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20 ago 2011

CAYO HUESO NO EXISTE (1)

El cubano es curioso por antonomasia. A tal punto que si pudiera hablar en el alumbramiento le hubiese preguntado a la comadrona: --¿Dónde estoy?-- Y es bueno que así sea porque preguntando se llega a Roma. Dígamelo a mi que, aunque nunca he visitado la capital italiana, a los ochenta años, la curiosidad me llevó a conocer a mi nieta en los Estados Unidos.
Esta misma expectación la compruebo en mis compatriotas a partir del regreso al terruño. El intenso bombardeo de preguntas que he recibido desde mi regreso es sólo comparable al de las bombas de la OTAN contra Libia, y casi siempre es la misma interrogante: -¿Qué fue lo que más te sorprendió?
Por lo general los curiosos han quedado más estupefactos que antes porque las respuestas mías han sido igualmente inesperadas. Confesar que tres meses en Miami y tres días en Nueva York no me tomaran por sorpresa, parece una falacia. Para un periodista veterano no resulta ilógico si ha dado bastante rueda por el mundo, pero alegar que lo más inesperado haya sido Cayo Hueso, sí resultaba un asombro para todos ellos.
Y me explico: En primer lugar. Cayo Hueso no existe. Su nombre es Key West, y no es tampoco el último de las casi 200 millas de islotes que se extienden hacia el sur más allá de tierra firme, empezando por Virginia Key hasta el último de ellos, Dry Tortuga, considerado hipotéticamente vírgen y mártir.
El mayor de ellos, Cayo Largo se hizo famoso en 1948 cuando filmaron allí Humphrey Bogart y Lauren Bacall su película consagratoria. Sin embargo, el que nos ocupa es el más occidental de la cadena y por tanto su nombre como explicamos antes es Key West. Se trata de una de las tantas cubanizaciones que acercan a la Geografía (west) con la Anatomía (hueso) por una aberración de la Fonética (espanglish)
En segundo lugar es el más cercano a nuestro país, del que nos separan solamente 140 kilómetros,-- más del doble de la distancia que hay entre él y Miami--, aunque allá insistan en acortar las distancias a millas, como también ocurre con las 90 de los pitchers en el beisbol.
Debíamos ir entre semana por causas lógicas. Sábados y domingos resultan casi imposible por la serpiente metálica de autos que pujan inútilmente por llegar allí, y lo mismo ocurre en los tranques del regreso a la pincha del lunes. Por tanto fuimos un martes y había que regresar el mismo día, así que sólo estuvimos unas cuatro horas en el cayo y dos de ellas con dolor en los callos, porque, al igual que nuestra Habana Vieja para disfrutarla bien hay que recorrerla en la guagua de San Fernando –un ratico a pie y otro caminando--. Me imagino la impresión que pudiera llevarse allí nuestro querido historiador Eusebio Leal, con tanto que le gusta “Andar la Habana”.
Por lo que a mí respecta, me encantó: Bajo el mismo sol tropical, el mismo cielo azul celeste y el bullicio de nuestras calles estrechas, compartimos aceras y bulevares con animales domésticos. Si La Habana es la capital de todos los cubanos y los perros, Key West es la ciudad de los gallos y lo que le cuelga del gallinero: En Cuba es famosa la propaganda para evitar accidentes con la imagen del niño detrás de la pelota cruzando una calle, allí la cosa es diferente.
En más de una ocasión presenciamos el frenazo de un automóvil ante el paso de una gallina, porque detrás de ella venía su distraída cría.
Al transitarla tal parece que el tiempo se haya detenido en ella a fines del siglo XIX. Hostales y bungalós de madera a ambos lados de sus paseos, todos ellos de uno o dos pisos perfectamente maquillados, a base de colorete blanco, con la sonrisa roja de sus tejas, contrastando con jardines o áreas verdes. El centro del pueblo lo cruzan aceras estrechas y pequeños establecimientos al estilo de la Habana Vieja, donde se oferta en cantidades navegables café, tabaco, y ron, al estilo cubano; --cosas de la publicidad-- porque todos allá y aquí sabemos que inmigración prohíbe la entrada de esos productos al país.
Para no cansarlos, Cayo Hueso está lleno de estatuas que interrumpen a cada paso al peatón con su gracia y colorido, porque a diferencia de la solemnidad acostumbrada producto del mármol o el bronce, son como monigotes de papel marché en colores, o maquilladas al estilo Max Factor Hollywood.
Aquí vemos un curioso transeúnte que se lanza al piso en la acera del cine “Atlantic” con el fin de ver desde lo más profundo a una Marilyn Monroe, fajándose con el viento del subway neoyorquino en aquella comedia de adulterio con censura tipo 1955, “La Comezón del Séptimo Arte”. Pero no es la única estatua que yo sepa; existe otra de ocho metros de altura frente al “Chicago Tribune” y en ambas se repite la misma escena filmada por Billy Wilder, para publicitar la película y de paso despertar las testosteronas machistas con ese ícono del “Sex Symbol” que fuera Marilyn Monroe.

