En
su espacio de JUVENTUD REBELDE el colega Ciro Bianchi abordó el pasado domingo
una semblanza de Enrique Núñez Rodríguez al arribar al 90º. Aniversario de su
nacimiento este 13 de mayo. Con igual intención GRANMA publicó una información de
las festividades con que su pueblo natal, recordaba al insigne hijo que tanto
se destacó en el teatro, la radio, la televisión y el periodismo cubano por más
de cincuenta años.
No
me podía quedar callado: Estuve en cierta ocasión acompañando a Enriquito en
una visita que hiciéramos a ése ”..Su casi-pueblo llamado Quemado de Güines al
que baña un casi-río …” Así me lo describió junto a cierta anécdota
casi-real en un batey cercano, donde según él se enfrentó bate en ristre a
Conrado Marrero. Casi-creí aquel cuento de camino a Laberinto; no sé si casi-lo
poncharon, o casi-conectó de hit al afamado pitcher--pero para mis adentros—casi-le
canté el tercer strike.
Así
era siempre, una especie de anécdota viviente, contada con tal jocundia que nos encantaba escucharla a pesar de su
dudosa veracidad.
Cuando
se decidió a vender su bicicleta para venirse a La Habana, la suerte del joven
emigrante ya estaba echada; al no haber bicicleta tampoco habría marcha atrás.
Llegó a la capital permeado de esa astuta sabiduría del hombre de tierra
adentro, siempre en guardia frente a lo ignoto. Cuando se decidió a matricular
leyes en La Universidad de la Habana, ya se había graduado en la Universidad de
la vida.
Por
entonces yo, que nunca tuve bicicleta ni aprendí a montarla, sudaba plomo en
una imprentica de Centro Habana como aprendiz de linotipo. Tuve la suerte de
que allí se imprimía la revista FOTOS de Pepe Agraz y en ella comencé mis
colaboraciones como dibujante deportivo, desde entonces firmo Blanco mis
trabajos. Quiso el destino que debutáramos juntos --pero no revueltos-- en ese
mismo año de 1948.
Enrique
tuvo un ascenso casi meteórico cuando descargó toda su gracia en aquel primer
guión radial para CMQ o la COCO, no recuerdo cual fue la emisora agraciada. Lo
cierto es que, al poco tiempo me convertí en su admirador cuando creó uno de
los ídolos radiales del momento Leonardo
Moncada, el Titán de la Llanura y mientras menda brincaba de imprenta
en imprenta, hecho todo un operario hasta
llegar a obtener una plaza de suplente en el periódico EL MUNDO, ya él había
saboreado tras bambalinas el éxito en dos de sus primeras comedias La
Chuchera Respetuosa y Cubanos en Miami.
De
ahí en adelante tejió una brillante carrera teatral a mediados del pasado siglo
con obras tan hilarantes como Gracias doctor, Si no fuera por mamá, El
bravo y Voy abajo entre otras similares.
A
tal punto llegó la cosa que al triunfo de la Revolución algunos mal-pensaron lo
inimaginable: Núñez Rodríguez aupado por la fama, seguro tomaría el camino del
exilio tras esa burguesía hipócrita, que comenzó a satanizarlo una vez llegada
a Miami sin su ansiada compañía. Como lo cortés no quita lo valiente--si la
memoria no me traiciona--sentida fue su respuesta con la semblanza que hiciera
sobre Olguita Guillot.
No
es muy conocido que durante la década de los años 60 escribiera algunos guiones
de historietas para las revistas publicadas por Ediciones en Colores, o
que compartiera con su hermano Héctor la sección Cinematraca del semanario
PALANTE por esa misma época. Lo sé porque en ambas ocasiones yo estaba allí.
Tuvimos
además la enorme suerte de disfrutar su
compañía varias veces, como en aquel histórico viaje a la Bienal del Humor de
Gábrovo--verano de 1981--donde la
delegación de humoristas cubanos formada por él, Nuez, Pedro Méndez, Zumbado, Alicia
Bustamante, Juan David, su esposa Graciela y yo, pretendimos tropicalizar el
humorismo balcánico y descubrimos que, allí la sátira de costumbres desde siempre, había colocado a los búlgaros
en la cima de la tacañería mundial, fama sólo superada por los escoceses.
Nos
convertimos entonces por obra y gracia de su anecdotario en los protagonistas
de aquellas aventuras por tierras búlgaras que publicó en su sección dominical
del periódico JUVENTUD REBELDE.
