A
veces veo a mis nietos y biznietos jugando frente a la computadora o su table y
me sorprendo de los cambios que tan vertiginosamente ocurren en este mundo
postmoderno de los drones, autos, y teléfonos inteligentes actuales, con la amenaza
robótica de desplazar con androides a millones de obreros, que hipotética pero
definitivamente serán los futuros desempleados,
y posibles consumidores de tanta pacotilla corporativa en el futuro.
A
su edad, en mis tiempos—los mismos de Raúl y Fidel—era fanático de los
muñequitos en colores que aparecían en los suplementos dominicales de los
diarios de entonces. Uno de mis ídolos era el detective yanqui DICK TRACY,
quien para perseguir a “los malos” dependía de un “ultramoderno” radio-reloj de
pulsera donde se comunicaba con la jefatura para localizar a los delincuentes
en medio de la “Ley Seca”, antecedente impensable en la actual Meca del
narcotráfico.
Pero
regresemos a Cubita la bella: Había otros “inventos” en casa de cualquier familia
habanera, como la nevera de serpentín que orinaba por abajo igual que yo, pero
con un líquido mucho más frío.
Se
vivía al día y con susto. Pero se respetaba más aquella privacidad de la puerta
de la calle solo protegida con un ganchito, o al mudarnos, dejar la llave al
bodeguero de la esquina para que el futuro inquilino pudiera revisarla a gusto,
además, nos fiara la mercancía y a fin de año hasta nos premiara con el
“Aguinaldo” para que no permutáramos de bodega.
Se cocinaba con el carbón suministrado por un vendedor ambulante que halaba un mulo tan bruto como él. Hoy en día no se llora en el fogón producto del humo; sin embargo, gracias al hollín se podía correr a la puerta para tapar en la acera la caca del perro del vecino con la ceniza, y evitar con ello una multa del inspector que desde los tiempos de España, gravaba no al dueño de la mascota, sino a la víctima más cercana de eso tan maloliente, y que resultaba un gravamen injusto; es decir, lo que hoy conocemos como “una simple indisciplina social”.
Adoraba aquel detective chino que se las sabía todas gracias a su paciencia, pero que cada cual lo imaginaba a su manera pues se transmitía por radio, ya que la TV estaba en pañales antes de la Segunda Guerra Mundial y los televisores salieron al mercado tras la firma de la paz, cuando ya Chan Li Po había muerto.
Se cocinaba con el carbón suministrado por un vendedor ambulante que halaba un mulo tan bruto como él. Hoy en día no se llora en el fogón producto del humo; sin embargo, gracias al hollín se podía correr a la puerta para tapar en la acera la caca del perro del vecino con la ceniza, y evitar con ello una multa del inspector que desde los tiempos de España, gravaba no al dueño de la mascota, sino a la víctima más cercana de eso tan maloliente, y que resultaba un gravamen injusto; es decir, lo que hoy conocemos como “una simple indisciplina social”.
Adoraba aquel detective chino que se las sabía todas gracias a su paciencia, pero que cada cual lo imaginaba a su manera pues se transmitía por radio, ya que la TV estaba en pañales antes de la Segunda Guerra Mundial y los televisores salieron al mercado tras la firma de la paz, cuando ya Chan Li Po había muerto.
Debo
aclarar que todos esos cachivaches, eran producto del desarrollo industrial
gracias a un cruel mecanismo que posteriormente se conoció como “obsolescencia
programada”, para reducir la vida útil de los equipos, eternizar los adeudos y aumentar
las utilidades con un consumismo galopante, pero volvamos a nuestro pasado
personal.
Vivíamos en un apartamento o casa alquilada del municipio 10 de Octubre, lo que daba derecho a disfrutarla hasta que el “viejo” quedara cesante y nos pusieran los muebles en la calle. Por suerte pudimos esquivar el desahucio y vivíamos en la capital, donde no depredaba la pareja de la guardia rural, ya que en esos predios lejanos el desalojo tiraba los trastes para la guardarraya a base del plan de machete.
Estamos hablando de leyes aplicables lo mismo a bienes raíces, bienes muebles, como bienes inmuebles; a tal punto que se puso de moda en la victrola de la esquina el bolero “Plazos traicioneros” Una melodía romántica y machista, pero bastante macabra de una realidad que castigaba a la mayoría, es decir los más indefensos. Precisamente en este aspecto quiero detenerme:
Fui vecino del Juzgado Municipal del Centro, situado en los altos de un moderno edificio casi frente al Cine del mismo nombre y que hoy arruina la vista de la Esquina de Toyo, donde ejercía el doctor Waldo Medina, popularmente conocido como “El Juez de los pobres”. cuya trayectoria se caracterizó precisamente por la defensa de las numerosas víctimas de un sistema que despojaba a los obreros cesantes de sus radios, sus lavadoras o sus televisores comprados a plazos, incluso faltándole solo una o dos mensualidades.