Tremendo susto pasó mi nieta de un añito, al tropezarse en la entrada de un establecimiento de efectos marinos. Habían colocado allí un esperpento “fricky” hecho de esponjas para promocionar su venta. Recordemos que el Cayo fue durante un tiempo el primer exportador de esponjas para toda la Unión, hasta ser desplazado por Tampa. Diariamente, mientras me enjabono cuando me baño con una de ellas, recuerdo aquella escena.
¿Y qué decir del monumento colosal a los dos bailadores de mambo, rumba, o cha-cha-cha frente a la escalinata del Museo de Arte?, o ese marino barbudo, pipa en ristre y gorra de visera, descansando en un banco del viejo muelle al estilo del John Lennon cubano, pero en technicolor.

Dice el viejo enterrador de la comarca que Hemingway llegó al Cayo por primera vez en la primavera de 1928 y se deslumbró por la captura allí de los grandes peces oceánicos. Según lugareños, el Papa conducía un auto a lo largo de 20 millas para pescar en los puentes, muelles y embarcaderos de No Name Key; y se aclara que cobró su primera aguja en Dry Tortuga. Aventuras que se extendieron hasta 1932 cuando comienza sus pesquerías con el “Pilar” en aguas de Cojímar y la cayería norte cubana. Ha descubierto un Nuevo Mundo en La Habana de la que se queda prendado para siempre, con un daiquirí en la izquierda y un mojito en la diestra. ¿Sabe Dios por qué lo hizo?... Tal vez el profeta San Francisco de Paula asomado a La Terraza, sea el único que pudiera explicar ese misterio.
Lo que sí sé, porque lo comprobé en este viaje, es que actualmente al Papa se le sigue recordando en la versión “cayohuesera” del “Sloppy Joe”, con fotografías y detalles que colman las paredes del bar, en una inundación gráfica solo interrumpida por el tañer de la campana situada en la caja contadora, anunciando que un nuevo cliente cayó en el jamo.

Allí otro cayuco, --¿se llaman así los habitantes de los cayos?-- me contó que este nuevo “Sloppy Joe” del lugar, no se parece en nada al antiguo, donde cientos o miles de ajustadores colgaban del techo, como estandartes de otra época en que las pepillas bilingües de entonces se despojaban de sus “sostenes” al pasarse de tragos o de otros alucinógenos. Pienso que el “gancho” desapareció en la medida en que hoy, ellas le dan el pecho a la situación, y apenas usan esas prendas íntimas debido al calentamiento global.
Del famoso mojón de Key West hay mucho que contar. Repito, para que quede claro: --Mojón, guardacantón, hito, poste, o coto--, el cual señala el lugar exacto que marca las 90 millas de distancia entre nuestros dos países. Es fácil de encontrar por la larga fila de turistas y curiosos que esperan su turno para la consabida fotografía grupal del recuerdo.
Me topé con otra sorpresa a solo unos pasos de dicho monumento:
Una pequeña caseta pintada de blanco que pasaba inadvertida para los ojos de cientos de visitantes, pero el olfato periodístico me llevó hacia aquel pequeño local donde, seguro había gato encerrado. Me acerqué a la tarja conmemorativa, saqué mis gafas de aumento y leí con mucho detenimiento y no poca sorpresa. Como posiblemente la reducción fotográfica no permite la correcta lectura del mensaje en la loza, nos hemos permitido la traducción del mismo, con mi limitadísimo Espanglish:
“…27… La Cabaña del Cable…”“…Esta estructura de concreto fue construida en el territorio continental y transportada por el ferrocarril de Flager hasta el cayo en 1917…” “…El propósito era proteger la conexión entre este sitio y las 125 millas de cable telegráfico que vincularía a Key West con La Habana, Cuba…” “El primer mensaje internacional se transmitió a través de un cable similar durante las Pascuas de 1900…” “…John W. Atkins llamó a Cuba y tras un largo silencio Cuba respondió: --No nos entendemos…” “Circa 1917”
Han pasado casi 111 años de aquel acontecimiento… Y todavía seguimos sin entendernos. Finalizo anunciando sorpresas mayores que nos reservó Cayo Hueso en mi visita, las cuales fui descubriendo tarja tras tarja.

27 jul 2010

EL CARNAVAL VA POR DENTRO.