Lo
mismo ocurría durante los Festivales del Humor de Varadero y los que se
celebraban cada año en las capitales de las provincias sedes del 26 de Julio en
la década de los 70 y 80 del pasado siglo.
En
todas aquellas actividades su punzante sentido del humor se hacía sentir,
siempre fresco, cada vez más fragante a pesar de los años, virtudes éstas que
unidas a su experiencia, sensibilidad y entrega lo llevaron a ocupar la
vicepresidencia de la UNEAC en los duros años del período especial.
Nadie
mejor que Abel Prieto Jiménez, por entonces presidente de la institución, para
describir aquellos momentos: “…Núñez Rodríguez no se inmiscuyó en
cuestiones teóricas, se limitó a recordar y contar y así dejó su aporte a
nuestro permanente e incansable definición colectiva y polifónica de lo
cubano…”
Durante
varios años consecutivos lo acompañé como miembro del Jurado de Humorismo
Radial que se celebraba en fechas cercanas al 24 de febrero y en esas tareas tuve
la oportunidad de asimilar sus enseñanzas de nuevo:
Siempre
se ponía frente a la grabadora y él mismo accionaba los controles. A los pocos
minutos del arranque, apretaba el botón y cortaba la audición. Ante mi
sorprendido cuestionamiento, respondía tranquilamente:
---Imagínate
que estás en tu casa, sintonizas el programa y
durante estos breves minutos no ocurre nada…Seguro apagas el radio, ¿No?
—Sí--
le respondí.
—Pues
eso mismo acabo de hacer yo.
De
inmediato y sin inmutarse pasó a un nuevo concursante.
Me
quedé con la boca abierta. Me acababa de dar una inmensa lección de aquel
axioma del Che sobre la calidad, convertido ahora en respeto al radioyente.
No
sé cómo en aquellos tiempos--ya entrado en años--podía Enriquito cargar con
tantas responsabilidades sobre sus hombros; aparte de su alto cargo en la UNEAC y diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular contamos con su más
decidido aporte al proyecto de editar la revista de humor e historietas MI
BARRIO financiada por la UNEAC y los CDR, en medio de la crisis más aguda del
periodo especial:
Dicha
publicación con frecuencia variable abarcó de septiembre de 1996 a septiembre
de 2001 con 12 ediciones en ese lapso y Núñez Rodríguez siempre estuvo al
frente de su Consejo de Dirección.
Recuerdo
que fue el colega Alberto Luberta quien en esa misma revista, presentó un
trabajo titulado “Cien años se unen en MI BARRIO” donde abordó precisamente aquellos 50 años de
nuestro debut simultáneo en los medios de difusión masiva.
Ocupado
como estaba en todas esas obligaciones, había dos cosas que le preocupaban en
lo personal: Escribir sus memorias lo
cual requería horas, días, meses de
selección, investigación y ejecución, los
cuales de momento no disponía.
La
otra se había convertido en una verdadera obsesión; la necesaria reconstrucción
del añejo y deteriorado Teatro Martí. Varias veces lo oímos confesar que no
quería morirse sin oir de nuevo las tres campanadas que anunciaran su
resurrección.
El
tiempo ha pasado, en la actualidad las obras avanzan en el coliseo y aunque lamentablemente
él ya no pueda oír dicho campaneo cuando se reinaugure el Martí; el hecho mismo
se convertiría en un tributo póstumo a su memoria.
En
cuanto a la titánica tarea de dejar constancia de su obra viviendo con tanta
intensidad cada momento de su vida. Sólo el amor, la admiración, la paciencia y
el apoyo del nieto Tupac pudieron lograr tamaña hazaña. Vaya a ese joven
biógrafo y comentarista nuestro fraternal abrazo de siempre.
Hemos
dejado para el final ese pulcro humor suyo, tan ajeno a la vulgaridad y chabacanería;
sin embargo, nunca renuncio a la picardía criolla, o al doble sentido, lo cual
demostró una vez mas en su última novela, desde el mismísimo título de la obra ¡A
guasa
a garsín! donde utilizó
certeramente el recurso del anagrama para proponer una pretendida visita a cierto
lupanar conocido en la comarca. En dicha frase no hay doble sentido, es más
bien directo pero enmascarado: El mensaje se logra invirtiendo las dos sílabas del
primer nombre Guasa —la localidad de partida--, igual que
con las dos del segundo —su destino-- Garsin”.
Jamás
podríamos pagar sus enseñanzas que prodigaba con la misma naturalidad de su
sonrisa y así recordamos a nuestro gran maestro honorífico: El inolvidable
Enriquito.
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