Más tarde, como linotipista del periódico EL MUNDO, tuve el placer de establecer amistad con él y de teclear algunos de sus artículos más urticantes sobre temas jurídicos. Debo aclarar que por aquellos días hacía mis “pininos” en el humor gráfico y le realice a Waldo una caricatura personal, muy de su agrado, pero que con el paso del tiempo se extravió entre las telarañas del baúl de mis recuerdos. Hoy hubiese podido digitalizara para el futuro.
Vivíamos en un apartamento o casa alquilada del municipio 10 de Octubre, lo que daba derecho a disfrutarla hasta que el “viejo” quedara cesante y nos pusieran los muebles en la calle. Por suerte pudimos esquivar el desahucio y vivíamos en la capital, donde no depredaba la pareja de la guardia rural, ya que en esos predios lejanos el desalojo tiraba los trastes para la guardarraya a base del plan de machete.
Estamos hablando de leyes aplicables lo mismo a bienes raíces, bienes muebles, como bienes inmuebles; a tal punto que se puso de moda en la victrola de la esquina el bolero “Plazos traicioneros” Una melodía romántica y machista, pero bastante macabra de una realidad que castigaba a la mayoría, es decir los más indefensos. Precisamente en este aspecto quiero detenerme:
Fui vecino del Juzgado Municipal del Centro, situado en los altos de un moderno edificio casi frente al Cine del mismo nombre y que hoy arruina la vista de la Esquina de Toyo, donde ejercía el doctor Waldo Medina, popularmente conocido como “El Juez de los pobres”. cuya trayectoria se caracterizó precisamente por la defensa de las numerosas víctimas de un sistema que despojaba a los obreros cesantes de sus radios, sus lavadoras o sus televisores comprados a plazos, incluso faltándole solo una o dos mensualidades.
Más tarde, como linotipista del periódico EL MUNDO, tuve el placer de establecer amistad con él y de teclear algunos de sus artículos más urticantes sobre temas jurídicos. Debo aclarar que por aquellos días hacía mis “pininos” en el humor gráfico y le realice a Waldo una caricatura personal, muy de su agrado, pero que con el paso del tiempo se extravió entre las telarañas del baúl de mis recuerdos. Hoy hubiese podido digitalizara para el futuro.
Lo
que no sabía entonces, me lo recordó el recientemente fallecido colega Juan
Marrero, Vicepresidente de la Unión de Periodistas de Cuba, en el número (septiembre-octubre
del 2000) del boletín ENFOQUE de la UPEC bajo el título de “Vínculos de malversadores y
directivos de un periódico” donde me aclaró un suceso increíble.
Esta
historia se mantuvo oculta por más de 47 años en su expediente, y en ella Medina
puso en juego su condición de periodista-colaborador al negarse a servir como
juez a los intereses corruptos de los dueños del diario en una causa ilegal,
haciendo dejación de sus artículos.
Este
hecho ocurrió 25 días antes del ataque al Cuartel Moncada, y consta en la carta-protesta
dirigida al Colegio Nacional de Periodistas con fecha 1º. de julio de 1953
aparecida en dicho artículo y que obviamos en aras de la brevedad.
Por tanto no resultaba ocioso, hallar de nuevo al doctor Waldo Medina, prestando servicios en el Departamento Legal del INRA tras el triunfo de la Revolución en 1959, donde laboró siempre fiel a su pueblo y a las causas más justas, hasta su deceso hace exactamente 30 años, el 25 de agosto de 1986.
Por tanto no resultaba ocioso, hallar de nuevo al doctor Waldo Medina, prestando servicios en el Departamento Legal del INRA tras el triunfo de la Revolución en 1959, donde laboró siempre fiel a su pueblo y a las causas más justas, hasta su deceso hace exactamente 30 años, el 25 de agosto de 1986.
Sean
estas líneas para recordar al Dr. Waldo Medina, quien abrazó la jurisprudencia con
la integridad, y sacrificio, tan necesarios hoy como ayer; pero sobre todo, como
reafirmación de esos dignos valores de luchar por la justicia y la equidad, presentes
siempre en aquel joven abogado rebelde del Moncada, y autor de “La
Historia me absolverá”, en fin a Nuestro Invicto Comandante en Jefe:
Fidel Castro Ruz en su 90º.Aniversario.
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