera en esas condiciones so
pena de ir a la cárcel. No le quedó más remedio al “Andarín” que devolver lo
recaudado y de ahí surgió la popular frase “Chencha por chencha, Guanajay por tierra”, lo
cual podía traducirse como “Toma lo tuyo y dame lo mío, estamos
parejos”.
Otro acontecimiento deportivo de importancia--que sí se
pudo realizar--fue la primera carrera de autos efectuada fuera del marco de la
capital, pues se largó desde el puente de La Lisa hasta el Parque de
Guanajay—33 kilómetros--y ganó la prueba el francés Dámaso Lainé utilizando
solo 37 minutos, un récord para la época. Lamento no poder darles la fecha de la
hazaña, porque yo no estaba allí y creo que ni siquiera había nacido.
Seguimos con curiosidades automovilísticas: María
Constancia Caraza Valdés, conocida como la Macorina, nació en Guanajay
(14-3-1892) y falleció en La Habana (16-5-1977). Llegó a poseer nueve autos y
tuvo como chofer durante tres años a Fernando López de Mendoza, popular gallego
del teatro vernáculo de la época.
En 1798 visitó Guanajay el duque Luis Felipe de
Orleans, quien más tarde fuera coronado rey de Francia. Su anfitriona en esa
ocasión fue Doña Leonor Espinoza de Contreras y Justiz, sin embargo nunca
ostentó el título de condesa de Gibacoa, nobleza sí reconocida a su padre, su
hermano y su propia hija.
Hablando de visitantes. Allá por 1848 las rebeliones
indígenas en México provocaron el éxodo a Guanajay de muchos yucatecos, quienes
fueron contratados para las plantaciones cañeras en condiciones semi-esclavas.
Para 1860 ya existía una dotación de 2000 yucatecos en
el laboreo de la zafra. En sus horas libres se dedicaban al arte de la pesca y
fue tal su pericia que pasaron a la historia local como Los Reyes del Charco, la
leyenda se mantuvo con el tiempo pero bajo el título de El Charco de los Reyes.
Hemos dejado para el final la más increíble de todas
sus leyendas, que se vincula nada menos que con el Descubridor del Nuevo Mundo y
Adelantado de la Mar Océano.
En 1815 nace en México José María Gómez Colón y llega a
Cuba a los 17 años de edad, comentándose su parentesco con el navegante
genovés. Ocupó en Cuba varios cargos militares, además profesor de matemática y
ciencias agrícolas. En 1850 fue jefe de regimiento en San Antonio de los Baños.
Era Maestro Mayor de Filosofía, poseía la Cruz de Distinción y las dos cruces
de la Orden de San Fernando, le fue otorgado el voto de gracia en el Congreso
de Diputados, fue Benemérito de la Patria y en 1863 Caballero de la Real y
Militar Orden de San Hermenegildo, Comendador de la Orden Americana de Isabel
la Católica. Ocupó altos cargos en España y a su regreso a Cuba fue designado
teniente Gobernador de Guanajay. Por suerte la nave en que regresaba no
naufragó porque con tantas medallas en el pecho imposible que pudiese flotar y salvarse
nadando.
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