Tira cómica dedicada al carnaval que en días próximos alegrará nuestra Ciudad de La Habana, capital de todos los cubanos.
En cuanto al título: Así acostumbro a responder el elogio de algún vecino que sorprendido por la agilidad física y mental de mis humoradas me dice:
--¡Blanquito…Te ves fenomenal!
A lo cual yo respondo: Todo fenómeno tiene su cara por dentro (esencia) y su careta exterior (apariencia). En un mundo virtual como el presente, se podrá soñar con el futuro, pero imposible vivir en el pasado. No soy la excepción de la regla, sino un fenómeno más. Acepto el elogio, pero no me río porque debajo del antifaz afloraría la prótesis de mi supuesta alegría.
El Carnaval, ese alegre pasacalles se extenderá este año a lo largo del Malecón habanero, desde la última semana de julio hasta comienzos de agosto. En la actual edición afloran algunas limitaciones económicas como la suspensión de los paseos de carrozas, y de cualquier otro tipo de actividad que ocasione derroche energético.
Claro que eso le resta fastuosidad y brillo al turista con ojo pasivo, pero hay que substituir importaciones, y ello se compensa con nuestra contagiosa alegría en el colorido de trajes, adornos, bailes, y música. Es decir, se repite la misma fórmula Acción vs Contemplación. En lo personal me sigue gustando el fútbol, pero lo disfrutaba mucho más dándole patadas al balón en el terrenito de la esquina, que ver el Mundial de Sudáfrica desde la butaca del televisor.
Precisamente en varias ocasiones antes del funesto periodo especial, como no tenía condiciones físico-coreográficas para desfilar con las comparsas; me conformaba con participar algunas veces como jurado y otras en calidad de competidor en el Concurso de Carteles organizado por la Comisión del Carnaval en la Ciudad de La Habana. Precisamente conservo estas dos propuestas de 1991, que no ganaron premio, pero servirán para pavonearme ante mis incrédulos vecinos. En la Cuba actual, sometida desde entonces a un doble bloqueo, se suman algunas medidas restrictivas que ayudan a paliar la precaria situación de los insumos y acercar el producto al mercado, a las que se une la descentralización anunciada, producto de la nueva división político-administrativa del país.
Peor es el disfraz “Ande yo caliente y ríase la gente”, presentado por ese Don Dinero del Primer Mundo, --rico, desarrollado, y derrochador-- que descarga el peso de la crisis en las espaldas del pueblo, --ya trabajador, ya jubilado-- con despidos masivos, recortes presupuestarios y eliminación de subsidios. La situación no es nada nueva para el capitalismo civilizadamente salvaje. En este grabado satírico de H. Daumier hace más dos siglos, ya se presagiaba algo similar.
Pero estamos en vacaciones de verano y “…Al mal tiempo buena careta”. Así que los invito a dar un paseo de Carnaval por algunos sucesos que matizaron la historia de estas festividades en nuestro país desde sus inicios: En el libro (recopilación de la investigadora Raida Mara Suárez Portal) “La Habana, Ciudad Viva” de la Oficina del Historiador, hay un pasaje donde el viajero francés Marmier refiere sus impresiones sobre La Habana a comienzos del siglo XIX. En el documento califica al cubano como un pueblo mestizo, no sólo por su piel, sino sobre todo por su cultura. El visitante comenta y compara el exquisito refinamiento del teatro Tacón y su concurrencia, con la fiesta de los esclavos…
“El añorado Día de Reyes, cuando podían reunirse por naciones para hacer sus bailes bajo los balcones de las casas principales, o entrar al propio palacio de Gobierno para desarrollar sus artes en el patio y recoger después del saludo algunas monedas, tal vez para la compra de la libertad de un miembro del grupo…”
Pero veamos esta otra estampa decimonónica:
“¡ULTIMA HORA! ¡LA LUCHA! ¡ULTIMA HORA! ¡PARTIDA DE ALZADOS EN BAIRE Y EN IBARRA!”
“El público que presenciaba a lo largo del Paseo del Prado hasta bien adentrado el Campo de Marte, aquel primer paseo de carnaval, no daba importancia a la noticia voceada por los chiquillos que agitaban en sus manos aquel “extra” del periódico de la calle Amistad…”
Así comienzan sus “Recuerdos carnavalescos” El prestigioso investigador Eduardo Robreño, en el libro “Cualquier tiempo pasado fue…”, donde nos cuenta la curiosa anécdota del primer paseo del carnaval habanero, en la noche del 24 de febrero de 1895. Coincidiendo con el Grito de Baire dando inicio a la tercera y definitiva Guerra de Independencia.
Pero la indiferencia de aquella noche habanera no duró mucho. Según el propio Robreño:
“Desde aquel mismo día (estuvo el agua para chocolate) ya que el Gobernador de la Isla, teniente general Emilio Calleja Isasi, dictó un bando por el que se aplicaba de nuevo en todo el territorio insular la Ley de Orden Público de 23 de abril de 1870…”
El entusiasmo carnavalesco renació siete años después, con el establecimiento el 20 de mayo de 1902 de una Independencia a medias, sometida a la Enmienda Platt, --apéndice constitucional Made in USA--, pero Repúbliquita al fin.
En esta ocasión el autor nos cuenta otra curiosidad:
“En esos paseos hizo su aparición –por vez primera en Cuba—un automóvil, o lo que fuere, propiedad de la familia Zaldo, que recorrió triunfante el itinerario… La vestimenta de los automovilistas de la época constituyó un verdadero disfraz…”
Según otro historiador –Graciel Oviedo Haza— ubica dichas festividades mucho antes:
“Los carnavales de La Habana tienen más de 187 años-- si tomamos como referencia el año 1823, --fecha en que el Gobernador Dionisio Vives autorizó a los cabildos a recorrer las calles de La Habana, reconocido antecedente de las actuales comparsas...”
Las guerras independentistas entre 1869 y 1895, obligaron a la Corona suspender los carnavales en toda la Isla, de ahí el incidente al reiniciarse los Paseos aquel 24 de febrero en la capital.
Argeliers Leon, el destacado musicólogo también interviene en el asunto. Veamos un fragmento de su obra: “La Fiesta del Carnaval” donde, entre otras cosas, se refiere a la rivalidad existente entre las comparsas habaneras de la época. “Ya en el presente siglo XX, está vivo el recuerdo de la reyerta que sostuvieron los de la comparsa “El Gavilán” con los de “El Alacrán” en el año 1912, en ocasión en que esta última obtuvo el primer premio... Parece que fue en el Parque Trillo donde los de los gavilanes le arrebataron la figura del alacrán… Se llevaron este símbolo hasta el Parque Maceo, y le colgaron un cartel que decía: “Si en el barrio de Jesús María hay hombres, tienen que venir a liberar este alacrán que los de Ebión Efó tenemos en prisión”…Y claro está: Esperaron por la respuesta…Los de la potencia Ekerewá que dominaban “El Alacrán” respondieron al reto, fueron al combate y lograron el rescate del animal al precio de varias muertes y heridas por ambos bandos, ocasión en que el Gobierno volvió a prohibir la salida de las comparsas por espacio de varios años…” (Aclaración: Hoy la comparsa del Alacrán es el símbolo del municipio del Cerro donde vivo¸ no del barrio deSan Isidro).
Hasta bien entrada la mitad del pasado siglo, Eladio Secades, escritor costumbrista, mantuvo la sección “Estampas de la época” en el diario “Alerta”. Con posterioridad esas crónicas fueron recopiladas en libros de gran demanda. En uno de esos trabajos abordó el tema de “Los capuchones” popular modalidad para salir disfrazado a las carnestolendas habaneras. He aquí algunas de sus “greguerías”:
“La careta es una mentira completa. El antifaz es una mentira a medias. Inventada naturalmente por una mujer que quiso esconderse del amante. Sin dejar de enseñarle los dientes a los demás…”
”El capuchón tuvo su origen en la complicidad de una aventura de amor. Taparse todo el cuerpo. Para poder llevar el alma en trusa…”
“Era también la oportunidad para que la mujer que siempre engañaba al marido de día, una vez al año pudiera hacerlo de noche…”
“Pobres carnavales de ahora, en que vemos al amanecer una máscara extraviada , y no sabemos si es un capuchón que trasnocha, o un sacerdote que madruga…”

