La originalidad es un tema que abarca cualquier
actividad humana en la época moderna. ¿Quién no desea serlo? Empecemos por la moda: Criticamos la actual
forma de vestir y nos olvidamos que
fuimos esclavos de ella durante años.
Yo mismo fui víctima de los bombachos de niño a media
pierna, o los juveniles pantalones estrechos y de pistolitas; más adelante fui aplastado
por los pata de elefante, para caer hoy en las garras de Francis Drake o
Barbanegra y enfundarnos en unas bermudas más acordes al calentamiento global y
la conducción automovilística que a los propios galeones piratas.
Todavía más humanas resultan las situaciones surgidas
de alguna que otra afectación involuntaria y para ejemplificar les comento que
un día fui a ver a mi amigo, el Dr. Marcelino Feal, médico-cirujano del
Hospital Calixto García en nuestra capital, quien complementa su profesión
sanitaria recetando bromato de chistes y risas a discreción como escritor
humorístico en diversos medios.
De seguro lo recordarán como autor de aquel popular
espacio televisivo titulado “Tito el taxista” protagonizado por
el inolvidable Idalberto Delgado, que tuvo vida limitada no sólo por el
fallecimiento del querido compañero, sino porque hoy tendría que llamarse “Tito
el botero”.
Almendrón aparte, en aquella ocasión por poco no puedo
encontrar a mi médico de cabecera; mejor
digo, al médico amigo del buen humor; porque ese día en el Calixto hubo
una reunión no convocada para todos los calvos de La Habana. La cosa fue que en
la prensa publicaron que en ese prestigioso centro se estaba llevando a cabo y
con mucho éxito un tratamiento para resolver la calvicie. El embullo fue tal
que “los poco pelos” llenaron las calles de acceso al hospital y yo casi no
podía avanzar hasta el pabellón de Cirugía. Además, el reflejo del astro rey en
las iluminadas cabezas de los visitantes inesperados, me hacía aun más difícil
la visión y la marcha. Por suerte yo no necesitaba resolver ninguna calvicie y
la mejor prueba es que hoy, muchos años después, aun peino mis humildes canas pero
a mucha honra.
Eso sí, contando el número de calvos que aun veo por todo
el país, me imagino que el tratamiento no fue todo lo beneficioso que muchos
hubiesen deseado.
Aquel acontecimiento sirvió de inspiración a la
caricatura inédita, aquí presente y debido a razones ajenas a nuestra voluntad
quedó olvidada en el baúl de los recuerdos:
A continuación presento otra interpretación satírica de
esa situación. O sea, lo que ocurre en la actualidad con el “original” look
de los rapados y su correspondiente promiscuidad.
Con ello he tratado de ejemplificar lo cambiante que son
las modas, las costumbres y hasta la ciencia y la técnica en un lapso tan breve
como aquellos volátiles “…Veinte
años ... “ que sentenciara Gardel.
Hoy, las gafas oscuras, las bermudas, y hasta la
repudiada pelona que nos perseguía antaño con la guadaña a cuestas, son
prototipos preferidos por la juventud. Lo ratifico cuando de paso por una de
las tantas esquinas calientes que hierven en cada parque de nuestro país,
escuché más o menos algo que no tiene nada que ver con la pelota pero si con
los barberos. Y cito:
“…En
lo que va de campeonato, tal vez los Industriales no hayan empezado bien, pero
Vargas ha impuesto esa moda entre sus peloteros. ¿Se han fijado que cada vez
que, al comienzo de cada juego, se quitan la gorra azul ante el Himno Nacional,
como todos están pelados al cero?...”
Lo expresado hasta aquí confirma que “Vale
la Pena” lo expresado sobre la evolución de la moda entre bigotudos,
peludos o barbudos de hace unos años frente a los actuales “calviños”.
De nuevo surge la interrogante: ¿Hasta qué punto se
puede ser original?
