La instantánea
con que abrimos este trabajo fue tomada el 15 de mayo de 1960, cuando Ernest Hemingway, acudía por última vez a la premiación del
Torneo de la Aguja
en Cuba, para entregar el Trofeo al ganador, que ese año correspondió al Comandante
en Jefe Fidel Castro Ruz, por la mayor captura del evento: 986,68 puntos con
cinco piezas a bordo del barco “Cristal”.
Podría ser ésta una
más de centenares o miles de fotos que le hicieran al Papa en nuestro país debido
al carisma y la enorme popularidad que se ganó entre los cubanos el llamado
Dios de Bronce de Letras Americanas, durante los veinte años de su estancia en
Cuba; tal vez por haberse refugiado aquí tras la odisea de la Guerra Civil Española
para escribir en el hotel “Ambos Mundos” su famosa novela “Por
quien doblan las campanas”, o quizás por la gloria de obtener el Premio
Pulitzer 1952 y el Nobel un año después con su obra “El viejo y el mar”,
inspirada en un humilde pescador de Cojímar.
Sin embargo, esta
fotografía aparece más de una vez encabezando artículos de carácter
conmemorativo en el periódico GRANMA, como este que nos ocupa “La Guerra contra Cuba que
atormentó a Hemingway” bajo la firma de Gabriel Molina Franchosi. el 26
de noviembre del 2010.
Vayamos entonces
al por qué de su importancia: En el trabajo del periodista de GRANMA se narra
el momento y el entusiasmo con que regresa a Cuba Hemingway en marzo de 1959,
tras su ausencia por un registro que le hiciera la policía de Batista a la Finca Vigía dos años
antes.
Valerie, su
secretaria particular lo hacía meses más tarde, el 27 de enero de 1960. Pero el
18 de ese primer mes del año, ya el presidente Eisenhower había aprobado el
documento que recomendaba derrocar al gobierno de Fidel Castro.
En la primavera
de ese mismo 1960—marzo-abril—en una visita a su residencia, el embajador de
los Estados Unidos Phillip Bonsal le comunica a escritor que su gobierno se
plantea el rompimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba; por lo tanto
Washington no solo deseaba que abandonara la finca de San Francisco de Paula,
sino también demostrara su desagrado con el régimen cubano bajo el Gobierno de
Castro. Se le planteaba por tanto, renunciar a la que él consideraba su segunda
patria; o sea abandonar la querida finca Vigía y a cambiar radicalmente su
forma de vida.
La secretaria del
escritor Valerie Danby cuenta que Hemingway protestó, manifestándole además al
diplomático su lealtad incondicional a los Estados Unidos, pero que el veía las
cosas de forma diferente. La respuesta oficial fue tajante: Podía ser
catalogado de traidor y por tanto afrontar sus consecuencias.
A medida que
pasaban los meses, el Papa estaba cada vez más preocupado por perder su casa y
todo lo que anímicamente representaba esta situación para él. Con inmenso
dolor, los Hemingway tuvieron que abandonar la finca Vigía el 25 de julio de
1960, mientras el gobierno de Eisenhower rompía las relaciones el 3 de enero de
1961.
Curiosamente 54
años más tarde, este último 16 de enero, entraron en vigor las nuevas medidas
de Estados Unidos que flexibilizan algunas restricciones al cruel bloqueo
conque nos han sometido desde entonces, previas al futuro restablecimiento de
las relaciones normales entre los dos países.
Tal vez aquella foto tomada con el
trofeo en sus manos junto al líder de la Revolución en el mes de mayo, había sido la que
colmó la Copa de
la intolerancia yanqui y provocó la trágica determinación de Hemingway, pues
seis meses más tarde, a las 7 de la mañana del 2 de julio de 1961, en su casa
de Ketchum, Idaho, el Papa apoyaba el rostro contra el cañón de su carabina,
apretaba el gatillo y ponía fin a su vida.
Lo curioso del caso es que al pie
de todas ellas aparece solo esta frase: FOTO-ARCHIVO.
Indagando por dicha autoría, me
acerqué al fraterno Jorge Oller, autoridad de la especialidad fotográfica en
nuestro país, quien me comenta que, a veces resulta imposible determinar al
autor pues a eventos de ese tipo acuden diversos foto-reporteros, inclinándose
por los que estaban emplantillados entonces en el diario REVOLUCIÓN. Es decir:
Ernesto Fernández, Rafael Calvo, o Raúl Corrales, pero sin poder asegurarlo.
Igualmente lo hice con el
experimentado Delfín Xiqués Cutiño, en el Centro de Información del periódico
GRANMA, quien coincidió con Oller en que--por lo general--entonces no se le
incluía la firma del autor al dorso de sus correspondientes copias, dando lugar
a esta situación.
Tal vez este descuido llame a la
reflexión, para que en el futuro no quede detalle alguno sin su debida
aclaración.
Porque el derecho de autor no es
un privilegio, ni un término de carácter económico; sino fundamentalmente un acto
de justicia social.
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