Así queremos despedirnos de nuestros vecinos, haciendo referencia a la tira cómica con la que el gordo y el flaco, vestidos de capuchón les dieron la bienvenida a este paseo de carnaval.
Como puede apreciarse, el periodista Secades, con la visión “machista” de la época, nos hablaba de desfiles en el Prado, y bailes de disfraces en clubes y sociedades privadas. --Ahora los carnavales son más frescos, pues se celebran a la altura del Malecón--. El carácter comercial cada vez más creciente de aquella época de democracia representativa y libre empresa, requería de cierta teatralidad, con realización de lujosos desfiles y proliferación de carrozas comerciales. En realidad los ojos de aquellos señorones de leontinas y bastón no iban dirigidas al lujo y al boato, sino tras la sensualidad con que se movían aquellos ombligos desnudos, mientras a ellos se le caía la baba..
Con la contemplación se había perdido la espontaneidad de sudar la camiseta arrollando tras la conga, o tirar confettis y serpentinas a la persona de su agrado, para recibir a cambio una sonrisa, o una cita. Hoy, las limitaciones económicas nos acercan a esos orígenes populares y el pueblo masivamente disfruta de la fiesta al compás de los tambores y la corneta china. En definitiva, nuestra fiesta es, --igual que nuestra democracia, --menos representativa pero más participativa.