MI padre, asturiano de cuna, aldeano de oficio y
aplatanado cubano, se llamaba Pascasio y a pesar de no ser creyente me
inscribió con el santoral al dorso en la partida de nacimiento. Así que tuve
que cargar para siempre con mi Francisco Pascasio.
No sé porqué rara aberración desde niño fui víctima en
la escuela del choteo infantil con motivo de mi segundo nombre de pila,
habiendo una pila de ellos más Homobonos y Ermengildas que yo.
Hubo casos sorprendentemente curiosos—por no decir
originales-- como éste: En cierta ocasión una persona acudió al ICAIC, en el
vestíbulo del Departamento de Dibujos Animados, solicitó ver al colega Juan
Padrón y al presentar su tarjeta de
identificación, la recepcionista se desmollejó de la risa, pues se llamaba nada
menos que Elpidio Valdés.
En un terreno tan resbaloso como éste de la
originalidad quisiera abordar otra moda aún más cuestionable en la actualidad
que es de origen lexical y puede llevarnos a la contaminación del idioma. Si la
lengua no está muerta debe dar señales de vida y por tanto bienvenidos sean los
nuevos vocablos que la enriquezcan.
Aceptables fueron los Manolines y Pascasios de antaño;
los Jimmys y Evelyns con la influencia yanqui del pasado siglo XX también resultaron
bienvenidos; incluso los Boris, Vladimires y Tatianas durante la posterior presencia
soviética en nuestra sociedad.
Sin embargo, lo que resultó chocante para mi, y
traumatizante para las sufridas maestras de primaria o secundaria fue la
perniciosa originalidad de las Yuyas y los Yuyos en el pase de lista durante el
período especial.
Recuerdo no pocas Yumlkas y Yunieres, incluso tan
surrealistas como la sufrida Yusnielda, medio familiar mía, quien víctima del
choteo constante de sus compañeras de aula debido a la sustitución de la ene por eme y la ele por erre; cuando llegó a
la mayoría de edad decidió cambiarse el nombre ante notario público.
Algunas de aquellas profesoras también tuvieron lo suyo
y se vieron obligadas a jubilarse antes de tiempo víctimas de los efectos
postraumáticos del diario pase de lista. Como pueden ver, el uso y abuso de las
palabras—o de ciertas letras-- pueden llevar al abismo.
La última tendencia que noto especialmente en el sector
de la publicidad farandulera, es –según mi modesta opinión—más perniciosa que
original, aunque parezca lo contrario.
Fui el primero en aplaudir frases diseñadas con cierta
originalidad como aquella ¡QVA
VA! que independientemente de su cacofonía nos llama al combate, a la
lucha y al avance de nuestro pueblo. Lo lamentable es que de inmediato surjan
sus imitadores; los supuestos innovadores, los facilistas de nuevo cuño
con propuestas promocionales parecidas a
estas:
“…PP
Qñengue va a KKrajíKara en busca de QK…”.A pesar
de ello, o más bien vanagloriándose del despropósito, vemos con preocupación
cómo grupos artísticos se bautizan cada día con más jeroglíficos.
A lo mejor es que con el paso de los años uno va
perdiendo la dentadura y el buen gusto; o las nuevas tecnologías con sus
efectos especiales nos transformen el idioma en un berenjenal con tecnología de
punta, aunque dicha punta no se la veamos por ningún lado.
Lo cierto es que cualquier rebuscamiento de lo original
a la larga deja de serlo y aburre: Monería al fin, como el del cuento, “mono
se quede”
Increíble que magníficos músicos tengan que escudarse
tras la mascarada de un título “original”, pero con cuatro copias al papel
carbón. Si esta moda continúa, habrá que formar traductores en carreras lingúisticas
de la universidad capaces de descifrar códigos cada vez más complejos y menos
comprensibles en sus presentaciones.
Queridos vecinos, para no cansarlos, les propongo este
sencillo acertijo con el cual pretendo poner punto final a esta nada original
provocación:
“…C
que con esT Lmental KrTl usTd pueD busKrC alg11111 Nmigos Pro mRC la Pna S inTnto…”
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