Hace
unos meses coincidimos en una exposición el maestro Adigio Benítez y yo. Como
siempre, entre serios enfoques de la actualidad artística o cultural, surgían muchos
jocosos comentarios alrededor de nuestra eterna juventud. Acababa yo de cumplir
mis 82 años cuando de pronto, él me reta: --Yo voy el próximo año para los 90. ¡Allá
te espero!
Hoy
al amanecer de este nueve de mayo, recibí la triste noticia de su fallecimiento
y con infinito pesar me dirigí a la funeraria de Calzada y K para nuestra
inesperada cita, esta vez de despedida.
Allí
sentado en uno de los sillones de la capilla, tras el sentido pésame a su
familia, vi desfilar amigos, colegas, admiradores y no pocos luchadores cubanos
por las causas más justas de la humanidad, pero también los fantasmas de mis recuerdos.
Para
mí Adigio siempre fue un misterio: No sé cómo con apenas ocho años de
diferencia, yo prácticamente aprendí a leer con sus primeras colaboraciones al
suplemento del diario HOY, órgano del Partido Socialista Popular: Él se había
adelantado mucho a su tiempo o yo había llegado demasiado tarde.
En
varias ocasiones he confesado mi pecado original durante la infancia por la
lectura de ese material que ofrecían fundamentalmente, las transnacionales del cómic
yanqui en las entregas dominicales
de la prensa cubana. Era una época donde el hábito de leer libros no
gozaba de popularidad en las familias de pocos ingresos y el periódico o la
revista, con sus limitaciones, sustituía esa necesidad.
En
mi caso particular me sorprendían aquellas aventuras típicamente cubanas donde
los superhéroes de papel no eran exóticos vaqueros del Far West al estilo de Red Ryder, míticos exploradores
del espacio como Buck Rogers o Flash Gordon, ni el detective Dick
Tracy, eterno combatiente del crimen organizado en las calles de una ciudad
típica estadounidense; mucho menos aquel hombre-mono-blanco llamado Tarzán
que cayera de sorpresa en el continente-negro para saltar de rama en rama y de
cuadro a cuadro cazando fieras o tribus de nativos negros y casi siempre caníbales.
Recuerdo
que en esos años de feliz ingenuidad, el dominical HOY INFANTIL, abordó en sus
páginas la serie en colores de Horacio
Rodríguez y textos de Marcelino (¿) que contaba las aventuras de dos pícaros
niños cubanos ”Pelusa y Pimienta” el primero pelirrojo y el otro negro, entre
otros personajes autóctonos que completaban las ofertas de aquella publicación.
Pero
entre ellos, el que me impactó para siempre—sin nada de ficción y sí mucho de la lucha del hombre
por su liberación--fue “Espartaco, Capitán de la Libertad”;
una versión en secuencias gráficas de la rebelión que los esclavos del Imperio
Romano llevaron a cabo contra sus opresores: Con textos de Honorio Muñoz y
dibujos de Adigio Benítez.
La
felicidad viene en pequeñas dosis y aquello solo duró hasta la clausura del
diario durante la cacería de brujas del macartismo criollo en 1953,
Éste
es sólo un fogonazo de mis recuerdos cuando apenas salía de la primaria. El
otro lo di a conocer en el testimonio que le dediqué al inolvidable Adigio en
este mismo blog bajo el título de “El cuadro que burló la censura” y que amablemente acaba
de reproducir el sitio CUBAPERIODISTAS de la UPEC.
Para
mi resulta un inapreciable honor ese gesto. ¡Gracias mil!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario